
Desde hace más de una semana el diario español Público ha convocado a un grupo de historiadores peninsulares (Andreu Mayayo, Julián Casanova, Francisco Espinosa, Javier Chinchón, Laurenzo Fernández Prieto, Pere Oriol Costa, Jaime Pastor, Paloma Aguilar, José Luis Ledesma…) a debatir el reciente Diccionario Biográfico Español redactado y editado por la Real Academia de Historia, que dirige Gonzalo Anes.
Las críticas se han localizado, sobre todo, en la entrada correspondiente a Francisco Franco, escrita por Luis Suárez, pero se extienden también a diversas valoraciones sobre líderes republicanos, como Juan Negrín, y fenómenos como la Segunda República misma, la guerra civil o el levantamiento militar franquista. Los críticos de la historia oficial franquista reaccionan, con razón, contra el tono hagiográfico de varios pasajes sobre Franco, contra el juicio anticomunista que empaña la semblanza de Negrín o contra la caracterización del golpe contra la República como “cruzada”, “alzamiento nacional” o “guerra de liberación”.
Tan admirable de este debate es la participación de decenas de historiadores jóvenes en el mismo como el grado de interpelación que logra con las instituciones oficiales. El Ministro de Educación de España, Ángel Gabilondo, y la Ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, han llegado a solicitar a la Real Academia de Historia que revise los pasajes más controvertidos del Diccionario y los académicos han anunciado que lo harán.
La polémica es ilustrativa de la circulación de diversos relatos de un pasado nacional que distingue a las democracias. Los historiadores críticos españoles se enfrentan a los residuos de la historia oficial de la dictadura y logran desestabilizar los mitos que la misma difunde. Algunos conceptos como los de autoritarismo y totalitarismo –personalmente, creo que el régimen de Franco estuvo más cerca del primero que del segundo, lo cual no quiere decir que no fuera una dictadura- no logran generar consenso historiográfico entre los propios críticos, pero ningún historiador serio, de cualquier simpatía ideológica o teórica, suscribe a estas alturas un panegírico de Franco ni una catilinaria contra Negrín.
En América Latina, podrían ubicarse debates similares en Argentina y Chile, sobre las dictaduras de la Junta Militar y Augusto Pinochet, y en Venezuela sobre los usos oficiales de la figura de Simón Bolívar. Si algo demuestran esas polémicas, en contra de lo que afirman algunos, es que España, Argentina, Chile y Venezuela son democracias. Debates como esos serían inimaginables en China, Corea del Norte, Viet Nam o Cuba, donde la historia oficial comunista nunca es contrariada en los medios de comunicación.
Las críticas se han localizado, sobre todo, en la entrada correspondiente a Francisco Franco, escrita por Luis Suárez, pero se extienden también a diversas valoraciones sobre líderes republicanos, como Juan Negrín, y fenómenos como la Segunda República misma, la guerra civil o el levantamiento militar franquista. Los críticos de la historia oficial franquista reaccionan, con razón, contra el tono hagiográfico de varios pasajes sobre Franco, contra el juicio anticomunista que empaña la semblanza de Negrín o contra la caracterización del golpe contra la República como “cruzada”, “alzamiento nacional” o “guerra de liberación”.
Tan admirable de este debate es la participación de decenas de historiadores jóvenes en el mismo como el grado de interpelación que logra con las instituciones oficiales. El Ministro de Educación de España, Ángel Gabilondo, y la Ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, han llegado a solicitar a la Real Academia de Historia que revise los pasajes más controvertidos del Diccionario y los académicos han anunciado que lo harán.
La polémica es ilustrativa de la circulación de diversos relatos de un pasado nacional que distingue a las democracias. Los historiadores críticos españoles se enfrentan a los residuos de la historia oficial de la dictadura y logran desestabilizar los mitos que la misma difunde. Algunos conceptos como los de autoritarismo y totalitarismo –personalmente, creo que el régimen de Franco estuvo más cerca del primero que del segundo, lo cual no quiere decir que no fuera una dictadura- no logran generar consenso historiográfico entre los propios críticos, pero ningún historiador serio, de cualquier simpatía ideológica o teórica, suscribe a estas alturas un panegírico de Franco ni una catilinaria contra Negrín.
En América Latina, podrían ubicarse debates similares en Argentina y Chile, sobre las dictaduras de la Junta Militar y Augusto Pinochet, y en Venezuela sobre los usos oficiales de la figura de Simón Bolívar. Si algo demuestran esas polémicas, en contra de lo que afirman algunos, es que España, Argentina, Chile y Venezuela son democracias. Debates como esos serían inimaginables en China, Corea del Norte, Viet Nam o Cuba, donde la historia oficial comunista nunca es contrariada en los medios de comunicación.