Guillermo de la Mora ha traducido para El Cultural de La Razón en México algunas entradas de Emil Cioran en sus Cahiers de L'Herne. Hay dos, en especial, que captan el pensamiento contradictorio del escritor y filósofo rumano. En uno de los fragmentos, Cioran exalta el género del panfleto que ve personificado en textos de Joseph de Maistre como Cartas sobre la Inquisición española y Del Papa. Los panfletos, dice Cioran, son "libros injustos, parciales y apasionados, libros de tesis indefendibles en los que la única realidad contenida se debe a la estrechez empecinada del punto de vista" de su autor. Cioran confesaba su adoración por ese tipo de panfleto y su desprecio por los "libros objetivos":
"Un libro objetivo muere de sus verdades, sucumbe a ellas, bajo su razón; el tiempo no cuenta. Siendo sus verdades aceptadas, desaparece con ellas, pierde todo interés a fuerza de pruebas, como producto del sentido común y la reflexión. Sus autores no nos intrigan: desaparecen en el documento".
Pero en oposición a su gusto por "los panfletos, las apologías, los sistemas epilépticos y las construcciones delirantes", Cioran, en un fragmento posterior, define el estilo como resultado de una escritura laboriosa, sometida a la permanente "mediación del lenguaje" y a la "vigilancia del escrúpulo". Para lograr un estilo, dice Cioran, es "preciso proceder con el mismo escrúpulo y seriedad que aplicamos a nuestras determinaciones morales". No hay logro del estilo sin ese momento de pánico en que un autor, frente a uno de sus manuscritos, siente que la retórica ha desvirtuado el sentido del texto.
En otro fragmento más, dedicado a Heidegger, Cioran reconocía haber imitado de joven, mientras vivía en Bucarest, el estilo del gran filósofo alemán. Al exiliarse en Francia y entrar en contacto con la obra de George Simmel, Cioran decía haber descubierto la "probidad", propia de todo gran estilo y más común en la filosofía francesa que en la alemana. Simmel, decía Cioran, pudo haber sido francés. La afición heideggeriana por la invención de palabras "hasta la provocación o hasta el vértigo" era, justamente, lo contrario del estilo. Esa tentación demiúrgica podía ser provechosa en el filósofo pero no en el escritor.
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