El sobrino, que interpreta el actor Lucas Hedges, pregunta a una de las amigas de la escritora por la vida antes de los dispositivos electrónicos y las redes sociales. Una de ellas, el personaje de Dianne Wiest, le dice para su asombro que no hay mayor diferencia entre el mundo de la radio y la televisión y el de los iPhones, Facebook o Twitter. No hay mayor diferencia, dice, porque la naturaleza humana sigue siendo la misma, tan depredadora entonces como ahora.
He recordado la escena al conocer la noticia del Premio Cervantes a la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi. Desde su temprano libro de relatos, Viviendo (1963), se hizo notable en ella la búsqueda de una familiaridad bajo el orden moderno, que anunciaba una poderosa resistencia en medio del cambio. Cuando Peri Rossi se exilió, vísperas de la dictadura uruguaya, aquella resistencia se encauzó a favor de la adaptación a la “diáspora”, concepto que ganó presencia en su poesía.
En Los museos abandonados (1969), otro libro de relatos, se hablaba de “extraños objetos voladores”, y en antologías de cuentos posteriores, que admiró Julio Cortázar, se interesó en temas que de diversas maneras glosaban la supervivencia tras todo tipo de cataclismos: geológicos, biológicos o políticos. Como tantos exiliados que huyeron de dictaduras, no para volver sino para sumar un éxodo a otro, Peri Rossi desarrolló una poética del exilio que ofrece muchas lecciones para una época de tantos desplazamientos como el siglo XXI.
Esa poética se condensa en Estado de exilio (2003), la antología que publicó Visor, y que reúne su obra lírica desde 1972. Allí relaciona el exilio, una vez más, con la cultura material del escenario tecnológico de fines del XX y el cambio de siglo. El exilio se dirime en una cabina telefónica, donde el aparato se traga las monedas, o en una “dialéctica de viajes” que hace de cada partida una pérdida y de cada llegada un recomienzo.
En la conversación entre Dianne Wiest y Lucas Hedges, ambos concuerdan que aquellas mujeres de fines del siglo XX son como dinosaurios replicantes. Nessies de goma, como el que hemos visto flotando en el lago de Glasgow, que han traspasado el umbral del cambio de siglo, con toda su sabiduría analógica y el recuerdo intacto de viejas batallas emancipatorias. No hay melancolía en esa mirada sino exposición de una permanencia en el cambio.
Pero tal vez sea Playstation (2009), cuaderno también publicado por Visor, la obra de Cristina Peri Rossi donde leemos de manera más compacta ese arte de sobrevivir. En el poemario, los sueños, como en El benefactor (1963), la primera novela de Susan Sontag, se repiten una y otra vez, con el paso de los años, aunque sean siempre igual de perturbadores. Una canción de Ricardo Cocciante se escucha década tras década aunque cambie el escenario y el medio: Montevideo o Barcelona, un viejo televisor en blanco y negro, una reproductora de casetes o el canal de YouTube en la computadora.
Entre las tantas cosas que se repiten en aquel poemario están las bibliotecas, que se reinventan casi exactas en cada permuta, los espejos ovalados o las viejas voces patriarcales que, desde la infancia, llamaban a “formar una familia”. También se repiten los televisores, los radios y los tocadiscos, aunque a veces irrumpe un nuevo artefacto, como la consola del PlayStation, que los desplaza. La imagen de la poeta convaleciente, jugando con su PlayStation, capta la conmovedora personalidad de esta escritora.
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