A diferencia de otros autores como Ernest Gellner o Anthony Smith, que enmarcaron sus estudios del nacionalismo en Europa, Anderson dio mucha importancia a la historia de las Américas, tanto de Estados Unidos como de América Latina. De este lado del mundo observaba el surgimiento de naciones postcoloniales que desde el siglo XIX se afirmaron frente a los grandes imperios atlánticos, como en el centro y este de Europa se habían afirmado frente a Rusia, Prusia o Austria.
Las naciones y los nacionalismos americanos aceleraron las fracturas de imperios como el español y el británico, en esta orilla del Atlántico, o cambiaron la sede de la monarquía católica portuguesa. Aquellas naciones, desde Estados Unidos hasta Argentina, eran nuevas, no estaban dadas desde el periodo de expansión del Estado absolutista entre los siglos XVI y XVIII.
Esa idea de la identidad nacional como construcción, que apelaba al papel de la “imaginación” y de la “invención” de las élites letradas locales, llegó a ser muy popular, aunque desató resistencias en los nacionalismos tradicionales que persisten hasta hoy.
En América Latina y el Caribe, especialmente en la izquierda, siguen existiendo actores políticos que piensan las identidades nacionales como algo fijo e inmutable desde los tiempos de los padres fundadores de las repúblicas en el siglo XIX.
En sus memorias Una vida más allá de las fronteras (2016), que apareció en inglés al año de su muerte, Anderson recuerda que no hubiera alcanzado esa visión de los nacionalismos subalternos sin una vida peregrina, que lo llevó de China, donde nació, a California y a Irlanda, donde estudió, a Tailandia, Indonesia y Filipinas, donde investigó.
Su carrera académica comenzó en Cornell, a fines de los 50, como especialista en el Sudeste asiático de la mano de George Kahin, autor del clásico Nationalism and Revolution in Indonesia (1951).
La obra académica de Anderson corre paralela a los procesos de descolonización en Asia y, en buena medida, se nutre de la transformación de antiguas fronteras imperiales en nuevas naciones modernas. Su espléndido estudio sobre Filipinas, Under Three Flags. Anarquism and Anticolonial Imagination (2007) reconstruyó la vida de José Rizal, el escritor y patriota filipino, siguiendo la pista a las conexiones entre independentismo y anarquismo, que también cultivaron líderes nacionalistas del Caribe como el puertorriqueño Ramón Emeterio Betances y el cubano José Martí.
Las memorias de Anderson contienen pasajes muy aleccionadores sobre la relación con su hermano menor, el importante teórico marxista de la New Left Review, Perry Anderson. Dice en un momento Anderson que “tuvo la fortuna de contar con un hermano un poco menor y más inteligente” que lo puso en contacto con el brillante grupo de la NLR: E. P. Thompson, Eric Hobsbawm o Tom Nairn, cuyo estudio sobre los nacionalismos europeos fue decisivo para la elaboración de Comunidades imaginadas.
Con mezcla de humildad, generosidad y genuina admiración, Anderson sostiene que sin los libros de su hermano sobre el feudalismo y el absolutismo europeos y sin el contacto con los marxistas de la NLR su obra no hubiera dado el salto del nacionalismo al internacionalismo que se observa en Bajo tres banderas. Un internacionalismo que lo llevó a traspasar fronteras en la vida y en la obra.
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