El último libro de la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum (New York, 1947), doctorada en Harvard, trata sobre las amenazas a la tradición de la tolerancia religiosa en Estados Unidos, aunque muchas de sus conclusiones son trasladables al orden global. Nussbaum tuvo el tino de titular su libro
Liberty of Conscience. In Defense of America´s Tradition of Religious Equality, vertido al español por Tusquets a fines del año pasado, en la colección que dirige Josep Ramoneda.
Nussbaum habla, pues, de “libertad de conciencia”, más que de “libertad de religión”. El deslinde conceptual está impulsado por el argumento de que la libertad de conciencia incluye también el derecho al ateísmo en las sociedades contemporáneas. Aunque el subtítulo refiere la “igualdad religiosa” como una “tradición americana”, Nussbaum es consciente de que dicha tradición no es exclusivamente norteamericana y que la misma, en Estados Unidos, no ha estado exenta de espacios ganados para la tolerancia que, muy pronto, se constituyeron en plataformas de nuevas hegemonías e intolerancias.
El último capítulo del libro, “¿Hacia un consenso entrecruzado?”, es especialmente crítico con las visiones más eurocéntricas de la libertad de cultos. Recuerda Nussbaum que mucho antes de la Reforma y la Ilustración, de Locke o Voltaire, antes, incluso, de que los colonos norteamericanos impulsaran la tolerancia religiosa, en India, en el siglo II antes de Cristo, el emperador Ashoka, converso del hunduismo al budismo, ya había introducido leyes e instituciones a favor del respeto a creencias diferentes. Leyes e instituciones que Nusbbaum ve reaparecer en el siglo XVII bajo los reinos mongoles de la India o en el Imperio Otomano, bajo las monarquías musulmanas.
Recuerda Nussbaum que antes de la Paz de Westfalia, en 1648, y la difusión de la teología reformista, un colono norteamericano, fundador de Rhode Island, Roger Williams, se oponía a la persecución por motivos de conciencia como un “dogma sangriento” y defendía el derecho de las comunidades precolombinas de Norte América a venerar a sus propios dioses. “No te vanaglories, orgulloso inglés -escribía Williams en 1643- de tu nacimiento y de tu sangre. Tu hermano indio es por nacimiento igual de bueno”.
La tolerancia religiosa, como reconoce Nussbaum, estuvo en el origen de la fundación republicana de Estados Unidos. Sin embargo, en los dos últimos siglos ese valor ha enfrentado más de un obstáculo, levantados por el racismo, la xenofobia o la inequitativa distribución de derechos civiles y políticos. Desde las décadas finales del siglo XX, la tolerancia se enfrenta, a su vez, al crecimiento, multiplicación y diversificación de los cultos religiosos que ha generado el aumento sostenido de la inmigración.
“Hoy en día Estados Unidos contiene una diversidad religiosa sin paralelo en su historia. Credos que Roger Williams meramente imaginó (el islam, algunas variedades de politeísmo pagano) son en la actualidad cada vez más comunes entre nosotros. Las religiones no teístas como el budismo, el taoísmo y el confucianismo, el politeísmo hindú y sus vástagos jaina y sij están creciendo rápidamente debido a una política inmigratoria más ecuánime que comenzó en los años sesenta del siglo pasado, cuando cambiaron las políticas anteriores, más restrictivas”.
Y agrega:
“La progresiva diversidad religiosa es también resultado de la diversificación interna. La religión indígena americana, que los protestantes procuraron erradicar durante largo tiempo, no murió, y está disfrutando de un resurgimiento. La variedad dentro del protestantismo y la distancia entre sus confesiones más conservadoras y las más evangélicas son enormes. La Iglesia mormona, antes perseguida, constituye ahora una parte establecida de nuestro paisaje religioso y político, y el número de mormones continúa aumentando. El catolicismo se ha convertido en el credo, individualmente considerado, más extendido de la nación, y contiene dentro de sí gran diversidad de opiniones. Los judíos, los cuáqueros, los menonitas, los amish, los testigos de Jehová, entre muchos otros, antes perseguidos, están ahora incluidos, como miembros de nuestro consenso constitucional en torno a la igualdad de posición”.
Esta creciente diversidad religiosa no implica, sin embargo, la disminución de agnósticos y ateos en Estados Unidos. El número de quienes no creen o quienes piensan que las creencias religiosas son equivocadas o dañinas también crece. Aunque no los cita, Nussbaum piensa, con Harold Bloom y Christopher Hitchens, que el ateísmo sigue siendo un límite que pone a prueba la tolerancia religiosa y la libertad de cultos. Los agnósticos y los ateos dejan de ser vistos como amenazas de la secularización cuando las diversas religiosidades constatan su propio crecimiento.
Martha C. Nusbbaum es una pensadora tan prolífica como coherente. Su idea de la libertad de conciencia, en este volumen, dialoga con la tesis central de su libro anterior, Las fronteras de la justicia. Consideraciones sobre la exclusión (Barcelona, Paidós, 2007), en el que retomaba el concepto de equidad de John Rawls y lo utilizaba para pensar, ya no la justicia, sino la inclusión social. La “libertad de conciencia”, en este nuevo libro, no es ajena al liberalismo social de Rawls, ya que, a juicio de Nussbaum, sólo puede haber respeto entre todas las religiones –“consenso entrecruzado” le llama- cuando quienes las practican son ciudadanos iguales ante la ley.