No hay aquí digresiones personales del autor,
quien aparece muy poco, cuando pasea por las playas de Dunkerque o cuando
visita la cárcel del Altiplano. Tampoco hay monólogos filosóficos, ni tesis
sobre los límites de la ficción: lo que leemos, de principio a fin, es un
cúmulo de testimonios sobre la impunidad en México, a partir del caso de la
supuesta “banda del Zodiaco” de Israel Vallarta y Florence Cassez. Una
radiografía áspera del sistema de seguridad y justicia en México, donde la
tortura, el soborno y la complicidad de los medios son regla y no excepción.
Tal vez la factura de esta novela tenga que ver
más con el viejo género testimonial de la literatura latinoamericana que con la
nueva “novela sin ficción”. Pienso en antecedentes como Operación masacre (1957) del argentino Rodolfo Walsh -que algunos
quieren ver como adelanto del new
journalism de Wolfe, Capote y Mailer, en Estados Unidos- o, más cerca, en La noche de Tlateloloco (1968) de Elena
Poniatowska. En Una novela criminal hay
la misma falta de distanciamiento, el mismo acceso epidérmico a la
documentación de una injusticia.
Mejor dicho, no de una injusticia sino de dos: la
del secuestro de las víctimas reales –no de las “supuestas”- y la del arresto y
procesamiento irregular de quienes no tuvieron que ver –o tuvieron que ver muy
poco- con aquellos plagios de hace una década. Volpi está convencido de la
inocencia de Cassez y, aunque sugiere que Vallarta pudo ser un chivo
expiatorio, no descarta alguna implicación del dueño del rancho “Las Chinitas”
en la ola de secuestros.
Como el documental Presunto culpable (2008), de los abogados Roberto Hernández y Layda
Negrete, esta novela desnuda la infinita cadena de arbitrariedades, que corroe
el sistema penal mexicano: declaraciones contradictorias y forzadas a base de
torturas y amenazas; detenciones extrajudiciales; colusión entre empresarios,
políticos, abogados, jueces y policías; presos que no han sido juzgados e
indiciados que permanecen en libertad; expedientes que se abultan y se vuelven
inmanejables, luego de tantas manipulaciones.
A este entramado sombrío, el caso de Florence
Cassez agregó el pugilato narcisista de dos presidentes, Nicolás Sarkozy y
Felipe Calderón, que no perdieron la oportunidad de legitimarse con el trofeo
de la nación. El choque diplomático entre Francia y México, en aquellos años,
fue tan ridículo como irresponsable, ya que cubrió simbólicamente las fallas
del sistema judicial mexicano y el racismo y la arrogancia de unos y otros.
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