Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

domingo, 15 de mayo de 2011

Cómo recordar la guerra




Se agita, una vez más, el debate sobre la guerra civil en periódicos españoles, a propósito del reciente libro de Paul Preston, El holocausto español (Debate, 2011). En El País (11/ 5/ 2011), Jorge M. Reverte le dedica una crítica severa, titulada “De holocaustos y matanzas”, en la que, entre otras cosas no tan justas –como sostener que Preston se está volviendo “español”, al igual que Ian Gibson, porque parece abandonar la neutralidad del historiador para defender la memoria del bando republicano- cuestiona con agudeza la aplicación del concepto de holocausto a la guerra civil española.
Hoy, en Público (15/ 5/ 2011), le responde el gran historiador catalán, Josep Fontana, con el artículo “El holocausto español”, que vindica la obra de Preston, empezando por el título. Fontana vuelve a llamar la atención sobre la equivocada simetría historiográfica entre un régimen legítimamente electo, como el de la Segunda República, y un golpe de Estado como el franquista y recuerda, una vez más, el dato incontrovertible de que, en la cuenta de los muertos, los nacionalistas fueron más letales que los republicanos. 150 000 murieron en zonas controladas por Franco, mientras en tierras de la República murieron 50 000.
Tal vez haya un punto, sin embargo, en que la crítica de Fontana es desproporcionada y es cuando atribuye a la historiografía revisionista, en “la línea de Ernst Nolte con el nazismo”, dentro de la que ubica el buen libro coordinado por Fernando del Rey, Palabras como puños: la intransigencia política en la Segunda República (Tecnos, 2011), y el propio artículo de Reverte en El País, un intento de proteger la memoria del franquismo. Fontana tiene razón en impugnar la simetría de aquellos dos movimientos políticos en pugna, pero se equivoca en rechazar como filofranquista toda historiografía crítica sobre la experiencia republicana.
Surge en este debate, como siempre que se piensa históricamente una guerra civil, el impulso, no de historiar críticamente, sino de continuar la guerra a través de la memoria. Por momentos se tiene la impresión de que el fondo de la discusión no son los hechos que describen el autoritarismo que, en efecto, se manifestó en ambos lados, o el número de muertos, tres veces mayor en el bando franquista, sino la ética de la memoria. No estaría mal que los buenos historiadores españoles, involucrados en la polémica, repasaran las ideas de Avishai Margalit en Ethics of Memory (Harvard University Press, 2002), de Sthathis Kalyvas en The Logic of Violence in Civil War (Cambridge, 2006) y de Nigel C. Hunt en Memory, War, and Trauma (Cambridge, 2010).

viernes, 13 de mayo de 2011

Cuando los genios negocian

Una limitación frecuente de las biografías de grandes artistas, escritores o filósofos, que tuvieron relaciones de entendimiento con poderes totalitarios del siglo XX, es que la exposición de la complicidad con aquellos regímenes desplaza o relega la obra que les dio trascendencia ¿Cuántos ensayos no hemos leído en los que se documenta el nazismo de Heidegger o el estalinismo de Lukács, sin que el biógrafo se tome el trabajo, siquiera, de leer las obras de estos y de encontrar confluencias o tensiones entre sus filosofías y sus políticas, entre sus creaciones personales y sus negociaciones con el poder?
El reciente ensayo de Wendy Lesser, Music for Silenced Voices: Shostakovich and His Fifteen Quartets (Yale University Press, 2011), es un magnífico ejemplo de lo contrario. Lesser es escritora -novelista y crítica por más señas- pero posee suficientes conocimientos musicales como para adentrarse en los quince cuartetos de Dimitri Shostakóvich y desentrañar sus referentes germánicos (Beethoven, Brahms, Mahler) y rusos (Mussorgsky, Prokofiev, Stravinsky), además de encontrar, en intrincada pesquisa, resonancias de los tormentos físicos y espirituales de Shostakóvich en sus célebres composiciones para cuerdas.
Paralelo a esta hermenéutica de la música de cámara, corre la historia de los encuentros y desencuentros del músico con el poder soviético. Pero no se trata de un paralelismo sin contactos: el libro de Lesser está concebido como una composición (sus capítulos se llaman Elegía, Serenata, Intermezzo, Nocturno…) en la que la política de Shostakóvich no es ajena a su música. La protección de Trotsky y Tujachevski en los años 20, el distanciamiento con Stalin en los 30, la estigmatización del músico entre los 40 y 50 y su reivindicación en los años 60, que lo llevó a ingresar al Partido Comunista y a formar parte del Soviet Supremo, son tramas que dejaron huellas en la obra sinfónica y concertística de Shostakóvich.
Según Lesser, el gran proyecto artístico de Shostakóvich fue siempre –o tal vez, desde Lady Macbeth en Mtsensk (1934)- la adaptación de un espíritu occidental o cosmopolita a una sonoridad rusa. Desde un punto de vista ideológico, el propósito del estalinismo y el comunismo habría sido el inverso: proyectar universal u occidentalmente un espíritu ruso. Ese cruce de sentidos entre la obra de Shostakóvich y el régimen soviético permitió tanto la ruptura como la negociación entre genio y poder.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Hegel sobre la libertad en servidumbre





En uno de los pasajes dedicados a la dialéctica del amo y el esclavo, en la Fenomenología del espíritu (1807) –esos pasajes que, como probara Susan Buck-Morss, Hegel escribió mientras leía las noticias sobre Toussaint Louverture y la Revolución Haitiana en la prensa alemana y francesa- se dice del miedo total:




“Sin la disciplina del servicio y la obediencia, el temor se mantiene en lo formal y no se propaga a la realidad consciente de la existencia. Sin la formación, el temor permanece interior y mudo y la conciencia no deviene para ella misma. Si la conciencia se forma sin pasar por el temor primario absoluto, sólo es un sentido propio vano, pues su negatividad no es la negatividad en sí, por lo cual su formarse no podrá darle la conciencia de sí como de la esencia. Y si no se ha sobrepuesto al temor absoluto, sino solamente a una angustia cualquiera, la esencia negativa seguirá siendo para ella algo externo, su sustancia no se verá totalmente contaminada por ella. Si todos los contenidos de su conciencia natural no se estremecen, esta conciencia pertenece aún en sí al ser determinado; el sentido propio, es obstinación, una libertad que sigue manteniéndose dentro de la servidumbre.”

sábado, 7 de mayo de 2011

De la selva al aula

Hace algunos días comentamos aquí el volumen que la madrileña editorial Akal dedicó a La declaración de independencia de Thomas Jefferson, prologado por Michael Hardt. Lo cierto es que ese volumen, vertido al español desde la edición newyorkina de Verso, forma parte de una serie de clásicos del pensamiento de la izquierda radical, impulsada por Akal y que tiene en Slavoj Zizek su más asiduo prologuista.
En la misma serie, Zizek presentó la compilación Sobre la práctica y la contradicción (2010) de Mao Tse Tung y la antología Virtud y terror (2011), que reúne los principales discursos de Robespierre ante la Convención. El propio Zizek , junto con Sebastián Budgen y Stathis Kouvelakis, compiló también el volumen Lenin reactivado (2010), en el que se intenta una suerte de resurrección de Lenin en el siglo XXI: un holograma vivo del líder bolchevique en medio de la globalización actual.
Habría que preguntarse si el relanzamiento de esta biblioteca de la izquierda radical, republicana (Jefferson y Robespierre) o comunista (Mao y Lenin), en un mundo globalmente regido por el mercado y la democracia, busca realmente la destrucción de dicho mundo. Por momentos se tiene la impresión de que esa literatura, tal y como la releen pensadores neomarxistas como Hardt y Zizek, no funciona como llamado a la acción sino como archivo ideológico de una izquierda académica.
Vale la pena regresar, entonces, a la sugerencia del poeta y crítico mexicano Gabriel Zaid en su siempre actual De los libros al poder (1988). Hasta los años 80 o 90 del pasado siglo, por lo menos, el marxismo, el leninismo, el maoísmo o el guevarismo fueron doctrinas que se movían de las aulas a las fábricas, los talleres, las montañas o las selvas, donde se practicaba la revolución. Ahora el movimiento parece ser a la inversa: de la selva al aula.
No como una forma de reiniciar el proceso ilustrado o pedagógico de la instrucción revolucionaria de las masas sino para quedarse allí, en el aula. El sujeto receptor del nuevo pensamiento de izquierda no es el obrero, el campesino, ni siquiera el estudiante revolucionario, sino el alumno o, más específicamente, el doctorando. La validez del neomarxismo contemporáneo se prueba en la vida académica de las ciencias sociales y, acaso, en la crítica cultural y el debate público.

jueves, 5 de mayo de 2011

La excepcionalidad de la víctima

La contradictoria información que el gobierno de Estados Unidos ha trasmitido en relación con el operativo militar que dio muerte a Osama bin Laden, el domingo pasado, en Abbottabad, Paquistán, está generando sentimientos encontrados en la opinión pública mundial. La mayoría internacional piensa que Bin Laden merecía morir, pero no todos coinciden en que debió ser ejecutado. Si, como ha trascendido, es cierto que la orden que dieron la CIA, el Pentágono y la Casa Blanca no fue capturar vivo a Bin Laden sino ejecutarlo, el debate sobre si el líder de Al Qaeda estaba o no armado, si opuso o no resistencia o si su sepelio e inhumación en el mar siguió o no el ritual musulmán pierde relevancia.
Si la orden fue ultimar a Bin Laden, cualquier otra consideración apegada a la moral o el derecho en relación con el operativo mismo sale sobrando. El debate debería trasladarse entonces a las razones por las que el gobierno de Estados Unidos decidió no proceder con Bin Laden como se procede con un criminal de guerra. Una actuación que, aunque incoherente con el derecho internacional, es coherente con la negativa de Washington a reconocer en el terrorismo islámico un ejército enemigo, como el que se reconoce en una guerra regular, y con su resistencia a suscribir el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que recoge las premisas más avanzadas en materia jurídica global.
A Bin Laden se le hubiera podido procesar por cualquiera de los cuatro grandes crímenes que contempla el Estatuto de Roma: genocidio, lesa humanidad, guerra o agresión. O se le hubiera podido condenar a muerte en un tribunal de Estados Unidos, país donde perpetró el mayor de sus crímenes. Pero para cualquiera de esas dos opciones, primero debía ser considerado un enemigo regular, un “beligerante”, como decían los viejos juristas de la guerra, que se reunieron a fines del siglo XIX en San Petersburgo, La Haya y Ginebra. El paralelo con el Che Guevara, planteado por Jon Lee Anderson en The New Yorker, adquiere su mayor sentido, ya que, como el yihadí ejecutado, el guerrillero argentino no era reconocido como soldado de un ejército enemigo.
La racionalidad que ha guiado al gobierno de Estados Unidos se coloca, no sin razones, fuera de la normatividad establecida por el derecho internacional. Esta vez dicha racionalidad tiene a su favor la memoria de las víctimas del 11 de septiembre de 2001, en Nueva York. Víctimas que, como todas las víctimas de una masacre de esas dimensiones, se consideran únicas e irrepetibles: sujetos singularizados por la muerte y el dolor, cuya vindicación exige la propia excepción de la ley. La víctima como criatura excepcional es, precisamente, uno de los temas del magnífico libro La ética ante las víctimas (2003), que coordinaron los filósofos españoles José María Mardones y Reyes Mate.
Pero así como en la ejecución de Bin Laden el presidente Barack Obama afirma la propia excepcionalidad hegemónica de Estados Unidos en el mundo, en la oposición a mostrar las fotos del cadáver del terrorista intenta recuperar la pertenencia a una civilización universal. Cuando Obama dice que el cadáver de Bin Laden no es un trofeo o que no quiere herir la sensibilidad de la comunidad musulmana parece querer compensar el excepcionalismo que ha mostrado en la ejecución del terrorista con un gesto honorable, de respeto al enemigo caído. No creo que esa ambivalencia logre contener las críticas y especulaciones que, desde el pasado domingo, rodearán la muerte de Bin Laden.

sábado, 30 de abril de 2011

Sábato o el ingenio

Ha muerto el gran escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011), poco antes de cumplir un siglo. El novelista de El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974). El ensayista provocador, por momentos irritante, de Uno y el universo (1945), Hombres y engranajes (1951), Heterodoxia (1953) y El escritor y sus fantasmas (1963). Si hubiera que condensar en una virtud la siempre disfrutable literatura de Sábato, utilizaría la palabra ingenio.
No en el sentido artificioso o forzado del término, que rechazó su admirado Kierkegaard y refutó José Antonio Marina en su Elogio y refutación del ingenio (1992), sino en la acepción espontánea, innata de lo ingenioso. El ingenio era en Sábato un mecanismo de sublimación literaria de la ocurrencia, un procesamiento intelectual del humor por medio de la escritura, que lograba una argumentación veloz y, a la vez, suave, que seducía al lector desde la distancia.
En Sábato, ficción y ensayo se mezclaban con intermitencia –a veces, con impertinencia- haciendo que lo distintivo de su prosa fuera esa explosión de lucidez que estallaba en el cruce de la narración y el pensamiento, como se lee en el inolvidable “Informe sobre ciegos” de Sobre héroes y tumbas. Reproduzco algunas de aquellas viñetas ensayísticas, recogidas en el volumen Ensayos (Sexis Barral, 1996), que dieron sello estilístico a este clásico de la literatura argentina y latinoamericana del siglo XX.







Sobre Güiraldes
Un argentino que pretende utilizar a Marx como maestro sostiene que el Don Segundo Sombra de Güiraldes no existe, que es apenas la visión que un estanciero tiene del antiguo gaucho de la provincia de Buenos Aires. Lo que es más o menos como acusar a Homero de falsificador porque exhaustivos registros llevados a cabo en las montañas calabresas y sicilianas no han dado con un sólo cíclope. Con este mismo criterio de naturalista habría que rechazar a Modigliani por su manía de pintar mujeres con gargantas inexistentes. Pero ¿"inexistentes" dónde? No desde luego en el espíritu del pintor. La diferencia entre Modigliani y una máquina fotográfica es que el arte no es una copia de la mera realidad externa sino un acto ontocreador, más cercano al sueño que al espejo.
Por ahí andaba todavía el modelo que empleó Güiraldes para inventar su personaje. Creo que se llamaba Segundo Ramírez. Los astutos administradores de la fama lo exhibían a los turistas extranjeros. Evité la tristeza de conocerlo, pero aún así puedo asegurar que era un mistificador, porque el auténtico Don Segundo es el mito imaginado por Güiraldes, que misteriosamente reveló un secreto de la condición pampeana. Inmortal, como todos los mitos. Que los sociólogos de la literatura y los profesores de folklore no pierdan el tiempo tratando de desautorizarlo.




Los granos de un montón
Un vicerrector de la universidad de Cambridge, llamado Lightfoot, en época menos inclinada a la incredulidad, mediante un minucioso estudio del Génesis, probó que Adán fue creado el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, a las 9 de la mañana. Ahora me entero de que en 1978 se cumplió el milenario de la lengua castellana. Sorprendido por la exactitud, traté de averiguar cómo era la cosa, y la cosa era así: en cierto momento del año 978, un monje de San Millán de la Cogolla, en el margen de un manuscrito en latín, escribió anotaciones en una disparatada jerga románica, ignorando que acababa de inaugurar el castellano. Se me dirá que estoy bromeando, pero no hago sino parafrasear los argumentos que se ofrecen para esta celebración. Porque si no, ¿de qué fecha estamos hablando? No tratándose del esperanto sino de una lengua viva, debemos suponer que el buen hombre no inventó el nuevo idioma, formado durante siglos, poco a poco, torpe y balbuceantemente, por analfabetos que para criar cerdos, enfurecerse con la mujer, pedir la comida y amenazar a los chiquilines no iba a aprender a Cicerón.
Nunca se sabrá cuánto duró este proceso, que algún purista llamaría de corrupción del latín; primero, porque no aduvimos cerca de ese durante algunos cientos de años, y, segundo, porque tampoco puede establecerse cuándo se alcanza la categoría de montón agregando granos de trigo.



Calma, estructuralistas
Hay un tipo de beato del estructuralismo que con gusto aboliría la historia, lo que me parece un poco exagerado, cuando advertimos cómo pasa todo, no sólo el Imperio Romano sino la propia moda del estructuralismo. Esa gente enarbola la sincronía como un garrote y al que sale con antigüedades como ésta, un golpe en la cabeza, mientras se profieren palabras como reaccionario, subdesarrollo y oscurantista.
Pero sí, hombre, ya lo sabemos, desde la época en que estudiábamos matemáticas, en la década del 30, mucho antes de que se nos viniera la moda desde París. ¿Cómo no íbamos a saber que "La pasión según San Mateo" o un gusano son estructuras? Tampoco ignorábamos que era una saludable reacción contra los atomistas, los positivistas y los fanáticos del historicismo. Pero se les fue la mano. Vean con la lengua: una realidad en perpetuo cambio, en la que, tarde o temprano -¡oh, diacronía de las ideas!- hay que aceptar el modesto pero demoledor hecho de la transformación de las estructuras, aunque sea como una sucesión de estados sincrónicos; tarde o temprano hay que admitir que en todo estado de una lengua está oscuramente la energía que conducirá a una nueva estructura.
Bueno, por favor, no es tan deshonroso. En suma, que el estructuralismo es válido haste el momento en que deja de serlo.



Las vulgaridades de la novela
Cuenta Gide en su Journal que Valéry no se decidía a escribir una frase como "La marquise sortit a cinq heures". ¿Y qué prueba eso? Una novela, y hasta una gran novela, está llena de frases tan triviales como ésa, como la vida misma: Hegel también se desayunaba. Además, una ficción es como un continente, en que para llegar a lugares que han de fascinarnos deben atravesarse estúpidas llanuras sin otros atributos que el polvo, el cansancio y la monotonía.
Muchas veces me he preguntado si Valéry no consideró sus impotencias como virtudes. Apuesto a que habría querido escribir el Quijote, que está plagado de marquesas que salen a las cinco. Se pasó la vida hablando de las matemáticas y usando giros de su idioma, que los profanos admiran tanto más cuanto más los ignoran; y sin embargo no pudo aprobar el ingreso a no sé qué escuela por culpa de esas matemáticas. Pascal abandonó a los trece años a esa mujer por la que Valéry suspiró sin poder poseerla. Como para que no escribiera aquella frase rencorosa: "Pascal perdió la oportunidad de darle a Francia la gloria del cálculo infinitesimal".



Y a propósito de Pascal
Es característico que ni él, ni Kierkegaard, ni Nietzsche fuesen filósofos sistemáticos: fueron irregulares, fragmentarios; y tal vez porque en ellos la vida y el misterio son más importantes que la explicación y el sistema. Los tres son emocionales, místicos, atormentados. Devolvieron el pathos al pensamiento, y fueron grandes escritores. Si es cierto que el Absoluto no se alcanza como pretendía Hegel sino por arrebatos y éxtasis, de modo parcial, por pedazos, ellos revelaron vastas regiones de ese misterioso continente.



Psicología con p
Al corregir las pruebas de galera de un libro mio me sorprendí al advertir la grafía "sicológico", donde yo habia puesto "psicológico". Porque aun cuando una editorial se haya jurado una determinada política lingüística, no puede imponérsela a los escritores, que generalmente tienen sus propias ideas sobre el idioma. No ya la dirección de una editorial sino tampoco la propia Real Academia de Madrid tiene derecho a hacerlo, pues al fin de cuentas las normas de ese cuerpo son la consagración de las modalidades impuestas por el pueblo y los escritores.
¿Qué argumentos se pueden oponer a la grafía psi? No, por supuesto, la fonética, ya que la gente culta generalmente la pronuncia así. Y en el caso de que no se la pronunciase, tampoco es un argumento, porque si fuéramos a caer en la locura de escribir las palabras tal como se pronuncian tendríamos que poner payasadas como sológico, asaña y rebolusión, al menos en Buenos Aires.
Por lo demás, que en ningún idioma hay correspondencia entre el lenguaje hablado y el escrito, puesto que el escrito esta fijado por los textos y aquél va cambiando en el espacio y en el tiempo. En alguna parte y en alguna época se pronunciaba o pronuncia "bosque", pero hoy aquí en Buenos Aires decimos "bojque"; del mismo modo, supongo, que en algún tiempo en Francia se decía "mesme", para luego derivar hacia "mejme", y luego a "mehme", para terminar escribiéndose "meme" donde el acento circunflejo indica que allí hubo alguna vez una perecedera ese. Si el lenguaje escrito fuese alterado cada vez que el pueblo y las costumbres fonéticas cambian, sería cosa de no acabar, y una forma más demencial de dividir el territorio lingüístico en parcelas liliputienses: ya que habría que usar una forma para Buenos Aires, con sus "bojques" y "yubias", y otra para Santiago del Estero, con sus "bosques" y "iubias". Pero qué digo, habría que establecer una lengua para el Barrio Norte de Buenos Aires y otra para La Boca.
Todo idioma se aleja de lo escrito. Y algunos, como el inglés, que allí donde escriben Londres pronuncian Constantinopla. Esos investigadores que andan con grabadores han contado no menos de veinte formas de pronunciar la letra o, entre las cuales la más sorprendente es la que figura en la palabra women.
La lengua oral es tan voluble que a veces hasta imita a la escrita, lo que ya es el colmo de vuelta. Así, antes del Renacimiento se escribia y se pronunciaba "oscuro"; pero los eruditos de la época, por escrúpulo etimológico, apuntalaron la palabra con una b. Podría haberse mantenido muda, como corresponde a una momia o un fósil. Pero las enérgicas educadoras lograron que los chicos pronunciaran finalmente "obscuro". Lo que, por supuesto, y si se dejan de lado los golpes, nada tiene de dramático; hay que tomarlo ahora como una costumbre más y no hacer tanto escándalo. De modo que si a un escritor se le da la real gana de escribirlo sin b, hay que respetarlo. Y si no se lo respeta, hay que protestar. Que es exactamente lo que le pasó a Unamuno cuando un pedante corrector le puso en una de sus pruebas: "¡Ojo! ¡Obscuro!", corrigiendo lo que había escrito don Miguel. A lo que, tachando enérgicamente la insolencia, contestó, también al margen: "¡Oreja! ¡Oscuro!"



Vanguardia y progreso en el arte
La palabra "vanguardia" se la vincula al progreso. Pero en el arte no lo hay (cf. Collingwood), como lo revela el auge que en el París de comienzos de siglo tuvo el arte de los negros y polinesios. En el arte hay acciones y reacciones. Corsi y ricorsi. Hay dialécticas de escuelas, ciclos, sempiterna lucha entre lo apolíneo y lo dionisíaco, entre bizantinismo y vitalismo entre complicación y simplificación, entre artificio y naturalidad, entre claro y oscuro, entre violencia y serenidad, entre romántico y clásico. Y no sólo hay sucesión sino contraposición de tendencias o escuelas (Quevedo y Góngora).
Piénsese, dicho sea de paso, qué "avanzado" resultó de pronto el arte hierático de Ramsés II frente al mero naturalismo europeo. Pero esto del progreso es una manía invencible. ¿Cuál era el personaje de Proust que suponía mejor a Wagner que a Beethoven, nada más que porque vine después? Pero no estoy seguro ni del personaje (una mujer, me parece) ni de los músicos.

viernes, 29 de abril de 2011

Fina, ensayista

El Premio Reina Sofía a la poeta Fina García Marruz honra el género más conocido de esta escritora cubana. Género, como ha observado su mejor estudioso –Jorge Luis Arcos-, practicado con una mezcla de virtuosismo y movilidad, de rara persistencia en la poesía cubana e hispanoamericana. Quisiera, sin embargo, recordar, en medio del agasajo a la poeta de Transfiguraciones de Jesús del Monte (1947), Las miradas perdidas (1951) y Habana del centro (1997), a la ensayista habanera.
Son muchos los ensayos admirables de Fina García Marruz, incluidos en volúmenes que hay que tener a la mano como Hablar de la poesía (1986) o Ensayos (2003). Ahí están, como pruebas de su peculiar ejercicio de la prosa -caracterizada por el salto de una referencia a otra, de una analogía a otra, sin perder el horizonte de la mirada- sus textos sobre Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, José Martí o Samuel Feijóo o las especulaciones poéticas de “Lo exterior en la poesía” o “La poesía es un caracol nocturno”.
Hoy quisiera recordar, sin embargo, el magnífico ensayo sobre Francisco de Quevedo , editado en 2003 por el Fondo de Cultura Económica, en México. Como en sus estudios y los de su esposo, Cintio Vitier, sobre José Martí, el tema central de ese ensayo de Fina García Marruz es la tensión entre poesía, moral y política en Quevedo. Pero al tratar el viejo tema del desencuentro entre poética y política, García Marruz procede de manera contraria a sus estudios sobre Martí, es decir, afirmando dicho desencuentro y abandonando todo intento de solución integradora.
El “sentido” más misterioso y perdurable de la obra de Quevedo no se encuentra en sus “desvelos de político” o en sus “esfuerzos de moralista”, sino en su poesía o, más específicamente, en sus versos más conocidos como “mi cuerpo dejarán, no mi cuidado” o “serán ceniza, mas tendrá sentido” o “polvo serán, mas polvo enamorado”. García Marruz se las arregla, sin embargo, para desagregar los roles públicos y secretos de Quevedo, reconciliando a éste con quien, a su juicio, sería una de sus antípodas: José Martí



“Lo que selló Quevedo fue este encontrar un sentido a lo que parecía no tenerlo, que ya no pregunta a la vida -¡Ah de la vida!- que nada le responde, sino que sólo va a encontrar respuesta en esta final alianza del amor y la muerte. Saber que no abdica ni mendiga ante el final anonadamiento. Saber ya no proveniente de la gloria prometida, de la fe que la asegura, ni de la esperanza en que se funda, sino de la videncia y vivencia desvalida del amor mismo. Sentido éste más misterioso que el que pudo atisbar con sus desvelos el político, con sus esfuerzos el moralista, con sus cárceles el predicador. Atisbo ya incomunicable que sólo alcanza a vislumbrar el moribundo –esa mirada de la que dijo José Martí que era “cita y no despedida”-.