Con frecuencia nos quejamos de la desactualización del debate sobre Cuba y su literatura en medios mexicanos y latinoamericanos. Cuando algún suplemento literario toca el tema, reaparecen los grandes apellidos de hace sesenta años (Carpentier, Guillén, Lezama…) o se concentra la visión de la literatura cubana en los pocos autores consolidados en grandes editoriales iberoamericanas como Tusquets y Alfaguara.
Por eso es tan promisorio que el Instituto de Investigaciones Filológicas y la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, junto con la editorial Rialta, afincada en Querétaro, hayan organizado unas jornadas académicas sobre “narrativa cubana reciente”, que ofreció un panorama más actual de lo que se está escribiendo en Cuba en los últimos años.
El evento, liderado por la profesora e investigadora Ivonne Sánchez Becerril, tocó muy diversos aspectos de la producción literaria cubana actual, su transformación ante la emergencia de los medios digitales y sus estrategias de apertura o rebasamiento del mercado propiamente nacional, controlado por las editoriales del Estado.
Las ponencias presentadas en la UNAM abordaron obras de autoras y autores con muy escasa circulación en México y América Latina. Esa desconexión es resultado tanto de la persistencia de la política cultural cubana en sus énfasis ideológicos, especialmente, en la promoción de sus símbolos e ideas en la región, como de una falta de audacia de las editoriales iberoamericanas para cruzar esa frontera imaginaria y apostar por las nuevas poéticas de la isla.
Edinson Aladino, profesor de la Universidad de Puebla, abordó el caso de Fumando espero (2003), la novela de Jorge Ángel Pérez, un buen ejemplo de renovación estilística que no se tradujo en una mayor proyección de la nueva literatura cubana en América Latina. La novela, que recreaba el exilio de Virgilio Piñera en Argentina, antes de la Revolución cubana, capta muy bien las obsesiones de la nueva escritura de la isla.
Julio Rojas, de la UNAM, trabajó otra novela, El hijo del héroe (2017) de Karla Suárez, tal vez más conocida por su edición en el Fondo de Cultura Económica. La ficción de Suárez se interna en uno de los dramas silenciados de la historia cubana reciente: la prolongada guerra de Angola, en la que intervinieron decenas de miles de soldados de la isla.
Christopher Cortés Gómez, también de la UNAM, se ocupó de la llamada Generación Cero (Orlando Luis Pardo, Ahmel Echevarría, Jorge Enrique Lage, Legna Rodríguez Iglesias, Jamila Medina…), que crecientemente ha llamado la atención de la crítica, especialmente en el mundo académico de Estados Unidos, pero que circula muy precariamente en México y América Latina.
En el evento también se debatió la obra de María Elena Llana, Lorenzo Lunar, Maielis González Fernández, Anna Lidia Vega Serova, Dazra Novak y Elaine Vilar Madruga, de distintas generaciones de la isla. Hubo, por supuesto, intervenciones sobre autores mejor instalados en el mercado, como Reinaldo Arenas, Leonardo Padura o Pedro Juan Gutiérrez, pero el foco de atención estuvo puesto en una producción literaria con menos visibilidad.
En la conferencia magistral de la profesora Mabel Cuesta, de la Universidad Houston, se pudieron constatar algunos de los mecanismos que han decidido la mayor o menor visibilidad de autores y obras en la administración de la literatura cubana, como la homofobia o el machismo que, junto con las diversas modalidades racistas, han tenido un peso considerable en la cultura de la isla.
Una mesa con editores de proyectos independientes de la última diáspora, encabezada por Carlos Aníbal Alonso de Rialta, Waldo Pérez Cino de Almenara y Pablo de Cuba de Casa Vacía, permitió comprender mejor las dificultades que enfrenta una nueva generación de escritores, que ya no es prioridad para el Estado cubano y que tampoco accede al mercado iberoamericano.