Jorge Ferrer, escritor cubano exiliado en
Barcelona, ha traducido para la editorial Acantilado un ensayo del pensador
ruso Vasili Rózanov, titulado El
apocalipsis de nuestro tiempo (1918). Se trata de un conjunto de notas de
un intelectual del ancien régimen,
que ve precipitarse a Rusia en la que llama, con resignada ironía, “nuestra
Revolución”. Rózanov concibió aquel libro como una suerte de diario o revista,
muy parecida a lo que hoy sería la bitácora de un blog electrónico, en la que
se glosan algunos fenómenos del bolchevismo en el poder.
Fenómenos
tan disímiles como el “desteñimiento de la antigua Rusia”, la moralidad
nihilista, la paz de Brest-Litovsk, la crisis del cristianismo, el ingreso de
la intelectualidad judía al bolchevismo, el incremento de las tarifas postales
o la pérdida de influencia de Dostoievski y Tolstoi entre los jóvenes eran comentados
como síntomas del apocalipsis. Mientras observaba el naufragio de la vieja Rusia,
el escritor releía los Evangelios en busca de una imagen precisa de las
revelaciones de San Juan.
Los
Evangelios, con sus intrincadas alegorías, servían de poco para pensar el
apocalipsis de la Revolución. ¿Qué quería decir San Juan con aquella señal,
aparecida en el cielo, de una mujer “vestida de sol, con la luna bajo sus pies,
y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”? Tal vez, dice Rózanov, que “el
momento mismo del parto humano ocupa el centro de la cosmogonía cristiana”.
Pero cuando Jesús dice que hay “tres o cuatro tipos de eunucos”, incluidos
aquellos que “se hacen eunucos a sí mismos por causa del reino de los cielos”,
simplemente, “no comprendemos absolutamente nada, salvo que pudo haberse
ahorrado sus palabras”.
La
lectura de los Evangelios, en el primer año de la Revolución rusa, es un acto
de resistencia, pero también una guía para la comprensión del desastre. Las
imágenes del apocalipsis son insustituibles a la hora de sumar, a la decadencia
moral del cristianismo, los primeros indicios de la construcción de un Estado
ateo en el corazón del mundo eslavo. El apocalipsis, según Rózanov, se deja ver
en la “repugnante faz de Lenin”, en las “arengas insolentes” de los
bolcheviques contra el gran duque Mijaíl Aleksándrovich Románov, hermano del
Zar Nicolás II, y, sobre todo, en el ascenso del socialismo judío.
Rózanov
es uno de esos tantos pensadores reaccionarios de la derecha europea, de
principios del siglo XX, que mezcló anticomunismo y antisemitismo. Su lectura
ofrece la otra cara del reciente centenario de la Revolución de Octubre. Pero
el antisemitismo de Rózanov estaba subordinado al anticomunismo. Los judíos,
decía, eran “el pueblo más cultivado de Europa”, “los hombres más refinados de
una Europa que es vulgar”. El entusiasmo de muchos socialistas judíos por la
Revolución rusa, sin embargo, le parecía odioso, al punto de creer detectar en
esa alianza el principio del fin del experimento bolchevique.
“Los
judíos. Detesto su vínculo con la Revolución, aunque, por otra parte, se trata
de un vínculo positivo, porque esa relación de los judíos con la Revolución y
el hecho de estén fagocitándola harán que ésta se destiña, que acabe en una
sucesión de pogromos y se diluya en la nada”. En la contraportada del volumen
se dice que la lectura de Rózanov fue “profética” y que su crónica de los
orígenes de la Revolución rusa fue “visionaria”. Pero a juzgar por la historia
del siglo XX fue lo contrario: el comunismo arraigó en la Unión Soviética,
mientras que el socialismo judío fue liquidado, no por la contrarrevolución
blanca, sino por el camarada Stalin.
Magnífica lectura, Rafa. ¡Gracias!
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