Recordaba Louis Althusser que Lenin declinó una invitación de Máximo Gorki, en Capri, para debatir temas filosóficos con los otzovistas, porque, a juicio del bolchevique, “la filosofía divide mientras la política une”. Althusser cambió la fórmula y sostuvo que no era la política sino la ciencia la que podía unir a los hombres.
En estos días de pandemia comprobamos que tanto la filosofía como la política dividen. Todos, filósofos y políticos, llaman a la unidad y la solidaridad, a la acción coordinada y fraterna contra una plaga que no distingue entre clases, razas, género o nacionalidad. Pero por debajo del tono salvador, unos y otros usan el virus para hacer avanzar sus teorías o sus prioridades de gobierno u oposición.
El italiano Giorgio Agamben, autor de clásicos del pensamiento contemporáneo como Homo sacer (1998) y Lo que queda de Auschwitz (2000), ha visto el coronavirus como subterfugio para la normalización del estado de emergencia. El francés Jean-Luc Nancy, amigo de Jacques Derrida, y, como Agamben, pensador de la comunidad y la soberanía, rechazó la lectura del italiano en un texto para el blog Antinomie.
Pareció a Nancy que Agamben minimizaba la letalidad del Covid-19, que equipara a cualquier gripa. El francés advertía a su colega que aún no existe cura para el coronavirus y aprovechaba para cuestionar la premisa filosófica de la biopolítica. Terció entonces en la polémica otro filósofo italiano, Roberto Esposito, que en su obra dialoga constantemente con ambos, Agamben y Nancy.
Según Esposito, Nancy carga con prejuicios contra la biopolítica heredados de Foucault y, sobre todo, de Derrida, pero coincide con él en que hay que comprender la pandemia en su especificidad global, sin analogías fáciles con epidemias previas. La plaga es real, no una invención, y las cuarentenas, las restricciones de movimiento y el monitoreo digital de infectados nada tienen que ver con campos de concentración.
En otra latitud del pensamiento, la neomarxista, el virus también divide. Slavoj Zizek no ve la pandemia como una amenaza que contribuirá a normalizar el estado de excepción sino como un “golpe tipo Kill Bill al capitalismo” que, luego de una reacción nacionalista y xenófoba, despertará el comunismo dormido de la juventud pro Bernie.
No excluye de ese golpe a ningún capitalismo, el americano o el europeo, el chino o el ruso, con lo cual se coloca más allá de tanto “socialista” latinoamericano que ve a Beijing y Moscú como garantes del bloque bolivariano. En su respuesta a Zizek, el surcoreano afincado en Berlín, Byung-Chul Han, sostiene que no hay que esperar tal revolución viral.
Han sabe de lo que habla y llama a abandonar esos reflejos apocalípticos y utópicos, que anuncian el desplome del capitalismo. Nada más hay que ver las reacciones de los estados para sospechar que saldremos de esta con más autoritarismo y más capitalismo –esa mezcla es el siglo XXI-, aunque con algunas vueltas a Keynes.
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