Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

lunes, 8 de marzo de 2010

Hijo de la luz y de la sombra

Este es el año del centenario de Miguel Hernández (1910-1942) y ya comienzan los suplementos literarios iberoamericanos a glosar la vida y la obra del gran poeta de Orihuela (Alicante). Una vida y una obra breves, envueltas, como las de su contemporáneo Federico García Lorca, en el misterio de la fugacidad y en el mito del sacrificio.
El País Semanal se ha adelantado con un dossier sobre el poeta de Perito en lunas (1933) y El rayo que no cesa (1936), en el que intervienen, entre otros, Antonio Muñoz Molina, Alfonso Guerra, Luis García Montero, Benjamín Prado, Eutimio Martín y Joan Manuel Serrat, quien ha lanzado una nueva musicalización de poemas de Hernández, con motivo del centenario.
Muñoz Molina hace una semblanza de la breve vida infeliz del autor de Viento del pueblo (1937), a partir de los hallazgos de los tres últimos biógrafos: Agustín Sánchez Vidal, José Luis Ferris y Eutimio Martín. Aseguran estos que Hernández fue un poeta contradictorio –cuál no lo es, Whitman dixit-, que cantó a la Virgen María y a Stalin, que exploró con versos neogongorinos a la vez que escribía algunos de los peores poemas de su generación.
Muñoz Molina habla de Hernández como un “nacido para el luto” y se deja seducir, nuevamente, como Serrat, por el “romancero de ausencias”. Pero el biógrafo Martín va contra el mito: el fracaso de los amores con Josefina Manresa, la influencia católica, nacionalista y protofranquista del sacerdote Luis Armancha y del “amigo” Ramón Sijé, “con quien tanto quería”, pero de quien se había apartado radicalmente mucho antes de que escribiera la célebre “Elegía”, las exageraciones sobre su infancia pobre y su triste pastoreo.
Martín ve en la poesía neogongorina y católica del primer Hernández, previa a la afiliación al Partido Comunista, a la entrada en el Quinto Regimiento, a la amistad con Bergamín y Neruda y al viaje a Moscú, una suerte de pasaporte a la canonización franquista del poeta, insinuada por las élites alicantinas, fieles –hasta hoy- a la memoria del caudillo, y por biógrafos oficiales de la dictadura como Juan Guerrero Zamora.
Con Hernández sucedió como con Lorca: dos víctimas republicanas del franquismo –Hernández murió de tuberculosis en una prisión alicantina, en 1942, condenado a treinta años de cárcel- que debieron sufrir amagos de extremaunción nacionalista y católica en el antiguo régimen. En ambos, pero sobre todo en Hernández, había una condición escindida, una conciencia de ser “hijo de la luz y de la sombra”, que facilitó aquel intento de apropiación política de un legado literario.





I

(Hijo de la sombra)


Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.


Forjado por el día, mi corazón que quema
lleva su gran pisada del sol adonde quieres,
con un sólido impulso, con una luz suprema,
cumbre de las montañas y los atardeceres.


Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia mi osamenta con un escalofrío.


El aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.


La noche se ha encendido como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
las almas de los pozos y el vino difundidas.


Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama;
ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.


La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.


Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.


El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
y de sus solitarias y apagadas ciudades.


El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.


Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.


II

(Hijo de la luz)

Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
recibes entornadas las horas de tu frente.
Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.


Centro de claridades, la gran hora te espera
en el umbral de un fuego que al fuego mismo abrasa:
te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
colocando en el centro de la luz nuestra casa.


La noche desprendida de los pozos oscuros,
se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
que se rasgan contigo como pétreas matrices.


La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre, donde encontró su nido.


El hijo fue primero sombra y ropa cosida
por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
con sombras y con ropas de gérmenes humanos.


Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
Y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.


¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.


Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.


Hablo, y el corazón me sale en el aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.



III

(Hijo de la luz y la sombra)

Tejidos en el alba, grabados, dos panales
no pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.


Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.


Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
junto a ti, recorrida por caudales sonoros.


Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían que grabada llevo allí tu figura.


Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.


Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.


Haremos de este hijo generador sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva
donde asienten su alma, las manos y el aliento,
las hélices circulen, la agricultura viva.


Él hará que esta vida no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.


No te quiero en ti sola: te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia del hijo será la especie humana.


Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.

viernes, 5 de marzo de 2010

El académico como héroe


A pesar de las constantes invectivas antiacadémicas de los escritores no son pocas las novelas que en la última década convierten a profesores universitarios en héroes o, al menos, en personajes enternecedores. Se me ocurre, para circunscribirme a los últimos diez años, empezar por Disgrace (1999) de J. M. Coetzee, en la que a David Lurie, profesor de la Universidad de Ciudad del Cabo, se le viene el mundo abajo cuando una alumna lo acusa de acoso sexual y poco después su hija es violada. A pesar de que Lurie tiene rasgos despreciables, su desgracia, su gusto por los animales y su melomanía lo ennoblecen.
La mancha humana (2000) de Philip Roth es otra novela sobre universidades, que reproduce esa visión ambivalente de la academia como un mundo jerárquico y, a la vez, sublime. Coleman Silk es un profesor acusado de racismo, que en realidad ha sido víctima del racismo, al grado de ocultar su propio origen étnico, y que es expulsado de la universidad. Aunque la novela presenta la ruptura con la academia como vía de liberación sexual y moral, la amistad de Silk con el profesor Nathan Zuckerman –alter ego de Roth- restablece un culto al saber y a la conversación que no deja de ser universitario.
Académico es también Salomón Rulfo, el protagonista de La dama número trece (2003) de Juan Carlos Somoza. Un personaje que sueña un asesinato y, luego de saber que el crimen sucedió en la realidad, decide investigarlo, mientras le vienen a la memoria pasajes enteros de Homero y Shakespeare, enseñados en sus clases de literatura. Las universidades reaparecen en la trilogía Tu rostro mañana (2002-2007) de Javier Marías, quien antes les había dedicado una de las grandes novelas sobre el tema: Todas las almas (1989). El protagonista de esas novelas, Jaime Deza, es un ex profesor español de la universidad de Oxford.
Haber sido profesor, y no serlo en el momento en que se escribe una novela, es una situación recurrente en la narrativa contemporánea. Puede aparecer lo mismo en Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas que en El testigo (2004) de Juan Villoro. Julio Valdivieso, el héroe de esta última, fue profesor por mucho tiempo en universidades francesas y regresa a México, con el propósito de escribir la biografía definitiva del poeta Ramón López Velarde y colaborar en una telenovela sobre la guerra cristera. Inmerso en el cinismo del mundo mediático y político de la ciudad de México, Valdivieso siente nostalgia de sus años académicos.
Las universidades, esos sitios medievales que se asocian con la rigidez y el autoritarismo, son también lugares propicios para la ficción por su mezcla de adultez, juventud y saber, de represiones, perversiones y rivalidades. Lo advirtió Nabokov en su época y hoy Tom Wolfe lo ha llevado al paroxismo, en su novela Soy Charlotte Simmons (2005), una historia sobre las orgías alcohólicas y sexuales que suceden en los campus universitarios de Estados Unidos. Pero aún como miserable o desgraciado, como dogmático o pedófilo, el académico termina siendo el héroe de todas esas novelas.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Más sobre “cubanos” en la guerra civil

Existe un buen artículo sobre la participación de cubanos en la guerra civil española (Fernando Vera Jiménez, “Cubanos en la guerra civil española”, Revista Complutense de Historia de América. No. 25, 1999) que permitiría avanzar en un tema, hasta ahora, secuestrado por guiones ideologizantes de la historia española y cubana. Con frecuencia, los estudios sobre el tema buscan la afirmación de una “esencia solidaria cubana”, cuestionable en más de un sentido.
En dicho artículo se mencionan unos veintiocho cubanos, enrolados en la famosa “Centuria Guiteras”, entre los que aparecen Rolando Masferrer (en la foto) y Aquilino Navarro Cornejo, uno de los personajes de Tres meses con las fuerzas de choque de Carlos Montenegro. Otro personaje de este libro, que, como decíamos, podría ser el soldado negro retratado por Agustí Centelles, sería Cueria, un apellido que no aparece en la lista de Vera Jiménez, a no ser que haya un error paleográfico en el nombre de Basilio Cucira.
No aparecen en esos listados Bofill, amigo de Pablo de la Torriente Brau y a quien Carlos Montenegro llevaba una carta de éste, Policarpo Candón, Lino Novás Calvo o el propio Montenegro. La lista de los cubanos que intervinieron en aquel conflicto aún no está completa, ya que en varios casos, como los anteriores, se trataba de cubanos no nacidos en la isla. Algunos de ellos como Candón, Novás y Montenegro nacieron en España y como decenas de miles de sus compatriotas emigraron a la isla en las primeras décadas del siglo XX.
Quienes cuentan estas historias con el fin de bautizar a los insulares que participaron en las Brigadas Internacionales o en el Ejército Popular de la República como los “primeros internacionalistas cubanos” o como los precursores de quienes, décadas después, irían a pelear a Angola o Etiopía, olvidan con frecuencia que en 1936 no todos los habitantes de las isla eran “constitucionalmente” cubanos.
Los límites de esas afirmaciones anacrónicas del nacionalismo se perfilan aún más cuando se pondera que muchos inmigrantes europeos, norteamericanos y antillanos se nacionalizaban a mucha velocidad, pero nunca abandonaban plenamente sus antiguas identidades ¿No se sentía también “puertorriqueño” Pablo de la Torriente Brau o “gallego” Carlos Montenegro? ¿Cuánto de esas identidades no se movilizaba, también, en su respaldo a la República?

martes, 2 de marzo de 2010

Negros cubanos en la guerra civil española

Ahora que en la prensa española ha resurgido el tema de la participación de cubanos en la Guerra Civil, valdría la pena releer Tres meses con las fuerzas de choque (División campesina), de Carlos Montenegro, editado hace algunos años por la sevillana Espuela de Plata, con prólogo del estudioso del exilio español en Cuba, Jorge Domingo Cuadriello (La Habana, 1954).
Montenegro, hijo de gallego y cubana y autor de la clásica novela Hombres sin mujer (1938), fue uno de los redactores de la revista comunista Mediodía. Esta publicación, como muchas de las editadas por comunistas en América Latina, se involucró en el bando republicano de la Guerra Civil.
Montenegro escribió para Mediodía varios artículos antifranquistas y en 1937 apareció su folleto Aviones sobre España. Relato de la guerra en España –también incluido en este volumen-, que le valió el interés del movimiento de solidaridad con la República. En ese mismo año, Montenegro viajó a Nueva York, donde colaboró con los editores republicanos de La Voz y desde ese puerto se embarcó a la península, donde se uniría a las tropas comandadas por el coronel Valentín González.
Siempre que se piensa en cubanos en la Guerra Civil, el primer nombre que viene a la mente es el de Pablo de la Torriente Brau, nacido, por cierto, en San Juan, Puerto Rico, y muerto en combate en Majadahonda, defendiendo Madrid de la ofensiva nacionalista. No por menos conocida, la participación de Montenegro en aquel conflicto, narrado en Tres meses con las fuerzas de choque, deja de ser valiosa.
Uno de los capítulos del libro de Montenegro, el titulado “Cubanos”, habla precisamente de soldados negros de la isla, incorporados a las Brigadas Internacionales que apoyaron a la República. Uno de esos soldados, Cueria o Aquilino, pudo haber sido el que aparece en la foto, cuya imagen fue erróneamente atribuida a un combatiente afroamericano, del batallón "Abraham Lincoln".



“Aquel mismo día me llevó a ver a Candón (Policarpo Candón, brigadista gaditano-habanero que murió en los combates de Altos de Celada) que estaba enfermo de la vista. Por las luces veladas, apenas pude entrever a aquel hombre al lado del cual habría de vivir las emociones más intensas de la guerra. Por el momento no le di mayor importancia. No hablaba de la guerra sino de Cuba, pero sencillamente, popularmente: del barrio donde se había criado, en La Habana; de los negros que él quería y admiraba, pero no desde afuera, como un motivo folklórico, sino desde un plano humano. No obstante en sus palabras no parecía haber un contenido político sino más bien de regocijada simpatía. Me habló, ese primer día, más de Aquilino que de Cueria: dos negros que han nacido en Cuba y que ahora están en Madrid. Uno, Cueria, como he dicho, capitán de ametralladora de Candón, el más distinguido, terriblemente efectivo en su arma, lleno de inventiva, de “trucos”. (De madrugada se levanta y en lugar avanzado del frente, simula el emplazamiento de una ametralladora: unas ramas, un latón negro y unas tablas húmedas en las que prende un fuego ahogado. Después, en ángulo emplaza las ametralladoras efectivas; cuando rompe el alba, hace fuego breve y espera; los fascistas se preparan. Ven el emplazamiento simulado y descubren algo para Cueria, que los tiene cogidos de flanco. Así ha matado a muchos). Si en España se condecorase la eficacia y el valor, el pecho de Cueria estaría cubierto de medallas. Aquilino es saxofonista y trabaja en un teatro de Madrid. Candón se ríe al hablar de Aquilino. Este dice:

- Soy un antifascista, pero no hombre de guerra.

Un día Candón lo invitó a ir al cuartel “Pablo de la Torriente Brau”, a darle una función a los soldados. Candón le había dicho:

-Después te daremos una función a ti.

Aquilino tocó el saxofón como sólo él sabe hacerlo. Primero asuntos cubanos; después, caracterizado de baturro, de andaluz, de gitano. Terminó vestido de torero –pues también es estrella del ruedo- con un motivo taurino en el que acosaba a un toro imaginario, que mugía en el saxofón donde también mugía el público”.

lunes, 1 de marzo de 2010

La dictadura de la indecencia

El terremoto de Chile aplazó el V Congreso de la Lengua Española, que debía comenzar mañana en Valparaíso. Por fortuna, Babelia adelantó algo de lo que presentaría Emilio Lledó (Sevilla, 1927) en el mismo, junto a Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards. El autor de Filosofía y lenguaje sigue creyendo en los poderes redentores del idioma bien hablado y bien escrito. La lengua, dice Lledó, nos defiende de la corrupción intelectual generada por la política, especialmente, por aquellas políticas de la exclusión que conducen quienes se creen dueños de las naciones y sus literaturas.
“Ese vocabulario congelado e inerte que se ha metido en el alma, ni siquiera puede responder a la exigencia socrática de “diga lo que piensa”, o incluso “piense de verdad lo que dice”, porque la degeneración ha llegado al extremo de que no sabemos ya pensar. Los residuos de las palabras desactivadas dormitan siempre en el fondo de nuestro ser, y lo peor de ellos es que aparecen de pronto como formas incurables de irracionalidad”.
“El lenguaje, que se funda en la verdad, en la honradez personal y política, abre las puertas a la razón y a la vida. Suena utópico que los seres humanos lleguen a liberarse del dominio que ejerzan, desde las peores formas de oligarquías, los perturbados de la corrupción mental; pero no hay que renunciar a esa utopía. La vida democrática jamás podrá realizarse mientras una ciudadanía, desconcertada y engañada con la codicia de otros, se resigne, por la miserable ideología de la pragmacia, a soportar la dictadura de la indecencia”.

sábado, 27 de febrero de 2010

Sexenio y reelección

Comentábamos en el post anterior que la fórmula autoritaria de sexenio más reelección, introducida en la Rusia de Putin, fue ideada por Porfirio Díaz, en México, en los últimos años de su larga dictadura (1876-1910). Díaz y sus defensores intelectuales argumentaban que cuatro años era un periodo demasiado corto para llevar adelante políticas públicas eficaces. Lo curioso es que al aumentar en dos años el tiempo de gobierno y agregarle la reelección, que en el caso de Díaz era indefinida, se lograba, en dos periodos, el equivalente de tres cuatrienios, es decir, doce años.
Tal vez sea más que una curiosidad histórica, el hecho de que aquella fórmula ideada hace cien años en México reaparezca en Rusia a principios del siglo XXI. Rusia y México produjeron las dos grandes revoluciones de la primera mitad del siglo XX. La rusa desembocó en un régimen político totalitario, de partido comunista único, ideología marxista-leninista, economía de Estado y control de la sociedad civil. La mexicana, en un régimen autoritario de partido hegemónico, oposición limitada, ideología nacionalista revolucionaria y relativas libertades públicas.
Ambos países comparten, hoy, la modalidad del sexenio presidencial: en México sin reelección y en Rusia con derecho a una reelección consecutiva. La propuesta de reforma política presentada recientemente por el presidente mexicano Felipe Calderón, y respaldada por un grupo importante de intelectuales, empresarios y políticos del país, incluye la introducción de la reelección para alcaldes y legisladores. La no reelección presidencial, sin embargo, creada por la Constitución mexicana de 1917, como antídoto jurídico de la dictadura personal, sigue generando consenso en México.

viernes, 26 de febrero de 2010

¿Forever Putin?

En el último número de The New York Review of Books, Amy Knight reseña dos libros sobre la Rusia actual: Without Putin: Political Dialogues with Yevgeny Kiselev (Moscú, Novaya Gazeta, 2010) de Mijaíl Kasyanov y Soviet Fates and Lost Alternatives: From Stalinism to New Cold War (New York, Columbia University, 2010) de Stefen F. Cohen. Kasyanov, autor del primer libro, fue el Primer Ministro de Vladímir Putin entre 2000 y 2004, y Cohen, autor del segundo, uno de los grandes conocedores de la Rusia postsoviética en el mundo.
De la lectura de ambos volúmenes, Amy Knight desprende la posibilidad, cuando no el vaticinio, de que Putin se reelija como presidente en el 2012, cuando concluya el periodo presidencial de Dimitri Medvedev. Gracias a una reforma constitucional que ha extendido el mandato de los presidentes rusos de cuatro a seis años –el sexenio, invención mexicana o, más específicamente, del antiguo régimen porfirista, adoptada por la Revolución- Putin podría gobernar Rusia entre 2012 y 2018 y reelegirse ese año hasta 2024, cuando dejaría el poder con más de 70 años.
Como Chávez, caudillo que también asciende al poder en el último año del siglo XX, Putin se presenta como el dictador arquetípico del siglo XXI. Un dictador postcomunista, que respeta zonas de la economía de mercado y de los derechos civiles y políticos, que defiende un orden constitucional y una estabilidad social, que combina una diplomacia pragmática y pluralista con una afirmación geopolítica, de hegemonía acotada, y, a cambio, hace de su persona el eje del poder y la garantía del equilibrio nacional.