En América Latina y el Caribe, como en otras zonas postcoloniales, los nacionalismos locales y regionales suelen ser inagotables. Esos nacionalismos, ideológicamente tan diversos como las sociedades mismas, se empaquetan con facilidad en marcas de consumo retórico masivo. Los poderes vernáculos, armados de un antimperialismo y un nativismo vulgares, reproducen estereotipos racistas, machistas, excluyentes y xenofóbicos en nombre de “identidades nacionales” que se presentan como eternas e inamovibles.
Es por ello tan bienvenida y saludable la aparición de un libro como La invención de Nuestra América (Siglo XXI, 2021) de Carlos Altamirano, historiador argentino. Altamirano formó parte del grupo fundador de la legendaria revista Punto de vista, junto con Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo. Su obra ensayística ha sido fundamental para pensar críticamente las relaciones entre literatura y política en Argentina, pero también para impulsar la disciplina de la historia intelectual, desde la Universidad de Quilmes y la revista Prismas.
Si en su libro anterior, Para un programa de historia intelectual (2015), Altamirano delineaba las rutas de avance de la nueva historia de las ideas en la región, en este ensayo establece las premisas del estudio de los discursos sobre la identidad latinoamericana y caribeña. Parte el historiador por reconocer que los intentos de definición de una identidad colectiva, para toda la América al sur de Estados Unidos, surgen en el siglo XVIII. Por lo que ese empeño de dos siglos debe ser historiado.
El “gran desvelo” de definir la identidad de “Nuestra América” –un término que generalmente se atribuye al cubano José Martí pero que, de acuerdo a un estudio clásico de Sara Almarza, era utilizado desde los siglos XVII y XVIII y se encuentra en Miranda y en Bolívar- pasó, según Altamirano, por las diversas fases del pensamiento regional. Tuvo un momento criollo, patriótico e ilustrado antes de la independencia, luego fue abordado desde perspectivas republicanas, liberales y conservadoras en el siglo XIX y en la pasada centuria suscitó aproximaciones desde todas las ideologías, de izquierda o derecha.
El afán de atrapar conceptualmente lo singular de Nuestra América pasó por teorías del criollismo y del mestizaje, por el trasfondo religioso católico o por la clave civilizatoria latina, por el antimperialismo republicano o socialista, por el arielismo de José Enrique Rodó o el calibanismo de Roberto Fernández Retamar. De Andrés Bello a Pedro Henríquez Ureña se intentó capturar aquella identidad desde la literatura; de José Vasconcelos a Leopoldo Zea desde la filosofía; de Simón Bolívar a José Martí desde la política.
Observa Altamirano que ha habido momentos de mayor o menor intensidad en el “nuestroamericanismo”. La época de las independencias, el contexto de la guerra de 1898, que enfrentó a España y Estados Unidos por el control del Caribe, la Revolución Mexicana o la Revolución Cubana serían coyunturas de activación del discurso identitario. El recorrido que propone este libro es un oportuno llamado de atención contra las fórmulas demagógicas sobre lo latinoamericano y lo caribeño que se lanzan, de tanto en tanto, en la política regional, desconociendo una larga tradición.
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