La más reciente entrega del Premio Princesa de Asturias en Humanidades
favoreció al sociólogo cubano-americano Alejandro Portes. No hace mucho tuvimos
a Portes en el CIDE, en conferencia sobre la emigración latinoamericana a
Estados Unidos, junto a los colegas Jorge Durand y Carlos Heredia. Me tocó hacer
la presentación del académico y no encontré mejor fórmula que la de “observador
de diásporas”.
Cuando a Portes y otros
intelectuales nacidos en Cuba, aunque radicados por mucho tiempo en Estados
Unidos, se les llama “cubano-americanos”, no pocos suponen que sus obras versan
únicamente sobre la diáspora insular. La obra de Portes, sin embargo, no trata
sólo sobre la inmigración cubana en Estados Unidos, aunque sea uno de sus temas
centrales.
Desde su temprano estudio, Latin Journey: Cuban and Mexican Inmigration
in the United States (1985), a este sociólogo graduado de la Universidad de
Wisconsin, en Madison, le interesó comparar al exilio cubano con otras experiencias
migratorias como la mexicana. Su clásico City
on the Edge. The Transformation of Miami (1993), con Alex Stepick, narra la
mutación de esa ciudad de la Florida a fines del siglo XX, cuando el enclave
cubano comenzó a ser rebasado por una urbe más heterogénea, donde se juntaban
múltiples diásporas: la haitiana, la puertorriqueña, la salvadoreña, la
nicaragüense y, más recientemente, la venezolana.
Con Rubén Rumbaut, Portes
publicó un estudio que sintetiza esa mirada simultánea a todas las diásporas: Inmigrant America. A Portrait, que en 2014 llegó a una cuarta edición.
Allí, ambos sociólogos hacían un análisis compacto de la inmigración global en
Estados Unidos, desde fines del siglo XIX. Por los precisos cuadros y gráficas de
aquel volumen desfilaban millones de polacos, irlandeses e italianos; chinos, vietnamitas y coreanos;
mexicanos, puertorriqueños y centroamericanos.
En todos sus libros, Portes
no sólo cuenta migrantes, también los describe cualitativamente a razón de sus
ingresos, profesiones, educación o cultura. Un aspecto que le atrae
poderosamente es la exploración del tipo de identidad étnica o nacional que
refleja el sentimiento de pertenencia de cada diáspora. En otro estudio
realizado con Rumbaut, Legacies. The
Story of the Inmigrant Second Generation (2001), comparaba a los hijos de
inmigrantes de lugares tan diversos como el Caribe y el Sudeste Asiático y
entrelazaba las historias de varias mujeres, hijas de cubanos, nicaragüenses,
haitianos y jamaiquinos, residentes en Miami.
Su último libro, Spanish Legacies (2016), con Rosa Aparicio
y William Haller, traslada el mismo enfoque longitudinal a la segunda
generación de migrantes globales en España. Jóvenes de Ecuador, Marruecos o
Rumanía, radicados en diversas ciudades de la península, se analizan como casos
de identidades migratorias, similares a las que este observador de diásporas ha
visto, durante décadas, en Estados Unidos.
Lo mismo en Estados Unidos que en España, dos naciones con estados y regímenes políticos sumamente distintos, Portes encuentra formas de adaptación y resistencias de los migrantes que gravitan hacia el biculturalismo, el bilingüismo y, en los casos de la misma lengua, como los jamaiquinos y otros antillanos de las West Indies en Miami o los latinoamericanos en Madrid, al doble acento. La integración de los migrantes al nuevo espacio nacional, especialmente en la segunda generación, posee una fuerte demanda de diversidad cultural que favorece el pluralismo civil de los países receptores.
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