Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

lunes, 17 de mayo de 2010

Contra la retórica compensatoria


El fin de semana antepasado se celebró en Moscú el 65 aniversario del triunfo de las armas soviéticas sobre el nazismo. Como cada efeméride de los últimos años, la ocasión manifestó la ya clásica distribución de roles entre Vladimir Putin y Dimitri Medvedev. El primero fue parco sobre el saldo genocida del estalinismo; el segundo fue, esta vez, demasiado elocuente.
Dijo Medvedev que la heroica defensa de la Unión Soviética por las tropas soviéticas no puede ser utilizada como argumento para justificar o compensar los crímenes de Stalin. Y no sólo eso: dijo que esa proeza militar tampoco puede servir para adornar la naturaleza del sistema político soviético. Un sistema, agregó Medvedev, que sólo puede ser definido como “totalitario comunista”.
El correcto razonamiento de Medvedev no sólo se moviliza contra las retóricas compensatorias de la izquierda –por ejemplo, justificar el liderazgo de Stalin con la demanda de la lucha contra el fascismo o justificar la ausencia de democracia en Cuba con la existencia del embargo comercial de Estados Unidos- sino también contra las de la derecha.
Es frecuente escuchar, todavía hoy, en círculos de las derechas iberoamericanas que el régimen de Agusto Pinochet, en Chile, fue necesario para evitar el avance del comunismo en ese país o que el de Francisco Franco, en España, impidió que la República derivara hacia una alianza con la Unión Soviética. El autoritarismo y el totalitarismo, como bien dice Medvedev, pueden tener explicaciones pero no justificaciones.

domingo, 16 de mayo de 2010

La revancha de los inéditos

Parece haber en el legado de grandes autores una pugna entre el gran volumen de lo editado y la pequeña cantidad inédita. Esta última, compuesta generalmente por material archivístico (notas, juicios, comentarios, impresiones, diarios), se ubica en una suerte de inframundo de la gran obra o en los orígenes de una escritura que, al hacerse visibles, llegan a desestabilizar, con todo y su pequeñez, la identidad construida por los libros emblemáticos.
No hay obra completa, ni estimación plena de un legado, hasta que esa retacería, esos cajones de sastre de una autoría, son publicados. En los últimos días hemos sabido de recuperaciones de inéditos de dos grandes del siglo XX: el filósofo alemán Martin Heidegger y el escritor argentino Jorge Luis Borges. La editorial Herder ha publicado el volumen Pensamientos poéticos del primero: una suerte de miscelánea de textos menores, traducida y comentada por Alberto Ciria. Y en el Harry Ramson Center de la Universidad de Austin, en Texas, el estudioso Julio Ortega encontró el manuscrito de la novela que Borges nunca escribió, Los Rivero, que pronto será publicaba por vez primera.
Tanto los Pensamientos poéticos de Heidegger como Los Rivero de Borges son textos que complementan y, a la vez, cuestionan la obra canónica de ambos. Son textos rechazados y, como casi todos los textos rechazados, se ubican en la zona de lo inacabado o lo informe. Ciria ha dicho que el lector de Heidegger, además de un “atrévete al silencio”, encontrará escritos sumamente “heterogéneos, candorosos, cartas de enamorado primerizo, poemas románticos, arduos y largos poemas filosóficos, recuerdos de amigos caídos en la guerra”. Todo un universo fragmentario que desdibuja la imagen un tanto granítica del autor de "Ser y tiempo".
Los Rivero, por su parte, es, a juzgar por los fragmentos que reproduce El País, el pasado 8 de mayo, el manuscrito de un extraordinario cuentista que no se siente a gusto con la narrativa de largo aliento que demanda una novela. La trama es muy borgiana y muy sarmientina –la decadencia de una familia de caudillos de la epopeya de la independencia y de las guerras civiles de mediados del siglo XIX, que, a principios del XX, pierde la orientación bajo la modernidad-, pero la prosa no lo es: le falta concisión, ingenio y belleza.
“Es sabido que la historia argentina abunda en glorias familiares y casi secretas, en próceres que llegan a ser el nombre de una calle; tal vez no huelgue recordar al lector que el coronel Rivero fue el héroe de la primera carga de Aturia, título que en vano le niegan todos los historiadores venezolanos, víctimas de la envidia y del localismo, y que defienden con razones irrefutables los argentinos amantes de la verdad. En el desorden de las guerras de la independencia de América, el coronel Rivero tuvo un claro momento de gloria, cuando “lanceó a los godos”, y decidió la suerte de una provincia; sus bisnietos guardaban con piedad y con justificadísimo orgullo el hierro de la lanza que blandió entonces”.

martes, 11 de mayo de 2010

Expectativas acotadas




En post anterior comentábamos, a partir de sendos artículos de Jesús Silva-Herzog Márquez y Simon Schama –leyendo a autores como estos, la política parece recuperar, aunque sea fugazmente, su categoría de arte principesco- las expectativas despertadas por las competidas elecciones en el Reino Unido. Menos de una semana después esas expectativas se han visto acotadas por la precaria realidad del nuevo poder en Downing Street, número 10.
Los liberaldemócratas, encabezados por Nick Clegg, sólo obtuvieron 57 de los escaños parlamentarios. Todo parece indicar que, en vez de conformar un polo opositor con los laboristas, podrían aliarse con los conservadores y armar una mayoría legislativa y gobernante. El anuncio de la renuncia de Gordon Brown ha sido interpretada como un último recurso de los laboristas, con el fin de asegurar el pacto con los liberaldemócratas.
Las democracias parlamentarias, decíamos entonces, parecen más perfectibles que las presidencialistas. Sin embargo, hay aspectos de todas las democracias –como la colonización mercadotécnica de los votantes o las demandas de constitución de poderes con verdadera capacidad de gobierno- que se imponen y acaban postergando reformas de los sistemas electorales. En el caso de la Gran Bretaña, una reforma de esa naturaleza es deseo de buena parte de la opinión pública y los medios académicos, pero aún no alcanza consenso en las cúpulas de los dos partidos mayoritarios.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Derecho a no creer

El último libro de la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum (New York, 1947), doctorada en Harvard, trata sobre las amenazas a la tradición de la tolerancia religiosa en Estados Unidos, aunque muchas de sus conclusiones son trasladables al orden global. Nussbaum tuvo el tino de titular su libro Liberty of Conscience. In Defense of America´s Tradition of Religious Equality, vertido al español por Tusquets a fines del año pasado, en la colección que dirige Josep Ramoneda.
Nussbaum habla, pues, de “libertad de conciencia”, más que de “libertad de religión”. El deslinde conceptual está impulsado por el argumento de que la libertad de conciencia incluye también el derecho al ateísmo en las sociedades contemporáneas. Aunque el subtítulo refiere la “igualdad religiosa” como una “tradición americana”, Nussbaum es consciente de que dicha tradición no es exclusivamente norteamericana y que la misma, en Estados Unidos, no ha estado exenta de espacios ganados para la tolerancia que, muy pronto, se constituyeron en plataformas de nuevas hegemonías e intolerancias.
El último capítulo del libro, “¿Hacia un consenso entrecruzado?”, es especialmente crítico con las visiones más eurocéntricas de la libertad de cultos. Recuerda Nussbaum que mucho antes de la Reforma y la Ilustración, de Locke o Voltaire, antes, incluso, de que los colonos norteamericanos impulsaran la tolerancia religiosa, en India, en el siglo II antes de Cristo, el emperador Ashoka, converso del hunduismo al budismo, ya había introducido leyes e instituciones a favor del respeto a creencias diferentes. Leyes e instituciones que Nusbbaum ve reaparecer en el siglo XVII bajo los reinos mongoles de la India o en el Imperio Otomano, bajo las monarquías musulmanas.
Recuerda Nussbaum que antes de la Paz de Westfalia, en 1648, y la difusión de la teología reformista, un colono norteamericano, fundador de Rhode Island, Roger Williams, se oponía a la persecución por motivos de conciencia como un “dogma sangriento” y defendía el derecho de las comunidades precolombinas de Norte América a venerar a sus propios dioses. “No te vanaglories, orgulloso inglés -escribía Williams en 1643- de tu nacimiento y de tu sangre. Tu hermano indio es por nacimiento igual de bueno”.
La tolerancia religiosa, como reconoce Nussbaum, estuvo en el origen de la fundación republicana de Estados Unidos. Sin embargo, en los dos últimos siglos ese valor ha enfrentado más de un obstáculo, levantados por el racismo, la xenofobia o la inequitativa distribución de derechos civiles y políticos. Desde las décadas finales del siglo XX, la tolerancia se enfrenta, a su vez, al crecimiento, multiplicación y diversificación de los cultos religiosos que ha generado el aumento sostenido de la inmigración.

“Hoy en día Estados Unidos contiene una diversidad religiosa sin paralelo en su historia. Credos que Roger Williams meramente imaginó (el islam, algunas variedades de politeísmo pagano) son en la actualidad cada vez más comunes entre nosotros. Las religiones no teístas como el budismo, el taoísmo y el confucianismo, el politeísmo hindú y sus vástagos jaina y sij están creciendo rápidamente debido a una política inmigratoria más ecuánime que comenzó en los años sesenta del siglo pasado, cuando cambiaron las políticas anteriores, más restrictivas”.

Y agrega:

“La progresiva diversidad religiosa es también resultado de la diversificación interna. La religión indígena americana, que los protestantes procuraron erradicar durante largo tiempo, no murió, y está disfrutando de un resurgimiento. La variedad dentro del protestantismo y la distancia entre sus confesiones más conservadoras y las más evangélicas son enormes. La Iglesia mormona, antes perseguida, constituye ahora una parte establecida de nuestro paisaje religioso y político, y el número de mormones continúa aumentando. El catolicismo se ha convertido en el credo, individualmente considerado, más extendido de la nación, y contiene dentro de sí gran diversidad de opiniones. Los judíos, los cuáqueros, los menonitas, los amish, los testigos de Jehová, entre muchos otros, antes perseguidos, están ahora incluidos, como miembros de nuestro consenso constitucional en torno a la igualdad de posición”.

Esta creciente diversidad religiosa no implica, sin embargo, la disminución de agnósticos y ateos en Estados Unidos. El número de quienes no creen o quienes piensan que las creencias religiosas son equivocadas o dañinas también crece. Aunque no los cita, Nussbaum piensa, con Harold Bloom y Christopher Hitchens, que el ateísmo sigue siendo un límite que pone a prueba la tolerancia religiosa y la libertad de cultos. Los agnósticos y los ateos dejan de ser vistos como amenazas de la secularización cuando las diversas religiosidades constatan su propio crecimiento.
Martha C. Nusbbaum es una pensadora tan prolífica como coherente. Su idea de la libertad de conciencia, en este volumen, dialoga con la tesis central de su libro anterior, Las fronteras de la justicia. Consideraciones sobre la exclusión (Barcelona, Paidós, 2007), en el que retomaba el concepto de equidad de John Rawls y lo utilizaba para pensar, ya no la justicia, sino la inclusión social. La “libertad de conciencia”, en este nuevo libro, no es ajena al liberalismo social de Rawls, ya que, a juicio de Nussbaum, sólo puede haber respeto entre todas las religiones –“consenso entrecruzado” le llama- cuando quienes las practican son ciudadanos iguales ante la ley.

martes, 4 de mayo de 2010

Las democracias perfectibles

“No Government can be long secure without a formidable Opposition”. La frase de Benjamin Disraeli, eterno rival de William Gladstone y uno de los constructores, junto con este último, del prolongado y estable bipartidismo whig-torie británico, adquiere imponente actualidad con motivo de las elecciones en Gran Bretaña, pasado mañana. Un descendiente de Disraeli podría ser el primer gobernante británico en enfrentarse a una doble oposición parlamentaria.
El historiador británico Simon Schama, en The New Yorker, y el ensayista mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez, en el periódico Reforma, lo han pronosticado con elocuencia: las elecciones de este jueves podrían dar el triunfo al conservador David Cameron, poniendo fin a trece años de laborismo y, lo que es más importante, podrían romper el secular equilibrio bipartidista del sistema político inglés.
Si, como temen los propios laboristas, el Partido Liberaldemócrata, audazmente encabezado por Nick Clegg, duplica o triplica su actual representación en el Parlamento, la democracia británica dejará de ser bipartidista. El cambio de esa institucionalidad histórica, tan arraigada a las tradiciones culturales y políticas británicas, podría producirse con toda naturalidad, en unas simples elecciones parlamentarias.
Además de contradecir, una vez más, ese tópico de las ultraizquierdas de que "todas las democracias representativas son iguales", estas elecciones podrían reforzar los argumentos de quienes piensan que los sistemas parlamentarios son más perfectibles que los presidenciales. Tan sólo habría que recordar, como contraejemplo, que, en Estados Unidos, el magnate Ross Perot, con dos campañas presidenciales exitosas, fue incapaz de quebrar el bipartidismo norteamericano.

sábado, 1 de mayo de 2010

Baquero y Andalucía

La frontera andaluza está en La Habana.
Cuando un poeta andaluz aparece en el puerto,
las calles se alborotan, y en las macetas
de todos los balcones
florecen de un golpe los geranios.

Así arrancaba el poema “Himno y escena del poeta en las calles de La Habana”, que el poeta cubano Gastón Baquero dedicó a la visita de Federico García Lorca a la isla. La sevillana editorial, Renacimiento, ha tenido a bien reunir en un volumen los ensayos que Baquero dedicó a escritores nacidos en cualquier rincón de Andalucía.
Aquí hay textos sobre Góngora, Becquer, Ganivet, Machado, Pemán, Cernuda, Zambrano, Lorca y, naturalmente, varios artículos dedicados a Juan Ramón Jiménez, con quien Baquero vivió una larga amistad. Los ensayos de los poetas, sin embargo, suelen ser mejores cuando no tratan de literatura. Es el caso de este volumen Andaluces (2009), cuya última pieza es una verdadera joya.
Se trata del texto “Para una apología de El Cordobés, o Ionesco de los toros”, un artículo publicado en Arriba en 1965, que Alberto Díaz-Díaz, presentador de esta antología, incluyó en su Perfil íntegro de Baquero. El poeta cubano, nacido en Banes (1914), y fallecido en Madrid (1997), luego de casi cuarenta años de exilio, comienza hablando de tres grandes genios del “toreo” en España: José Ortega y Gasset, Pablo Ruiz Picasso y Manuel Benítez Pérez (“El Cordobés”).
Este último, sin embargo, es, según Baquero, quien se lleva toda la gloria de la tarde:

“El Cordobés tiene la irresponsabilidad de la naturaleza misma. Torea como canta el pájaro, porque sí, porque le nace, sin conocer las leyes de la música ni la gracia de su propio canto. Tiene el saber suficiente, que es el del valor. Armoniza con el tiempo que vivimos, el que da a Elvis Presley y a Jean Genet, a los desdichados y atemorizados gamberros en pandillas, a los que no saben que su rebeldía viene del miedo a morir bajo la bomba atómica, y se dejan crecer las melenas y las barbas, para ver si la muerte no les localiza ni puede personalizarlos cuando venga desde los cielos, en un paquetico de materia nuclear, enloquecida y enloquecedora. El Cordobés es el campesino enamorado de la muerte a fuerza de temerla y de querer vivir en poco tiempo lo que las gentes de riqueza, viven a lo largo de todo su vivir”.

jueves, 29 de abril de 2010

El pie de Stéphane




En varias de las primeras películas de Claude Chabrol, La Femme Infidéle (1968), Les Biches (1968), Le Boucher (1970), hay una escena recurrente. Stéphane Audran, recostada en un sofá, en una tumbona de playa junto a una piscina o reclinada en una butaca, flexiona varias veces el tobillo de uno de sus pies. Se trata, naturalmente, de un acto reflejo que la obsesiva dirección de actores de Chabrol no ha programado, pero que sabe aprovechar a favor de la sensualidad de Audran.
Unas veces la flexión es hacia arriba y hacia abajo, diciendo que sí; otras, de un lado a otro, diciendo que no. Los pies de la Audran, que la cámara de Chabrol venera sin los enfoques directos de Robert Rodríguez con Salma Hayek o Quentin Tarantino con Uma Thurman, son, en esos breves momentos, la clave de la sensualidad. La fría y distante belleza de la actriz se vuelve tangible por obra y gracia de esos movimientos incondicionados.
El espectador sabe que quien mueve ese pie no es el personaje sino la actriz. Ese leve vaivén es un regalo de la mismísima Audran, un guiño íntimo que el espectador nunca olvidará. El pie de Stéphane, como el del niño del poema de Pablo Neruda, que “aún no sabe que es pie y quiere ser mariposa o manzana”, no desea ser el pie de Helene o Frédérique sino el pie de Stéphane y Chabrol no puede ni quiere impedirlo.