Libros del crepúsculo

Libros del crepúsculo

domingo, 25 de octubre de 2009

Un periodista cubano



Cuba es un país de buenos periodistas, con la prensa amordazada. La segunda mitad de la paradoja tiene una explicación simple: en el artículo 53° de la Constitución Socialista se establece que todos los medios de comunicación “son propiedad estatal y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada”. La primera mitad requiere de una explicación más sofisticada.
Cuba fue un país con una esfera pública, moderna y plural, desde fines del siglo XVIII. A pesar del régimen colonial y esclavista, durante el siglo XIX la isla contó con publicaciones independientes y críticas. A pesar de la soberanía limitada y de dos breves gobiernos autoritarios, el de Machado y el de Batista, la prensa, la radio y la televisión cubanas, en la primera mitad del siglo XX, fueron de las más profesionales y avanzadas de América Latina.
Cuando el Estado cerró o intervino los principales medios de la isla, entre 1960 y 1965, muchos de aquellos buenos periodistas se exiliaron. Los que se quedaron, que también eran buenos, se insertaron en los medios oficiales y crearon las nuevas instituciones educativas del periodismo “revolucionario”. Por esas instituciones y por esos medios pasaron algunos de los escritores cubanos más conocidos de las últimas generaciones: Raúl Rivero, Norberto Fuentes, Manuel Pereira, Eliseo Alberto, Leonardo Padura, Senel Paz, Pedro Juan Gutiérrez…
El periodista cubano Rubén Cortés, exiliado en México desde 1995, proviene de esa tradición de buen periodismo en un país sin libertad de expresión. Su libro ¡Cuba, Cuba! Nueve historias verídicas de la vida en la isla (2009), publicado en México por Cal y Arena, la editorial del grupo Nexos, es una buena muestra de ambas cosas: de la alta calidad de los periodistas cubanos y del cierre de la esfera pública insular.
Cortés realizó varios viajes a La Habana entre el 2006 y el 2008, los tres primeros años de la sucesión encabezada por Raúl Castro, tras la convalecencia de su hermano, y armó nueve reportajes con una mirada desde abajo, desde la vida cotidiana del ciudadano común. Cortés ha hecho una intervención parecida a la de los antropólogos: se ha puesto en la piel de los cubanos de la isla, siendo, no un reportero extranjero, sino un periodista exiliado.
En cada uno de los reportajes de Cortés se reconstruye, con cuidado exquisito, la vida cotidiana en la isla. Leyendo este libro se aprende a vivir esa vida que el exiliado abandonó y a recordar la complejidad de ese mundo sometido a los estereotipos y las caricaturas de la prensa oficial. La visión de Cuba que trasmite Cortés es sumamente amplia, ya que no excluye de esa “realidad cubana” a Miami. La “isla” entera de que habla Cortés es el archipiélago más todos sus exilios.

La mejor reseña de este libro tal vez sea la nota de contraportada “Una Cuba reveladora”, escrita por Pedro Juan Gutiérrez:

“En estas historias cubanas uno se entera de todo (cuando digo de todo, es todo), desde por qué hay quienes no desean emigrar hasta cuántos años van a la cárcel por matar una vaca, pasando por cómo les va a los búfalos que le regalaron los vietnamitas a Fidel Castro, qué ha sido del hombre nuevo, a quién dedicaron Pedro Junco Nosotros y Polo Montañez Un montón de estrellas, cómo son los cubanos de Miami, del policía que le puso una multa a Silvio Rodríguez, cómo era Hemingway en Key West y en La Habana, o la hermosa historia de justicia del pelotero Rey Vicente Anglada”.

viernes, 23 de octubre de 2009

En una librería de París



Son conocidas las diferencias de Marcel Proust con el modelo de crítica literaria predominante en Francia, en el siglo XIX, y personificado por Sainte-Beuve. Mientras concebía el proyecto de En busca del tiempo perdido, Proust llevó unos cuadernos de apuntes, organizados en forma de conversaciones con su madre, donde recogía sus reparos al gran crítico decimonónico, y que en 2005 Tusquets publicó bajo el título de Contra Sainte-Beuve.
Para Proust la literatura era obra de una subjetividad estética no explicable desde la biografía, las ideas, virtudes, vicios, amores o amistades de un escritor. El yo “escribiente” de un autor, según Proust, era distinto a su yo “intelectual”. Las claves para la comprensión de ese sujeto que escribe eran ininteligibles y sólo se manifestaban plenamente en el acto solitario de sentarse, pluma en mano, frente a la página en blanco.
Christopher Domínguez Michael (1962), tal vez el crítico de mayor prestigio y obra en México, pertenece a la estirpe de Sainte-Beuve. Él sigue creyendo que es posible pensar las literaturas a partir de sí mismas, pero, también, a partir del mundo cultural que constituye a sus autores. En sus estudios sobre los grandes escritores mexicanos del siglo XX, reunidos en Tiros en el concierto (1997), o en su monumental Vida de fray Servando (2004), la más completa biografía de Fray Servando Teresa de Mier con que contamos, Domínguez hace de la crítica un género ensayístico y, a la vez, biográfico e histórico.
Christopher Domínguez tiene, además, la virtud de eludir la parcelación y el provincianismo que caracterizan a buena parte de los estudios literarios académicos. Su imponente libro La sabiduría sin promesa, editado primero en México, en 2001, y recuperado ahora, en versión ampliada, por la editorial Lumen, es la mejor prueba del raro cosmopolitismo que lo distingue dentro de la crítica latinoamericana. Aquí se leen los mejores poetas, novelistas y ensayistas del siglo XX, de todos los continentes. Tan sólo bajo la inicial B encontramos a Bashevis Singer, Benda, Benjamin, Bioy Casares, Bloom, Bolaño, Borges, Broch y Bulgakov.
¿De dónde proviene esa idea de la crítica como cosmovisión literaria o como archivo personal de la gran literatura occidental? Enrique Vila Matas cree encontrar su origen en las visitas que Christopher Domínguez Michael hace a la librería parisina José Corti, en la Rue de Médicis, frente a los Jardines de Luxemburgo. La “pasión crítica” de Domínguez tendría que ver con el contacto con ese “hogar parisino del romanticismo alemán y antigua casa editorial de los surrealistas”.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Mansión y literatura




Absortos en el estudio de la relación entre literatura y ciudad, hemos olvidado otro vínculo primordial y documentable: el de la literatura y las casas. Los grandes novelistas del siglo XIX (Balzac, Tolstoi, Dickens…) hacían de las mansiones de la aristocracia y la burguesía un escenario habitual de las tramas de sus libros. La elección del recinto respondía al deliberado propósito de ubicar a los personajes en una clase social y explotar las tensiones que generaba el status de unos y otros.

En la narrativa del siglo XX, bajo el efecto de la democratización social, las mansiones adquieren un hechizo propio, como el de los monumentos antiguos. En Proust, en James, en Faulkner, en Mann es posible leer siempre un relato paralelo, que cuenta la historia de algún palacete en decadencia. Caso emblemático de esa nostalgia por la mansión perdida sería Brideshead Revisited (1945) de Evelyn Waugh, que rememoraba los sueños de ascenso social del pintor, ateo y capitán Charles Ryder y su triángulo amoroso con Sebastian y Julia Flyte, aristócratas católicos británicos, venidos a menos.

En una sociedad, ya no democratizada, sino totalizada como la rusa, las mansiones literarias se representan de otra manera. El tema recurrente, allí, es el de la casa tomada por el Estado, fragmentada y repartida por nuevos inquilinos obreros y revolucionarios. Son conocidos los pasajes de Doctor Zhivago (1957) de Boris Pasternak, en los que la residencia del joven médico Yuri es intervenida por el Estado bolchevique y transformada en una cuartería.

El tema es constante en la literatura rusa del siglo XX y, probablemente, también en buena parte de la literatura de Europa del Este, entre 1945 y 1989. En Días malditos (2007), los diarios de Iván Bunin, que tradujo el escritor cubano Jorge Ferrer, los lujosos apartamentos de la calle Povarskaya de Moscú son convertidos en oficinas gubernamentales “¿Cómo pueden estar seguros los bolcheviques de que les espera una existencia prolongada y estable?”, se preguntaba Bunin, poco antes de huir a Odessa y perder su propio apartamento en la misma calle.

En Corazón de perro (1986) de Mijaíl Bulgakov reaparece el asunto. Un día, después de la Revolución, llega un grupo de camaradas al apartamento del científico Filip Filipovich y le incautan el comedor y la sala de observaciones para convertirlos en vivienda de otros camaradas. Como a Bunin o a Pasternak, a Bulgakov le parecía especialmente criminal que el Estado confiscara las alfombras de los edificios privados y luego las utilizara para adornar las escaleras de las instituciones gubernamentales. El científico, enfrascado en la transformación genética de su perro Sharik en el camarada Sharikov, protesta en vano:

“¿Por qué quitaron la alfombra de la escalera de la entrada? ¿Acaso Carlos Marx prohíbe cubrir con alfombras las escaleras? ¿Acaso en alguna parte de sus obras Carlos Marx dijo que la segunda entrada del edificio de Kalabujov en la Prechistenka debía ser clavada con tablas, para que la gente entrara sólo por la puerta de servicio, que da al patio? ¿Quién necesita esas cosas?”

martes, 20 de octubre de 2009

La Habana de los Austrias


En los primeros capítulos de Cuba/ España. España/ Cuba. Historia común (1995), Manuel Moreno Fraginals afirmaba que el personaje principal de La Habana del siglo XVI, en sus inicios llamada no San Cristóbal sino Puerto Carenas, era el mar. Cuando reinaron los dos primeros monarcas de la dinastía de Habsburgo, Carlos V y Felipe II, la cultura habanera era marinera, portuaria, militar y financiera.
A esa Habana, que desapareció casi sin dejar rastro en el siglo XVIII, con la introducción del sistema de plantación azucarera y esclavista, ha dedicado el historiador cubano Alejandro de la Fuente su último libro: Havana and the Atlantic in the Sixteenth Century (Chapel Hill, The University of North Carolina, 2008). El libro aparece en la importante colección “Envisioning Cuba” que dirige, en esa universidad, Louis A. Pérez Jr., y está merecidamente dedicado a Moreno Fraginals, maestro de De la Fuente.
La imagen de la ciudad que ofrece la investigación parece perdida en el pasado, desconectada de la propia tradición atlántica en la que ocurrirá su historia a partir del XVIII. Entonces la colonización y el poblamiento no habían rebasado las fronteras del puerto y buena parte de los ingresos de la ciudad provenían de los situados o sumas anuales que enviaban las cajas reales del virreinato de la Nueva España. El financiamiento novohispano contribuyó a la creación del temprano sistema de fortificación del puerto y al mantenimiento de la naciente ciudad como una plaza militar del imperio.
A pesar de los constantes asaltos piratas, como el de Jacques de Sores en 1555, el movimiento de los barcos en las últimas décadas del siglo XVI apunta a un incremento del comercio transoceánico e intercolonial. Entonces la Habana recibía considerables importaciones de seda, paño, damasco y tafetán provenientes de China, Italia e Inglaterra, con lo cual, aquella confluencia de los océanos, bajo la hegemonía del Mediterráneo, que estudiara Fernand Braudel, tenía su capítulo habanero. Entre tantos otros, también hay un pasado Austria en la historia de Cuba.

lunes, 19 de octubre de 2009

Disolver al pueblo



Ahora que se acerca el aniversario 20° de la caída del Muro de Berlín, a celebrarse el próximo 9 de noviembre, algunos suplementos  –The New York Review of Books, El País Semanal…- comienzan a repasar la historia berlinesa entre 1945 y 1989. En dicha historia figura, como evento importante de la resistencia a la hegemonía soviética en Europa del Este, la huelga de los albañiles berlineses que, en junio de 1953, construían la avenida Stalin. Los obreros dejaron caer sus brazos, en protesta contra el alza de precios, impuestos y jornada laboral, sin mejora salarial.
La huelga del 17 de junio de 1953, reprimida por el ejército soviético y la naciente policía de Alemania oriental e investigada por la Stasi, se considera un antecedente del levantamiento de Hungría en 1956, de la Primavera de Praga en 1968 y de la fundación del sindicato Solidaridad en Gdansk, en 1980. Esos eventos demuestran que la realidad del bloque soviético, afirmada con todos los recursos metafísicos y militares del marxismo leninismo y la OTAN, nunca careció de objeción, dentro de la propia clase obrera de aquellos países, en los 45 años que duró.
Bertolt Brecht, que había regresado de su exilio a Alemania del Este, huyendo, en buena medida, del macarthysmo norteamericano, reaccionó contra la stalinización del socialismo alemán. A partir de declaraciones de Erich Mielke, el fundador de la Stasi, algunos historiadores y críticos han sugerido que el infarto que mató a Brecht, en 1956, fue inducido por la policía secreta alemana. Aunque nunca dejó de ser venerado por Moscú, en vida y póstumamente, durante sus tres últimos años Brecht tuvo dificultades con la burocracia cultural de Berlín oriental. Su compañía, el Berliner Ensemble, fue atacada por el montaje de “Santa Juana de los Mataderos” y su filme Kuhle Wampe fue censurado.
Varios poemas de su último cuaderno, las Elegías de Buckow (1953), reflejan el malestar de Brecht con el stalinismo alemán. En uno de aquellos poemas confesaba “no me gusta el lugar de donde vengo/ no me gusta el lugar a donde voy”, versos que han sido interpretados como el balance de una vida entre el nazismo y el comunismo. Otro era una valiente defensa de los albañiles de Berlín que, en 1953, se negaron a construir una avenida en honor a Stalin. El irónico poema, titulado “La solución”, capta ese momento en que las élites de un totalitarismo, incapaces de asumir responsabilidad alguna por el desastre del país, culpan al pueblo por no “estar a la altura de las circunstancias”.


La Solución


Tras la sublevación del 17 de junio,

La Secretaría de la Unión de Escritores

Hizo repartir folletos en la Stalinalle

Indicando que el pueblo

Había perdido la confianza del gobierno

Y podía ganarla de nuevo solamente

Con esfuerzos redoblados ¿No sería más simple

En ese caso para el gobierno

Disolver el pueblo

Y elegir otro?

domingo, 18 de octubre de 2009

Exhumación de Lorca

Mañana lunes, 19 de octubre, comenzarán las excavaciones en el barranco de Viznar en busca del cadáver de Federico García Lorca. Un georradar de Alfacar localizó varias fosas comunes en la zona: en una de ellas estaría enterrado el poeta, junto con los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, el inspector de tributos Fermín Roldán y el restaurador Miguel Cobo. La Junta de Andalucía ha respaldado la identificación forense de los restos de García Lorca, en contra de la voluntad de una parte de la familia del poeta.
Los forenses podrían confirmar lo que la tradición oral de algunas aldeas granadinas ha sostenido por más de 70 años. En el barranco de Viznar hay, de hecho, una placa con estos versos de García Lorca: “asesinado por el cielo,/ entre las formas que van hacia la sierpe”. Se trata de las primeras líneas del poema “Vuelta de paseo”, el primero, a su vez, del cuaderno Poeta en Nueva York (1930), escrito durante la temporada que García Lorca pasó como estudiante de la Universidad de Columbia.
Poco tenía que ver con la muerte aquel poema. A García Lorca le interesaba trasmitir, más bien, la mutación de la vida. Prometía: “entre las formas que van hacia la sierpe/ y las formas que buscan el cristal/ dejaré crecer mi cabello”. Los versos finales eran una afirmación de la vida cambiante: “tropezando con mi rostro distinto de cada día/ ¡asesinado por el cielo!”. Más muerte había en el poema siguiente, el titulado “1910. Intermedio”, donde García Lorca se recordaba como un niño andaluz cuyos “ojos no vieron enterrar a los muertos”.
Ahora García Lorca comienza a vivir como cadáver, como los muertos que abundan en su propia poesía. Se ha insistido, con razón, en el tono profético de la lírica del Romancero gitano (1927) y el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935). ¿Cómo no ver un retrato, intrigantemente piadoso, de sus propios verdugos en el “Romance de la Guardia Civil española”? Allí se hablaba de la “vaga astronomía de pistolas inconcretas”, de “un rumor de siemprevivas que invade las cartucheras” y de un ejército que “avanza sembrando hogueras,/ donde joven y desnuda/ la imaginación se quema”.

sábado, 17 de octubre de 2009

Desheredados

Cuando en México se habla de “exilio” casi siempre se alude a los republicanos españoles que recibieron asilo durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas (1934-1940). La noble tradición diplomática del asilo, en México, sin embargo, no comenzó ni terminó con Cárdenas. Han sido muchos los hispanoamericanos que desde el siglo XIX han encontrado refugio en México, cuando en sus propios países son tratados como extranjeros.
Tampoco el único exilio que registra la historia de España es el de los republicanos que huyeron de la dictadura de Francisco Franco. Desde 1492 hasta 1975 el exilio fue una constante de la historia española. Lo demuestra el historiador británico Henry Kamen, en su libro The Desinherited. Exile and the Making of Spanish Culture (2007), vertido al castellano por Aguilar. Kamen es uno de esos historiadores británicos que, como Hugh Thomas o Ian Gibson, el biógrafo de Lorca y Dalí, ha dedicado su vida al estudio del pasado español. Antes de esta monumental historia del exilio hispánico, Kamen estudió el reinado de Felipe II, el gran imperio donde “no se ponía el sol” y la Inquisición.

Kamen relata el drama de todos los exilios españoles: desde los judíos de la Baja Edad Media hasta la peregrinación de Manuel Azaña, el presidente de la última República. Llama la atención, sin embargo, que en el capítulo “Hispanic Identity and the Permanence of Exile” desarrolle ampliamente, como parte de la historia de España, el caso de Puerto Rico y los exiliados separatistas de esa isla a fines del siglo XIX. El personaje de ese capítulo es Eugenio María de Hostos y no José Martí
¿Por qué? Tal vez porque Kamen, equivocadamente, aplica un enfoque teleológico, similar al del personaje que, en famoso drama, se despedía de su amada con el parlamento de “adiós vida mía, me voy a la guerra de los treinta años”.Probablemente Kamen imagina la historia de Puerto Rico como más española que la cubana porque en la isla pequeña no se produjo una guerra separatista a fines del siglo XIX. La idea, por supuesto, es falsa, pero se agradece que, por una vez, Puerto Rico sea más importante que Cuba en una investigación histórica que repasa el devenir del Caribe hispánico.