Estos son días de releer las crónicas de Norman Mailer, en Harper’s Magazine y otros medios, sobre las convenciones republicanas y demócratas de 1968 y 1972. Miami y el sitio de Chicago (1968) y St. George and the Godfather (1972) parecen libros de la mayor actualidad, ya que el personaje central de aquellos textos es Richard Nixon, presidente de la “ley y el orden” que Donald Trump está asumiendo como modelo en su campaña de reelección.
Mailer era un escritor astuto y perspicaz que, a pesar de no ocultar su apoyo al partido demócrata, podía escribir retratos amables de algún republicano, como Nelson Rockefeller, el gobernador de Nueva York, candidato en las primarias de 1968. Su adhesión a Robert Kennedy, asesinado en junio de aquel año, era conocida, pero no le impidió hacer semblanzas favorables de George McGovern, tanto en las primarias de 1968 como en las elecciones de 1972, en las que ese senador de Dakota del Sur ganó la nominación.
En la convención republicana de Miami, en 1968, Mailer advirtió la fuerza que podía alcanzar un discurso autoritario y conservador en medio de la fractura de la sociedad norteamericana frente a la guerra de Viet Nam, la lucha por los derechos civiles y la emergencia de una juventud libertaria, nucleada en torno a las comunidades hippies o a las bases del Youth International Party: los yippies de Paul Krassner, Tom Hayden y Abbie Hoffman, que cercaron la convención demócrata de Chicago en 1968.
Mailer no escondía su desprecio por Reagan (“su aspecto era el de alguien que teme por su esternón, como si su plexo solar fuera frágil y un golpe pudiera derribarlo como a un pescado en el suelo”) y se burlaba de la falta de simpatía de Nixon, quien semejaba un “misionero repartiendo biblias entre los urdu”. Pero no subestimaba la persuasión de la religiosidad política de la derecha en un momento en que, al decir de John Updike, Estados Unidos era “abandonado por Dios”.
Los asesinatos de Martin Luther King, Malcolm X y Bobby Kennedy, la guerra de Viet Nam y la represión de los movimientos negro y hippie, habían propiciado un imaginario apocalíptico. Los republicanos, a juicio de Mailer, podían vender una recuperación de la “fe en América”. El vendedor de biblias podía vencer en la contienda, sobre todo, si se reparaba en la profunda división que fragmentaba a las izquierdas.
En la convención demócrata de Chicago, Mailer constató que Hubert Humphrey, ex vicepresidente y candidato presidencial, era una marioneta de Lyndon B. Johnson, quien se veía más interesado en perder que en ganar. En su primera intervención dijo, a propósito de la guerra de Viet Nam, que no “venía a repudiar al presidente de Estados Unidos” y que el “gran obstáculo para la paz no estaba en Washington sino en Hanoi”. Eugene McCarthy y George McGovern eran mucho más claros en su oposición a la guerra, pero el establishment ya había endosado a Humphrey.
A aquella división contribuían también los hippies y los yippies. Mailer simpatizaba con el Manifiesto de Lincoln Park, típico de la Nueva Izquierda, donde se demandaba, además del fin de la guerra y la liberación del black panther Huey Newton, la legalización de la marihuana y todas las drogas psicodélicas, el desarme generalizado, la abolición del dinero, el fin de la contaminación y el amor libre. Pero concluía que los yippies no se percataban de que su “entrada a toda máquina en la utopía”, sonaba como “locura al buen americano medio”.
El fracaso de los demócratas se reeditó en 1972, a pesar de contar con la candidatura más sólida de McGovern. El padrino de la mafia conservadora venció al San Jorge de la Capadocia liberal. Medio siglo después, puede repetirse la historia. La pesadilla de una reelección de Donald Trump desvela el sueño americano. Que no suceda depende de la unidad de los demócratas, la cual sólo sería posible si el programa de Joe Biden logra reconstruir una alianza electoral parecida a la de Barack Obama. No será fácil porque Biden y los demócratas parecen reticentes a abrirse a las demandas más radicales de quienes pueden decidir la contienda en noviembre.
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