Nacido en 1958, ha publicado en medios internacionales reconocidos como New Left Review, Times Literary Supplement y The Moscow Times y es referido en el campo intelectual latinoamericano por su excelente libro Los intelectuales y el Estado soviético (2005), que publicó la editorial Prometeo en Buenos Aires.
No creo que exista una historia más completa de la gran transformación cultural de la perestroika y la glasnost en la antigua URSS, como la producida por aquel libro.
Una de sus conclusiones, que hoy parece profecía cumplida, es que el “fin de la intelligentsia soviética” produjo, bajo la supuesta modernización “liberal” de los 90, un reciclaje del nacionalismo cultural ruso decimonónico, con todos los elementos xenófobos, racistas, conservadores y antisemitas, que le eran afines.
El régimen de Vladimir Putin y su ideología neonacionalista son el desenlace de aquella mutación cultural.
Kagarlitsky, como la mayoría de disidentes socialistas de su generación, que no se reconvirtió al nuevo nacionalismo, rechaza el conservadurismo cultural y el revisionismo histórico de Putin, cuya premisa es una exaltación del viejo imperio de los Románov, especialmente del periodo reformista del primer ministro Piotr Stolypin, y una denigración de la Revolución bolchevique y de las figuras de Lenin y Trotski.
Desde el Instituto para la Globalización y los Movimientos Sociales, que encabeza en Moscú, este académico ha destacado como una de las voces críticas de esa política cultural revisionista, personalmente impulsada por Putin. Al iniciar la invasión de Ucrania, el 24 de febrero de 2022, que venía anticipando desde la anexión de Crimea en 2014, el académico entendió que el nuevo movimiento de Putin era coherente con una visión profundamente antisoviética, que el nuevo caudillo del Kremlin heredó directamente del grupo neoliberal de Boris Yeltsin.
Desde entonces, el estudioso ha hecho diversas intervenciones en publicaciones occidentales de izquierda, en las que alerta sobre el poderoso despliegue de un nuevo imperialismo ruso contra nacionalidades del centro y el este de Europa. Esta nueva versión del paneslavismo, según Kagarlitsky, carecería del espíritu culturalmente dialógico que intentaron imprimirle los liberales rusos del XIX y los bolcheviques del XX.
Por pensar lo que piensa y escribir lo que escribe, Boris Kagarlitsky ha sido encarcelado en Moscú, donde enfrenta cargos infundados de “terrorismo”, a partir de sus críticas más que razonables a la escalada rusa en Ucrania. Es muy probable que pase siete años de cárcel, tan sólo por ejercer el derecho a cuestionar una política de Estado desde las reglas del campo académico de las ciencias sociales.
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