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Huellas tempranas del
lenguaje aprista y de la herencia ideológica de la Revolución Mexicana se leen en las cartas de
1926 de Augusto César Sandino, en las que recuerda la gesta del gran país mesoamericano, o en un
temprano manifiesto, de julio de 1927, desde el Mineral de San Albino, en Nueva
Segovia, donde se dirigía a “los nicaragüenses, a los centroamericanos y la
Raza Indohispana”. La defensa de la integridad de la nación nicaragüense era más que suficiente
para reclamar la legitimidad de la Revolución: “el vínculo de nacionalidad me
da el derecho a asumir la responsabilidad de mis actos, sin importarme que los
pesimistas y los cobardes me den el título que a su calidad de eunucos más le
acomoda”. El nacionalismo completaba el liberalismo, ya que la lucha contra el ocupante
extranjero depuraba moralmente el bando revolucionario: “la revolución
liberal está en pie y hoy más que nunca está fortalecida porque sólo quedarán
en ella los elementos que han dejado aquilatado el valor y abnegación de que se
halla revestido todo liberal”.
Como en
México, subsistía entonces en Centroamérica un liberalismo decimonónico que,
mezclado con el patriotismo agrario y el honor militar, convertía al Ejército
en una institución proclive a la ideología revolucionaria. En Sandino, esa
ideología era constantemente revestida por una retórica moralista, que asociaba
el intervencionismo con el saqueo de los recursos naturales, el contrabando de minerales y
el robo de la riqueza nacional. Con nombre y apellidos, el líder nicaragüense
denunciaba a los empresarios norteamericanos: “el americano Alexander, que vive
en Murra, Departamento de Segovia, tiene varios años de ser contrabandista de oro,
lo cual le produce pingües utilidades, para darse una vida regalada de Nabab,
extorsionando al proletariado minero”. O
Chas Butters, “americano, que tiene vatios años de hacerse llamar dueño de la
mina de San Albino, defraudador del salario de mis compatriotas, a quienes
obliga a trabajar doce horas diarias, pagándoles vales de desde cinco pesos a
un centavo”. En la lucha, Sandino tuteaba al “invasor aventurero” y lo maldecía por
“pirata”, como en su famosa carta al capitán de los marines G. D. Hatfield:
¿Quién eres tú miserable lacayo de
Wall Street, que con tanto descaro amenazas a los hijos legítimos de mi patria,
así como a mí? ¿Acaso crees que están en el corazón de África, para venirnos a
imponer tu capricho por el solo hecho de que eres sicario de Coolidge. No,
degenerado pirata; tú no puedes decir ni quien es tu padre, ni cuál es tu
legitimo idioma… O te llenas de gloria matando a un patriota, o te haré morder
el lodo tal como lo demuestra el sello oficial de mi ejército.
Sandino hacía constantes llamados a la lucha “a sus hermanos
de raza” y postulaba un marco integrador o supraclasista para el nacionalismo
revolucionario: “todo nicaragüense verdaderamente patriota está obligado a
defender voluntariamente el decoro de la nación”. Pero también sugería una cultura de clase, en frases que certificaban el apoyo
que comenzaba a recibir de la izquierda comunista norteamericana, europea y,
sobre todo, latinoamericana, a través de los Comités Manos Fuera de Nicaragua,
en los que, como ha estudiado Daniel Kersffeld, jugaron un papel central el cubano Julio Antonio Mella, el
peruano Jacobo Hurwitz y la Liga Antimperialista de las Américas. Escribía
Sandino en 1927: “para mí no quiero nada; soy artesano, mi martillo repercute
en el yunque a gran distancia, y habla todos los idiomas en materia de trabajo.
No deseo nada, sólo la redención de la clase obrera”. Acto seguido, reiteraba su “fe en Dios” y esgrimía el argumento de la “raza
indo-hispana”, para reforzar el enunciado nativista, que llegaba a extremos
retóricos como el siguiente:
Venid gleba de morfinómanos, venid a
asesinarnos a nuestra propia tierra, que yo os espero a pie firme al frente de
mis patriotas soldados, sin importante el número de vosotros; pero tened
presente que cuando esto suceda, con la obstrucción de vuestra grandeza
trepidará el Capitolio de Washington, enrojeciendo con nuestra sangre la esfera
blanca que corona vuestra famosa White
House, antro donde maquináis vuestros crímenes.
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