La adaptación del clásico de Collodi y de Disney se ambienta ahora en la época que siguió a la Gran Guerra en Italia y al ascenso del fascismo. La aldea de Geppetto se ve envuelta en la trama de militarismo, nacionalismo e intolerancia religiosa que introdujo el proyecto fascista en Europa. El niño de madera crece en la bifurcación de una aldea conservadora y un circo delirante, que crean una falsa división del bien y el mal.
Mientras en la aldea Pinocho vive la desolación de Geppetto, quien con grandes esfuerzos intenta reparar el Cristo de la iglesia, mutilado por las bombas, en el circo es testigo de la ruindad del utilitarismo y la ambición. Ambos espacios, el pueblo y el circo, se superponen en el film como estaciones de un mundo decadente, que poco a poco deriva hacia la forzada homogeneidad del totalitarismo.
Pinocho aprende rápido las terribles consecuencias de sus mentiras y, en el momento decisivo, será capaz de utilizarlas para salvar a los suyos.
La escena en que son engullidos por la ballena y deben sobrevivir en el vientre del monstruo marino recuerda el pasaje bíblico de Jonás. En las entrañas del monstruo, Jonás recibe el encargo de orar y predicar para conceder la salvación a Nínive, una ciudad consumida por el vicio y la perdición como la aldea de Geppetto.
Una revelación similar tiene Pinocho, quien improvisa un puente con sus mentiras, para liberar a sus amigos y devolverlos a la tierra.
En la versión de Del Toro y Gustafson, Pinocho es un sobreviviente de Mussolini y las camisas negras, pero también del Leviatán, que simboliza la ballena. Moby Dick (1851) de Herman Melville fue escriba años antes del Pinocchio de Collodi, con un mensaje parecido en torno a la posibilidad de sobrevivir al mal.
El nuevo Pinocho vence al Leviatán en todas sus formas, ya que entierra a sus seres queridos y vive alejado de la ciudad: el lugar de la mentira y la postverdad.
Las mentiras de Pinocho aparecen como ritos de aprendizaje que lo llevan a identificar y superar las formas más perversas del engaño, especialmente las que provienen del Estado, los ejércitos, las iglesias y las burocracias.
El culto a la personalidad, el militarismo y el racismo son atributos del experimento fascista de Mussolini, pero también de todos los totalitarismos y autoritarismos desde entonces. Lo que denuncia esta versión de Pinocchio no es la mentira infantil del sobreviviente sino la postverdad del caudillo: llámese Trump u Orbán, Bolsonaro o Maduro, Putin u Ortega.
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