Libros del crepúsculo

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miércoles, 9 de mayo de 2018

Dos intelectuales orgánicos del populismo clásico


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Entre los múltiples intelectuales adscritos con mayor o menor profundidad a los primeros gobiernos de Getulio Vargas, en los años 30, y al lanzamiento del Estado Novo en los años 40, destaca el abogado, sociólogo y economista Almir Bonfim de Andrade (1911-1991). Este escritor estudió derecho en la Universidad de Río de Janeiro y, a principios de los 30, estuvo ligado a los círculos “integralistas” o filofascistas de publicaciones como el Jornal do Brasil y, sobre todo, A Razao de Sao Paulo, dirigido por Plinio Salgado, futuro jefe de la Acción Integralista Brasileira (AIB), principal asociación del fascismo suramericano. Como observa Helio Trindade, en su clásico estudio sobre el “integralismo”, en los años 20 y 30, la crisis del liberalismo y, específicamente, de la vieja república brasileña, produjo una aproximación al fascismo de actores intelectuales y políticos que no provenían de la derecha católica nacionalista sino de una izquierda vanguardista y liberal, desencantada con el republicanismo oligárquico.
            Para fines de los 30, Andrade era profesor de la Facultad de Derecho en Río y colaboraba con los planes de capacitación de maestros del Ministerio de Educación varguista, ya para entonces encabezado por Gustavo Capamena. Fue ahí que entró en contacto con la medicina y la psicología social de André Omdrebane, profesor de la Sorbona, invitado a Brasil a fines de los 30. A través de Capamena y del Ministro de Justicia, Francisco Luís da Silva Campos, Andrade se relacionó con el director del Departamento de Imprenta y Propaganda (DIP) del Estado Novo, Lourival Fontes, quien le ofreció la dirección de la revista Cultura política, principal plataforma ideológica del varguismo. Por medio de una política editorial cuidadosa y, a la vez, comprometida, Andrade atrajo hacia aquella revista a figuras de gran prestigio intelectual, como Glberto Freyre, Graciliano Ramos y Nelson Werneck Sodré, que originalmente habían estado distanciados u opuestos al varguismo. En 1943, gracias a su desempeño al frente de Cultura política, Andrade pasó a ser director de la Agencia Nacional de publicidad del Estado Novo.
          Las ideas de Andrade se van perfilando en los años 30 como una reacción contra el giro antipositivista del pensamiento occidental desde fines del XIX, que ve personificado en Friedrich Nietzsche, Henri Bergson y Sigmund Freud. A la refutación del dualismo "consciente-insconsciente" de Freud, dedicó Andrade uno de sus primeros libros, A Verdade contra Freud (1933). Luego, a fines de los 30, tras la promulgación de la Constitución de 1937, proyectó aquella crítica al dualismo por medio de la aproximación a la antropología y la sociología funcionalista, especialmente en la variante historicista de Franz Boas, que veía impulsada por Gilberto Freyre. Ya desde su ensayo Aspetos da cultura brasileira (1939), Andrade inició una línea de comprensión de la realidad brasileña, que llamará "totalitaria", por medio de una ponderación equilibrada de lo que, muy en sintonía con el cubano Fernando Ortiz, llamaba "factores humanos" de la cultura: la economía, las razas, las clases, la sociedad, la política, las artes y las ciencias.
        La "revolución" que Vargas y el Estado Novo llevaban adelante en Brasil, según Andrade y su revista Cultura política, era "evolutiva". Algo muy parecido a lo que sostendrán Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959) y el grupo Forja (Fuerza de Orientación Radical dela Juventud Argentina), en el vecino país surameticano, por los mismos años. El grupo Forja apoyó el levantamiento militar de junio de 1943, que llevaría a Juan Domingo Perón al gobierno, primero como Secretario de Trabajo y Previsión Social y luego como presidente. Scalabrini, que inicialmente rechazó el golpe, jugó un papel decisivo en la conceptualización del régimen populista argentino como "revolucionario". Una revolución esencialmente reformista, que compartía el sentido "orgánico" o "integrador" del varguismo, pero que se diferenciaba de éste por un tipo de nacionalismo antibritánico y antinorteamericano, que nunca tuvo tanto peso en Brasil.
        Scalabrini escribió algunas de las más encendidas denuncias de los intereses británicos en Argentina, como Política británica en el Río de la Plata (1934), y una Historia de los ferrocarriles argentinos (1940), que llamaba desde sus primeras páginas a una recuperación, para el Estado, de los principales recursos naturales y empresas de servicios públicos del país. Ya con Perón en el gobierno, Scalabrini, que era un poeta menor, escribió genuinos panfletos, como Tierra sin nada, tierra de profetas (1946), Yrigoyen y Perón: identidad de una línea histórica (1948) o Perspectivas para una esperanza argentina (1950), que presentaban el peronismo como una aurora de redención, que dada sentido a la vida de los argentinos, antes desorientados por una larga experiencia colonial. Los ensayos de Scalabrini Ortiz partían de una perspectiva antiliberal, que lo llevó a cuestionar muy severamente a la tradición de Sarmiento, Alberdi y Mitre y a valorar positivamente la figura de Juan Manuel de Rosas, dando pie al revisionismo nacionalista que marca buena parte de la historiografía argentina a mediados del siglo XX.






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