El Centro Levada, una institución rusa de estudios sociológicos
independientes, acaba de reportar el mayor ascenso de la añoranza por la Unión
Soviética entre los habitantes de Rusia, después de la caída del Muro de Berlín.
Un 66% de los rusos, ocho puntos más que el año pasado, lamenta que la URSS
haya colapsado en 1991 y quiere regresar a un sistema similar, que le asegure
derechos sociales básicos. Esta vez no es el deseo de pertenecer a una “gran
potencia” lo que dispara la nostalgia.
La mayoría de los nostálgicos
son personas cercanas a la edad de retiro, que ven amenazadas las garantías de
una vejez digna, luego de la aprobación de una nueva ley de pensiones impulsada
por el gobierno de Vladimir Putin. Se trata de la última porción de la
ciudadanía rusa que vivió a plenitud el pasado soviético y que, probablemente,
apoyó las reformas de Mijaíl Gorbachov en los 80 y la reorganización de ese
gran estado en los 90, encabezada por Boris Yeltsin.
Hace unos diez años, cuando
aquella nostalgia rondaba el 50%, el fenómeno podía relacionarse con el ascenso
del liderazgo de Vladimir Putin. Sin embargo, los sociólogos del Centro Levada
observan que quienes extrañan hoy los tiempos de la Unión Soviética son, en su
mayoría, personas desencantadas con la figura de Putin. El putinismo,
recordemos, es una corriente política nacionalista que se contrapone al
proyecto soviético en más de un sentido.
El joven historiador
mexicano, Rainer Matos Franco, ha estudiado esa nostalgia en su libro Limbos rojizos (2018), recientemente
editado por El Colegio de México. Matos Franco llama la atención sobre las
ambivalentes relaciones entre dicha nostalgia y la fuerza política real del
comunismo bajo la hegemonía de Putin y su partido Rusia Unida. Mientras en
1999, cuando arrancaba el liderazgo putinista, los comunistas moderados o
radicales controlaban cerca de un 35% de la Duma o parlamento, en 2011 habían
bajado a menos del 20% y en 2016 a menos del 15%.
En lo que va del siglo XXI,
la hegemonía de Putin ha experimentado un ascenso oscilante. En 2007 los
“partidos del Kremlin” representaban el 64. 3% del parlamento, en 2011 el 49.
3% y en 2016 el 54.2%. Según diversos analistas, si las elecciones fueran hoy,
el putinismo vería mermada su mayoría, lo que tal vez explique el intento de
Putin de escalar el conflicto con Europa y Estados Unidos, como una forma de
activar su base social nacionalista.
De manera que la nostalgia
por la URSS no está directamente relacionada con el comunismo ni con el
putinismo. Como fenómeno de la memoria colectiva, nos dice Franco Matos
siguiendo al sociólogo francés Maurice Halbwachs, la nostalgia es un
sentimiento de vuelta a un pasado que ya no es, que nunca será, y que en buena
medida se presenta idealizado e inalcanzable. Se trata, en resumidas cuentas,
de la ubicación de la sociedad ideal o la utopía en el pasado, no en el futuro.
Algo similar a la
“retrotopía” descrita por el pensador polaco Zygmunt Bauman en uno de sus
últimos libros. La nostalgia por el comunismo o por la Unión Soviética en Rusia
tal vez tenga poco ver con la experiencia histórica concreta del socialismo
real. Su reacción va dirigida, fundamentalmente, contra un presente que cancela
la posibilidad de un futuro alternativo. Ese cierre de todo escenario utópico,
como advertía Bauman, se vive lo mismo bajo cualquier democracia occidental que
bajo el autoritarismo ruso.
De ahí que, como sugiere
Matos Franco, el verdadero dilema resida en el tipo de “politización de la
nostalgia” que pueda articularse. Putin fue eficaz en su conducción del
malestar de los rusos con la transición post-comunista. A los nuevos políticos
rusos corresponderá hacerse cargo de la incomodidad creciente con el
autoritarismo putinista, que se refleja en la añoranza por un sistema que
tampoco garantizaba la satisfacción de los derechos sociales básicos y que,
para colmo, disolvía la sociedad civil en el Estado.
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