Libros del crepúsculo

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jueves, 27 de diciembre de 2018

Nostalgia del comunismo


El Centro Levada, una institución rusa de estudios sociológicos independientes, acaba de reportar el mayor ascenso de la añoranza por la Unión Soviética entre los habitantes de Rusia, después de la caída del Muro de Berlín. Un 66% de los rusos, ocho puntos más que el año pasado, lamenta que la URSS haya colapsado en 1991 y quiere regresar a un sistema similar, que le asegure derechos sociales básicos. Esta vez no es el deseo de pertenecer a una “gran potencia” lo que dispara la nostalgia.
         La mayoría de los nostálgicos son personas cercanas a la edad de retiro, que ven amenazadas las garantías de una vejez digna, luego de la aprobación de una nueva ley de pensiones impulsada por el gobierno de Vladimir Putin. Se trata de la última porción de la ciudadanía rusa que vivió a plenitud el pasado soviético y que, probablemente, apoyó las reformas de Mijaíl Gorbachov en los 80 y la reorganización de ese gran estado en los 90, encabezada por Boris Yeltsin.
         Hace unos diez años, cuando aquella nostalgia rondaba el 50%, el fenómeno podía relacionarse con el ascenso del liderazgo de Vladimir Putin. Sin embargo, los sociólogos del Centro Levada observan que quienes extrañan hoy los tiempos de la Unión Soviética son, en su mayoría, personas desencantadas con la figura de Putin. El putinismo, recordemos, es una corriente política nacionalista que se contrapone al proyecto soviético en más de un sentido.
         El joven historiador mexicano, Rainer Matos Franco, ha estudiado esa nostalgia en su libro Limbos rojizos (2018), recientemente editado por El Colegio de México. Matos Franco llama la atención sobre las ambivalentes relaciones entre dicha nostalgia y la fuerza política real del comunismo bajo la hegemonía de Putin y su partido Rusia Unida. Mientras en 1999, cuando arrancaba el liderazgo putinista, los comunistas moderados o radicales controlaban cerca de un 35% de la Duma o parlamento, en 2011 habían bajado a menos del 20% y en 2016 a menos del 15%.
         En lo que va del siglo XXI, la hegemonía de Putin ha experimentado un ascenso oscilante. En 2007 los “partidos del Kremlin” representaban el 64. 3% del parlamento, en 2011 el 49. 3% y en 2016 el 54.2%. Según diversos analistas, si las elecciones fueran hoy, el putinismo vería mermada su mayoría, lo que tal vez explique el intento de Putin de escalar el conflicto con Europa y Estados Unidos, como una forma de activar su base social nacionalista.
         De manera que la nostalgia por la URSS no está directamente relacionada con el comunismo ni con el putinismo. Como fenómeno de la memoria colectiva, nos dice Franco Matos siguiendo al sociólogo francés Maurice Halbwachs, la nostalgia es un sentimiento de vuelta a un pasado que ya no es, que nunca será, y que en buena medida se presenta idealizado e inalcanzable. Se trata, en resumidas cuentas, de la ubicación de la sociedad ideal o la utopía en el pasado, no en el futuro.
         Algo similar a la “retrotopía” descrita por el pensador polaco Zygmunt Bauman en uno de sus últimos libros. La nostalgia por el comunismo o por la Unión Soviética en Rusia tal vez tenga poco ver con la experiencia histórica concreta del socialismo real. Su reacción va dirigida, fundamentalmente, contra un presente que cancela la posibilidad de un futuro alternativo. Ese cierre de todo escenario utópico, como advertía Bauman, se vive lo mismo bajo cualquier democracia occidental que bajo el autoritarismo ruso.
         De ahí que, como sugiere Matos Franco, el verdadero dilema resida en el tipo de “politización de la nostalgia” que pueda articularse. Putin fue eficaz en su conducción del malestar de los rusos con la transición post-comunista. A los nuevos políticos rusos corresponderá hacerse cargo de la incomodidad creciente con el autoritarismo putinista, que se refleja en la añoranza por un sistema que tampoco garantizaba la satisfacción de los derechos sociales básicos y que, para colmo, disolvía la sociedad civil en el Estado.



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