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Cabe a Andrés Manuel López Obrador el mérito de haber regresado al centro
del debate nacional el tema de la corrupción. Durante toda su campaña el
presidente no pareció hablar de otra cosa: la corrupción era, a su juicio, el
mal de males de la política mexicana. Todo lo dañino en el país –la
desigualdad, la pobreza, la violencia, el autoritarismo, los fraudes, la represión…-
tenía que ver con un sistema de corruptelas instaurado durante décadas.
¿Cuáles eran las fuentes
intelectuales de esa convicción? El presidente citaba constantemente a Benito
Juárez y, eventualmente, al poeta católico tabasqueño Carlos Pellicer. Pero lo
cierto es que hay, en el pensamiento mexicano, evidencias más actuales y
accesibles de una preocupación por el tema. Pienso en los estudios de Carlos
Elizondo Mayer-Serra o Fernando Escalante y en los ensayos de Gabriel Zaid, que
felizmente ha rescatado la editorial Debate.
En 1978 publicó Zaid su muy
citado ensayo “Por una ciencia de la mordida” en Vuelta. Allí el escritor proponía, ya no una ciencia, sino
“dexiología” (dexis, mordida en
griego) de la mordida que implicaba una radiografía del sistema de sobornos que
sustentaba la relación de los ciudadanos con la autoridad en México. Para Zaid
la mordida no era sólo la conocida transacción con el policía para evitar la
multa sino la práctica generalizada de extorsiones que convertían la vida
pública mexicana en un embrollo patrimonialista.
En otros ensayos posteriores,
incluidos ahora en El poder corrompe (Debate,
2019), Zaid estudió la campaña de “renovación moral” emprendida por Miguel de
la Madrid o la “paz comprada” y la “república simulada” que siguieron al
colapso del salinismo, la crisis económica, el magnicidio de Luis Donaldo
Colosio y el levantamiento neozapatista de 1994. En uno de sus ensayos de
mediados de los 90, justo cuando arrancaban las reformas del sexenio de Ernesto
Zedillo, Zaid sostenía que “la corrupción era eliminable”.
No se refería el escritor a
toda la corrupción sino, específicamente, a la corrupción como “sistema de
organización política”. La forma de lograrlo no había que inventarla, estaba en
las propias leyes: aplicar el Estado de derecho, la división de poderes, la
autonomía del ministerio público y la institucionalidad democrática sin
excepciones. El sistema mexicano, según Zaid, era corrupto porque actuaba como
“un Estado de derecho sujeto a excepciones negociables en privado”.
Para Zaid, la corrupción
política era eliminable pero confundirla con la corrupción “moral” o
“personal”, es decir, prometer “cambiar el género humano” o “llegar al paraíso
en la tierra”, era demagógico y, por tanto, parte de la corrupción misma. Otra
diferencia entre las ideas sobre la corrupción de López Obrador y Zaid era que
mientras el primero asociaba ese vicio con el periodo neoliberal, el segundo lo
remontaba al sistema de partido hegemónico y presidencialismo inacotado de la
post-Revolución.
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