Lionel Shriver es una escritora cosmopolita, nacida en North Carolina, que gracias al periodismo ha vivido en ciudades tan distintas como Nairobi, Belfast, Bangkok y Londres. Se puede haber vivido siempre en Estados Unidos, como Ray Bradbury o Philip K. Dick, y desarrollar una mirada distópica sobre esa nación. Pero a Shriver la distancia le refuerza una perspectiva orwelliana sobre su país, que es de agradecer en tiempos narcisistas.
Ya en novelas anteriores como Tenemos que hablar de Kevin (2005), llevada al cine por Lynne Ramsay, o Big Brother (2014), Shriver había dejado entrever una vocación mordaz, que desarmaba el idilio de la familia americana. En su más reciente, Los Mandible. Una familia: 2029-2047 (Anagrama, 2017), la escritora lleva esa vocación al extremo de una perfecta antiutopía americana, que vislumbra los estragos de la pandemia.
Corre el año 2029 y Estados Unidos es gobernado por un presidente de origen hispano, de apellido Alvarado, como el célebre gobernador de Yucatán en tiempos de la Revolución Mexicana. A Alvarado le toca enfrentar una serie de catástrofes: hackeo total de los servicios de internet por potencias extranjeras, crac financiero, devaluación del dólar y ascendente apreciación del “báncor”, una “falsa divisa artificial”, creada por los “líderes que envidian el poder, el prestigio y el éxito de la gran nación americana”.
La debacle, en el centenario redondo de la gran depresión de 1929, hace que Estados Unidos se precipite en el Tercer Mundo en unos meses. El “báncor” comienza a desplazar al dólar en las grandes transacciones financieras, la fuga de capitales se desata y, primero las grandes familias ricas del país, y luego la clase media y trabajadora, comienzan a emigrar. Unos a Europa; otros a China o Japón; los más pobres a México y América Latina.
Es el mundo al revés y algunas familias, como los Mandible, persisten en mantener a flote sus redes afectivas y liturgias civiles, aunque con no pocas restricciones. Confinados en el espacio doméstico, las charlas se han vuelto centralmente económicas. En el desayuno o la cena de lo que se habla es de la caída de la bolsa, la desdolarización, los rastros del Madicaid y el Madicare, el desplome de la Reserva Federal y Wall Street, la hiperinflación y la escasez.
En una de aquellas reuniones familiares, alguien, medio en broma y medio en serio, sugiere que un negocio lucrativo, a la altura del desastre, sería ofrecer asesorías para la emergencia. Por ejemplo, asesorar a quienes “quieren proteger su carrera de la destrucción del mundo tal como lo conocemos”. Ayudarlos a “elegir fondos mutuos que inviertan con la vista puesta en el Día del Juicio, la inundación de todas las ciudades costeras del planeta, a causa de la subida del nivel mar, la guerra nuclear y una plaga incurable”.
Dos décadas después de esa segunda y fulminante depresión de 2029, los hijos de aquella generación desgarrada por la ruina y el éxodo comienzan a recuperar algo de lo mucho que perdieron. Algunos logran reconquistar los apartamentos en que nacieron, en Manhattan o East Flatbush, Brooklyn, tras acreditar que cuentan con un empleo solvente. El país ha dado vueltas y vueltas desde 2029: los republicanos se han radicalizado hasta el fascismo y los demócratas hasta el socialismo. En algún momento, ambas corrientes se han vuelto intercambiables.
La economía empieza a reconfigurarse a partir de cero, luego de que un “nuevo dólar”, revalorizado por el “báncor”, logra estabilizar las finanzas. La nación parece reconstruirse lentamente, pero algo hace sospechar que el riesgo está a la vuelta de la esquina. Entre el tedio y la inseguridad, algunos prefieren emigrar internamente, hacia el Estado Libre de Nevada, que se ha independizado de Washington. Allí el impuesto fijo, en 2064, ha subido a un 11%, pero el mundo está peor: Indonesia ha invadido Australia y Rusia ha anexado Alaska.
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