Arcadio Díaz Quiñones, el importante estudioso de la literatura hispanoamericana, profesor de la Universidad de Princeton, recibió a Cintio Vitier y Fina García Marruz en San Juan, Puerto Rico, en 1979. Autor de títulos imprescindibles sobre la historia intelectual del Caribe e Hispanoamérica, como
La memoria rota: ensayos de cultura y política (1993),
El arte de bregar (2000) y
Sobre los principios. Los intelectuales caribeños y la tradición (2006), Díaz Quiñones escribió, además, una interesante entrevista con Vitier, a propósito de aquella visita, y un ensayo muy pertinente sobre la obra del autor de
Lo cubano en la poesía, bajo el título de
Cintio Vitier: la memoria integradora (1987). A continuación reproduzco la nota que Díaz Quiñones envió a este blog cuando supo la noticia del fallecimiento de Vitier en La Habana:
Cintio Vitier en San Juan
Es correcta la afirmación de que Vitier elevó la crítica de la poesía al nivel intelectual de la historia o la filosofía. Fue un gran ensayista, sobresaliente por su profundidad, y hay que verlo en la gran tradición de los poetas-críticos. En efecto, en su caso se trata de la palabra poética como el develamiento de la verdad del Ser, ligado a la influencia de Heidegger y de María Zambrano.
Tuve el privilegio de comprobarlo en los días en que lo conocí personalmente, y que ahora deseo recordar. Lo conocí en julio de 1979, en un modesto hotel de Isla Verde, en su primera visita a Puerto Rico. Él y Fina García Marruz formaban parte de la delegación cultural cubana a los Juegos Panamericanos. Tan pronto pude, pasé a saludarlos. Su presencia en la isla fue una feliz sorpresa para muchos de los que admirábamos al autor de
Lo cubano en la poesía. Algunos de nosotros lamentábamos el misterio que durante aquellos años parecía rodear al poeta católico. La inesperada visita me permitió ver a Cintio y a Fina casi diariamente durante unas dos semanas. Organizamos lecturas en la Universidad de Puerto Rico, y tertulias en la casa de Nilita Vientós (quien mucho antes había publicado textos de ambos y de Lezama en la revista Asomante). Asimismo tuvimos un encuentro de poetas, para mí inolvidable, en nuestra casa.
Cintio era una persona muy cordial, y siempre deseoso de conversar. Las entrevistas que se publicaron después como parte de mi pequeño libro sobre su obra son fieles a las conversaciones grabadas. Pero el texto impreso resulta insuficiente al evocar las pasiones literarias y políticas de aquellos diálogos, la ironía y el humor de Cintio, sus afectos, y los sabrosos relatos de relatos de Lezama y de Eliseo Diego. Tendría que hablar también de su alegría al descubrir voces puertorriqueñas reveladoras de un país mucho más complejo que los estereotipos difundidos por la propia Revolución Cubana. Por otra parte, ¿cómo contar su defensa, tan llena de rodeos, de la censura en Cuba, a la vez que defendía laboriosamente la tradición nacionalista republicana de Martí o Mañach? O ¿qué decir de otros momentos más privados y tensos, como la emoción de Cintio y Fina después de una conversación telefónica con su íntimo amigo Julián Orbón, exiliado en Nueva York?
Hay un aspecto importante que ya conocía por
Lo cubano en la poesía, pero que quedó muy claro en aquellas conversaciones de 1979. Me refiero a la versión mística y esotérica de la historia, tan ligada a la religiosidad de Vitier. Su conversión al catolicismo parece clave, tanto como la dimensión filosófica de su crítica. La poesía era el fundamento de un saber sobre el mundo, y también una mística política. Ello permitía una nueva fundación de la historia. Vitier parece decir que esa versión secreta y poética tiene la posibilidad de integrar todas las diferencias.
La práctica crítica y la visión política de Vitier estuvieron atravesadas por su religiosidad. Su catolicismo incluía, según vemos en su poesía, la vacilación; pero el poeta fue siempre un fervoroso creyente. Fue creyente también – subrayo la palabra – en la Revolución. Vitier era un buen ejemplo de que cuando un escritor hace crítica, como le gusta decir a Ricardo Piglia, está metido dentro de la literatura, es decir, dentro de las tensiones y de los enfrentamientos.
Estoy seguro que la obra de Vitier será objeto de las relecturas e interpretaciones que merece. Ante su muerte, prefiero recordarlo en su visita de 1979 a la otra isla. Y, sobre todo, una noche en Loíza Aldea, donde la escena de una niña que bailaba la “bomba” afropuertorriqueña fascinó tanto a él como a Fina. De aquella “bomba” destacaron su carácter sacro, que les revelaba, para usar una de sus frases predilectas, la “esencia nacional”. Una escena secreta y marginal, que necesitaba intérpretes y descifradores, como hicieron ellos en dos bellos textos.
Arcadio Díaz Quiñones, Princeton, 2/ 10/ 09.