Libros del crepúsculo

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sábado, 15 de febrero de 2025

Mariátegui contra el fascismo




Pocos dudan en considerar al peruano José Carlos Mariátegui como el marxista latinoamericano más original y creativo del siglo XX. El autor de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928) supo entrelazar de manera diáfana, no mecánica o impostada, las tesis centrales del marxismo clásico -crítica del capitalismo, principio de la lucha de clases, teoría de la revolución obrera mundial- con fenómenos históricos de su país y su región como la propiedad comunal incaica, la cosmovisión indígena y la literatura y el arte populares. 

 En Mariátegui, aquella capacidad de conexión y mixtura siempre estuvo ligada a una valoración altamente positiva de las vanguardias culturales europeas de las primeras décadas del siglo XX. Sus notas sobre el cubismo, el futurismo y el surrealismo, escritas en Europa, donde vivió entre 1919 y 1923, son muy ilustrativas de ese vanguardismo que, unido a su permanente defensa de la autonomía intelectual y artística, lo emparenta con Gramsci y Trotski. 

 Justamente hablando del futurismo italiano, liderado por Filippo Tomasso Marinetti, Mariátegui sostenía que no había nada que reprochar a la politización de aquel movimiento artístico, ya que la lucha política era propia de todas las vanguardias. Pero también llamaba a “reírse del carácter falso, literario y artificial, saturado de sentimiento conservador” del programa político de Marinetti. Su aproximación al fascismo, según Mariátegui, no invalidaba el gesto revolucionario de la estética futurista. 

 En la antología Aventura y revolución mundial. Escritos alrededor del viaje (2023), recientemente editada por el Fondo de Cultura Económica, con selección y prólogo del historiador argentino Martín Bergel, se reúnen algunos ensayos poco conocidos de Mariátegui sobre el fascismo. Viviendo en Roma, entre 1921 y 1922, el peruano llegó a ser un testigo privilegiado del ascenso al poder de Benito Mussolini. 

 Otra vez, el autonomismo intelectual llevaba a Mariátegui a disculpar el expansionismo africano del poeta Gabriele D’Anunzio y su “aventura caballeresca y quijotesca” de la República de Fiume, aunque destacaba que esa empresa, más ética que política, podía entenderse lo mismo con las ideas revolucionarias de Bombacci que con las reaccionarias de Aosta. 

Quien le parecía execrable al peruano no era el poeta D’Anunzio sino su mal discípulo Mussolini, aunque le reconocía un “talento polémico”. Ya en 1921, antes de la llegada de Mussolini a la presidencia del Consejo de Ministros, Italia es para el marxista peruano un escenario de guerra civil, entre nuevos güelfos y nuevos gibelinos: los fascistas y los socialistas. Ambos operaban en el inframundo de la política italiana, que sólo en la superficie aparecía capitaneada por líderes como Nitti y Gioberti. 

Con una visión extraordinaria, Mariátegui definiría desde entonces la lucha entre fascismo y socialismo como una de las claves del siglo XX europeo. El fascismo era, según el marxista peruano, una “milicia civil antirrevolucionaria”. Bajo el liderazgo de Mussolini pasó de una prolongación del militarismo de la Gran Guerra a una “ofensiva de las clases burguesas contra las clases proletarias”. 

De ahí que junto a la exaltación del nacionalismo y el imperialismo italianos adquiriese un fuerte acento antisocialista y anticomunista. Por debajo de la civilidad partidista, fascistas y socialistas libraban una batalla campal, en la que los primeros llevaban la iniciativa: incendiaban cámaras de trabajo, empastelaban las imprentas de publicaciones obreras, golpeaban a líderes socialistas. 

El fascismo era la “acción ilegal” de la derecha contra la posible “acción ilegal” de la revolución socialista. Pero Mariátegui, que había participado en el Congreso Nacional Socialista de Livorno, en 1921, pensaba que la izquierda debía concentrar su energía en la toma del poder. La violencia revolucionaria no era descartable por principio, pero sí debía diferenciarse del terrorismo por medio de una racionalidad política destinada a la conquista del Estado.

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