Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

martes, 26 de abril de 2011

Jefferson, Hardt y la transición

La editorial Akal, en Madrid, ha rescatado la edición que hace algunos años hizo el neomarxista –más bien, neoleninista- norteamericano, Michael Hardt, de La Declaración de Independencia y otros textos de Thomas Jefferson, para la editorial Verso de Nueva York. Hardt, coautor con Tony Negri de dos best sellers de la izquierda teórica actual, Empire y Multitude, vindica a uno de los padres fundadores de Estados Unidos, referencia acendrada del republicanismo y el liberalismo occidentales, como fuente del pensamiento “revolucionario” contemporáneo. Más aún, como lectura obligada a la hora de desarrollar cualquier enfoque socialista sobre la “transición”.
A partir de la defensa que Jefferson hizo de la revuelta del granjero Daniel Shays, en 1786, en medio del proceso constitucional que culminaría al año siguiente, cuando era representante diplomático en Francia, Hardt encuentra el raro caso de un constitucionalista liberal y republicano que, a la vez, no reniega del derecho a la rebelión contra poderes constituidos. Lo distintivo de Jefferson, según el leninista Hardt –quien no parece dar demasiada importancia al hecho de que el patriota norteamericano fuera dueño de esclavos y no respaldara la abolición- es que fue capaz de defender, a la vez, las leyes y la revuelta.

“Hoy en día, cuando los revolucionarios empiezan a hablar sobre una transición, es mejor tener cuidado: posiblemente estén intentando engañarte. No obstante, el pensamiento de Jefferson plantea una nueva concepción de la transición que puede ayudar al pensamiento revolucionario a superar los obstáculos que afronta en la actualidad. De un modo provocativo, une la Constitución y la rebelión, por un lado, con la transición y la democracia, por otro. En otras palabras, para Jefferson la acción revolucionaria debe desarrollarse sin cesar, reabriendo periódicamente el proceso constitucional, y la población debe ser formada en la democracia mediante la práctica de la democracia”.

lunes, 25 de abril de 2011

Gonzalo Rojas contra la muerte

CONTRA LA MUERTE
Gonzalo Rojas
(Lebu, 1917-Santiago de Chile, 2011)

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.

miércoles, 20 de abril de 2011

Choque de generaciones

El cambio tecnológico introducido por la cultura digital en las dos últimas décadas está generando un choque generacional tan o más intenso que el que se produjo entre los años 50 y 70, cuando la gran reproducción de la sociedad de consumo que siguió a la segunda postguerra, enfrentó a jóvenes y viejos. Entonces lo que enfrentaba era el rock and roll, las drogas, el amor libre, el pacifismo, Ginsberg y Kerouac, Warhol y The Beatles… Nuevos usos y costumbres culturales, que propiciaban una tensión, fundamentalmente, moral.
En algunas películas de la época, como Rebelde sin causa (1955) de Nicholas Ray, protagonizada por James Dean y Natalie Wood, o Al este del paraíso (1954) de Elia Kazan, también estelarizada por Dean y basada en la novela homónima de John Steinbeck, o, más claramente, en The Wild One (1953) de Laszlo Benedek, actuada por Marlon Brando y Lee Marvin, adaptación de un relato de Frank Rooney, se escenifica aquel choque generacional. El pueblo al que llega Brando con su ejército de motociclistas y rockandrolleros parecía habitado, sólo, por ancianos y muchachas. Las leyes que desafiaban los jóvenes, en el cortejo de las muchachas, eran patrimonio de los viejos.
Hoy el choque generacional es tecnológico, pero tampoco deja de tener implicaciones morales. En el film Red Social (2010), de David Fincher, se observa el momento de la nueva fractura durante la escena en la que Mark Zuckerberg se enfrenta a profesores y funcionarios de Harvard con el argumento de que él, sin recursos y desde su pequeña habitación en el campus, ha violado el sistema de seguridad electrónica de la universidad y ha revolucionado el mundo de la comunicación digital. La dimensión moral del desafío tiene, a su vez, un elemento histórico: la superioridad de Zuckerberg parte del hecho de reconocerse como una criatura de la era digital, mientras que sus profesores pertenecen al viejo mundo de la palabra impresa.

domingo, 17 de abril de 2011

Mala sangre


Leo en El País Semanal de hoy un reportaje de Jacinto Antón a propósito de Katrin Himmler, la sobrina nieta de Heinrich Himmler, el genocida nazi, quien acaba de publicar una biografía de la familia de su abuelo, titulada Los hermanos Himmler. Biografía de una familia alemana (2011). Katrin estudió Ciencias Políticas, vive en Berlín, se casó con un judío de Israel, descendiente de sobrevivientes del gueto de Varsovia, tiene muy claro que su abuelo y su hermano fueron dos de los grandes genocidas del siglo XX, viaja con frecuencia a Tel Aviv y colabora con varias instituciones internacionales encargadas de registrar la memoria del holocausto.

Cuando Antón le pregunta si se ha relacionado con otros nietos de jerarcas del nacionalsocialismo alemán, Katrin responde: “Conocí a Bettina Goering, la sobrina nieta del mariscal; ella y su hermano decidieron esterilizarse para no pasar a otra generación la sangre del adlátere de Hitler. No lo entiendo, es tan parecido a lo de los propios nazis, la idea de la mala sangre, la teoría de la herencia racial. Me aterra”.

sábado, 26 de marzo de 2011

El Puente en su lugar

En los primeros años de la Revolución Cubana, varios poetas promovieron el debate sobre el papel de la poesía en el proceso político de la isla. José Álvarez Baragaño y Roberto Fernández Retamar escribieron cuadernos titulados Poesía, Revolución del Ser (1960) o En su lugar, la poesía (1961), en los que se demandaba el compromiso político del poeta y la puesta de la poesía al servicio del socialismo. 

En el suplemento literario, Lunes de Revolución, Heberto Padilla y Pablo Armando Fernández escribieron artículos como “La poesía en su lugar” o “Un lugar para la poesía”, en los que, junto a un cuestionamiento de las poéticas de Orígenes, se defendía una nueva lírica revolucionaria que abandonaba el viejo paradigma de la autonomía del arte. La antología de la poesía publicada por ediciones El Puente, el proyecto literario encabezado por el poeta José Mario entre 1960 y 1965, que acaba de compilar el poeta y crítico exiliado, Jesús Barquet, nos ayuda a comprender mejor aquel choque entre ideas y escrituras de la poesía en la Cuba de los primeros años revolucionarios. 

Cuadernos como El grito (1960) de José Mario o La marcha de los hurones (1960) de Isel Rivero, antecedentes de algunos de los mejores libros de poesía escritos en Cuba y publicados por El Puente en aquellos años, como Algo en la nada (1959) de Gerardo Fulleda León, 27 pulgadas de vacío (1960) de Silvia Barros, Silencio (1962) de Ana Justina Cabrera, Acta (1962) de Reinaldo García Ramos, El orden presentido (1962) de Manuel Granados, Mutismos (1962) y Amor, ciudad atribuida (1964) de Nancy Morejón, Tiempos de sol (1963) de Belkis Cuza Malé o La torcida raíz de tanto daño (1963) del propio Mario, hacen visible una zona oculta de la literatura cubana de aquellos años que intentaba decidir el lugar de la poesía fuera de la pugna entre Orígenes, Ciclón y Lunes

En la antología Novísima poesía cubana I, que prepararon en 1962 Reinaldo García Ramos y Ana María Simo, se expone aquella ubicación lateral en el campo literario cubano. García Ramos y Simo distinguían El Puente de la literatura editada en esas tres revistas y vindicaban sus orígenes, no en José Lezama Lima, Virgilio Piñera o Rolando Escardó –autores emblemáticos de cada una de ellas- sino en La marcha de los hurones de Rivero y El grito de Mario. Los responsables de aquella antología no sólo desplazaban radicalmente los linajes poéticos de la isla sino que enfocaban la relación de la poesía con el orden revolucionario de un modo herético. La poética que les interesaba a aquellos jóvenes era “producto de una necesidad imperiosa de expresión… de que el hombre está condenado inevitablemente a la impotencia, esté o no consciente de ello” y que esa “condena debe ser aceptada con dignidad”. Y agregaban: “el carácter definitivo de la Revolución, opuesto a esa actitud, lleva al poeta a sentirse aún más impotente. Es así como sus experiencias se vuelcan de súbito contra todas las manifestaciones del cambio revolucionario”. 

Esto era lo que pensaba, ¡en 1962!, aquel grupo de poetas cubanos jovencísimos. Claro que hubo conexiones entre la poesía de El Puente y la ideología revolucionaria, como puede leerse en poemas de Héctor Santiago Ruiz o Joaquín G. Santana, pero el centro de aquella poética generacional estaba en la marcha dislocada, en una peregrinación de la diversidad, “donde todos vamos separados/ acentuando nuestra absoluta soledad/ porque a una sola flexión de nuestra mente/ a una sola palabra/ proclamamos las enormes diferencias que nos envuelven”. Había, sin duda, una estética de la diferencia en El Puente, en el momento de la apoteosis de la identidad revolucionaria, relacionada con el hecho de que muchos integrantes de aquel proyecto eran mujeres, negros y homosexuales. 

La antología de Barquet, con las magníficas notas introductorias del propio Barquet, Sílvia Cézar Miskulin –autora del estudio más completo sobre aquel proyecto, Os intelectuais cubanos e a política cultural de la Revolución (2009), ya comentado en este blog- y de la profesora de St Joseph’s College, María Isabel Alfonso, se suma a una poderosa corriente de recuperación de aquella experiencia literaria, que en la última década ha producido algunos dossiers memorables en publicaciones de la isla o la diáspora, como la Revista de la Fundación Hispano-Cubana o La Gaceta de Cuba. El contacto directo con los textos de aquella generación, permitirá establecer mejor el lugar de El Puente en la historia intelectual cubana. Un lugar demasiado referido, hasta ahora, a la reacción de El Caimán Barbudo contra aquellos poetas –remedando un poco el gesto de Lunes contra Orígenes- y a la marginación que desde mediados de los 60 sufrió la mayoría de ellos.

martes, 22 de marzo de 2011

Simmel y el conflicto

La recuperación del fragmento sobre El conflicto (2010) de George Simmel (1858-1918), por la editorial madrileña Sequitur, viene a hacer visible por enésima vez el problema de las falsas novedades en teoría social. A diferencia de las ciencias exactas y naturales, donde lo nuevo llega a ser tal por medio de la demostración, en las humanidades, muchas veces la novedad no es más que una habilidosa operación en el vacío archivístico o en la reformulación de viejos argumentos.
En las ochenta páginas que dedicó al conflicto, dentro de su gran obra, Sociología. Estudio sobre las formas de socialización (1908), y que aparecieron sintetizadas en el artículo “The Sociology of Conflict”, publicado por el American Journal of Sociology, en 1904, Simmel dijo todo lo que había que decir sobre teoría del conflicto. Todo está ahí: la unidad, el antagonismo, la lucha, los celos, la envidia, la competencia, la exclusión, los gremios, el socialismo, el triunfo, la derrota y ¡hasta la reconciliación!
Como bien advierte en el prólogo Jerónimo Molina Cano, profesor de la Universidad de Murcia, uno lee a Simmel y siente que ha leído versiones recientes de esas ideas en la polemología de Gaston Bouthoul, en los tantos especialistas en resolución de conflictos que nos rodean y, por supuesto, en los no pocos neomarxistas, con Jacques Ranciere a la cabeza, que han vuelto a privilegiar la interpelación y el litigio dentro de las formas de socialización del siglo XXI.

domingo, 20 de marzo de 2011

Péguy y lo pueril

Ante un libro como Clío. Diálogo entre la historia y el alma pagana de Charles Péguy (1873-1914), rescatado recientemente por la editorial Cactus de Buenos Aires, es difícil reaccionar de manera coherente. Junto a una reflexión del mayor refinamiento sobre las discordancias entre memoria e historia y un ajuste de cuentas con Henri Bergson, que tiene más de homenaje discipular que de herejía insinuada, encontramos pasajes de evidente afectación.
La propia postulación de Clío como personaje que dialoga con Péguy y el consiguiente desdoblamiento de éste, el autor, en un interlocutor de ese diálogo, no puede menos que leerse como un ejercicio escolar, que avergüenza. Aún así, el recorrido por la poesía romántica francesa (Hugo, Musset, Lamartine, Vigny...), en busca de relatos del pasado, es sumamente virtuoso y nos persuade de la existencia de una lírica histórica que no ha merecido tanta atención como la novela histórica moderna.
¿Qué pensamos de Péguy? ¿Nos gusta o no? Es difícil saberlo. Hay momentos de este libro cuya puerilidad afina nuestro sentido del ridículo. Pero hay otros que disfrutamos, casi en la frontera de esa misma puerilidad. Por ejemplo, el maravilloso párrafo en que habla del error de haber nacido en ciertos años. Según Péguy, Lamartine y Vigny se equivocaron en sus años de nacimiento, a diferencia de Hugo, que nació con su siglo. Es evidente que Péguy se autorretrataba cuando describía aquel error en la fecha de nacimiento de Lamartine y Vigny:

“Cuando uno quiere apoderarse de un siglo, la primera medida a tomar es no nacer antes del comienzo de dicho siglo. Eso es un grave error. Es el error preliminar. Es el error que debía cometer ese gran despistado, ese gran entusiasta de Lamartine. Y que cometió infaliblemente. Nació en 1790, tal como aparece en los diccionarios. Esto significaba perder diez años. Era un mal comienzo”.

“Ese fue también el error que cometió Vigny. Al nacer en 1797, ya estaba cansado antes de empezar. Muerto en 1863, a los 66 años, ya no podía pretender nada. 66, 666… representa dos tercios de siglo. En última instancia, se podría llegar con dos tercios de siglo. Pero habría que ubicarlos justo en el medio del siglo y, si fuera posible, esos dos tercios uno a continuación del otro. De 1913 a 1979 quizá todavía se podría llegar a ser el hombre de un siglo”.