El londinense Adam Thirlwell (1978) tiene solo 32 años y ya ha escrito dos novelas extraordinarias: Política (Anagrama, 2006), la historia de un triángulo sexual en la que se mezclan los devaneos de la identidad judía y las fiebres de la utopía socialista, y La huída (Anagrama, 2010), cuyos temas son casi los mismos -sexo, nazismo, comunismo, exilio…- pero encarnados por un protagonista muy distinto: el anciano Raphael Haffner. Banquero judío, que luego de perder a su esposa de toda la vida, quien lo abandona y luego muere, decide dedicar sus últimos años a recuperar una villa en Bohemia, propiedad de su familia, confiscada primero por los nazis, luego por los comunistas checos y, finalmente, puesta en venta tras la caída del Muro de Berlín.
La ancianidad de Haffner llega acompañada de una inusitada sexualidad. En el balneario de Bohemia, al pie de los Alpes, donde inicia los trámites para la recuperación de la villa, tiene relaciones con dos mujeres, una señora alemana y una joven checa. En medio de esas aventuras, rememora su vida de adúltero y, también, su experiencia de las grandes ideologías del siglo XX. Nacido en una familia de inmigrantes judíos en Londres, en los años 20, Haffner peleó contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, participó en la creación del estado de Israel, rompió con sus juveniles simpatías comunistas al conocer los crímenes de Stalin y se hizo rico durante la Guerra Fría, trabajando en bancos de Londres y Nueva York.
Por generación, Haffner responde un tanto al tipo heroico hemingwayano, aunque sus lecturas no son Hemingway, Faulkner o Fitzgerald sino Herodoto, Tucídides, Suetonio, Gibbon y Carlyle. Su obsesión es la historia del auge y la caída del imperio romano y, especialmente, las biografías de los Césares. Él mismo se asume como el pequeño emperador del microcosmos Haffner que, como el Peer Gynt de Ibsen, libra la epopeya personal de su vida. La travesía ideológica del siglo XX, con todas sus masacres, es el escenario público donde se libra esa epopeya privada. La conciencia de ser un hombre del siglo XX es tan aguda en Haffner como la pertenencia a un nuevo siglo que trasmite la prosa de Thirlwell.
Los suplementos literarios han emparentado a Thirlwell con Nabokov y con Kundera, por la sexualidad y la política, dos de las presencias más fuertes en sus ficciones. Pero en La huída también se siente la sombra de Saul Bellow, especialmente, el Bellow de Ravelstein, que logra reavivar la vieja tradición del héroe anciano. Salvo algunos momentos en que Thirlwell rejuvenece demasiado a Haffner, es admirable el tratamiento físico y psicológico de la vejez en esta novela. Vemos el cuerpo y la mente de Haffner en su último momento de fugaz esplendor, en esa breve revitalización que antecede la muerte. ¿Cómo logró este treintañero londinense meterse en la cabeza de un anciano? La clave tal vez se encuentre en el personaje de Benjamin, el nieto de Haffner, que vendría siendo un contemporáneo de Thirlwell. Uno de esos personajes que, como los protagonistas de Política, crecen en un mundo posterior a los nacionalismos y las ideologías y viven los problemas de identidad de sus padres y abuelos como dramas arqueológicos, no desprovistos de cierto encanto retro. En el raro fervor con que Benjamin asume su identidad judía y cuestiona el cosmopolitismo británico de su abuelo es posible leer un atisbo de la tensión entre los sujetos del siglo XX y el siglo XXI.
Hay en la prosa de Thirlwell y en la mentalidad del personaje de Benjamin una nostalgia por el siglo XX, como época, ya perdida, de grandes epopeyas políticas. La curiosidad de Benjamin por la personalidad de su abuelo tiene que ver con esa nostalgia. Pero, a la vez, la “huída” del anciano Haffner es un intento de escapar del siglo XX y camuflarse bajo la identidad de alguna criatura del siglo XXI. El nieto quiere ser el abuelo y el abuelo quiere ser el nieto. Con lo cual ambos terminan siendo víctimas de ese ineludible malestar del tiempo, esa fácil tristesse de la historia, que nos hace migrar a nuestro pasado o a nuestro futuro.