Como han estudiado Victor y Lazar Jeifets, en tres meses de 1924 la actividad de Haya de la Torre en la URSS fue
febril. Participó en el famoso congreso del Comintern, en el Kremlin, pero también
en el IV Congreso de la Internacional de la Juventud Comunista y se entrevistó
con la viuda de Lenin, Nadiezhda Krupskaia, y otros líderes bolcheviques como
Bujarin, Stirner, Frunze y Radek. Entre todas sus semblanzas de aquellos
dirigentes, la más favorable fue, sin duda, la que dedicó a León Trotsky. En
algún momento del viaje, Haya se enfermó de los bronquios, se trasladó a un
balneario en Crimea y luego se fue a Suiza, a encontrarse con Romain Rolland. Allí, en
Leysin, en diciembre de 1924, escribió aquel retrato de Trotsky, que puede
leerse como un vislumbre de la pugna con Stalin y de la futura disidencia del
marxista ucraniano.
La misma tarde que Haya llegó a
Moscú conoció a Trotsky en el lobby del hotel Lux. Allí el peruano constata el entusiasmo
que el líder despierta entre los más jóvenes revolucionarios rusos y advierte
que, a diferencia de otros dirigentes, que comienzan a remedar el rancio
burocratismo zarista, Trotsky tiene un trato accesible y franco. Llega a decir Haya que ya en 1924 “Trotsky libraba una batalla decisiva en el
seno del Partido Comunista soviético”, tras los ataques en su contra de Rikov y
otros jerarcas, en el Congreso Mundial de ese año, donde emergió el
antisemitismo de un sector del primer bolchevismo. El marxista ucraniano, al decir de Haya, se defendía con una oratoria
“magnetizante y electrizante”, que “modulaba maravillosamente el tono de su
voz” y “controlaba perfectamente la potencia de su impulso vocal”, como las
“llaves de un órgano”, llegando a ser “bajo profundo y clarín
metálico”. A pesar de esos dones intelectuales y oratorios y de la lealtad que le
profesaban los más jóvenes bolcheviques, Haya piensa, en el invierno de 1924,
que la causa de Trotsky “está perdida”.
En sus escritos sobre la Revolución
bolchevique Haya demuestra un conocimiento exhaustivo sobre los problemas
económicos y diplomáticos del nuevo Estado socialista. Valora positivamente la
NEP y defiende, en la línea de Trotsky, la necesidad de un debate de ideas
abierto en la construcción del nuevo orden. Con Anatoli Lunacharski el peruano discutió el tema de la literatura y el papel
de los escritores en el socialismo, que tanto interés despertaba en el
movimiento estudiantil latinoamericano y, en especial, en la Universidad
Popular González Prada. Lunacharski le dijo a Haya que en la URSS se estaba
planteando un conflicto entre los escritores más comprometidos con el
proletariado, defensores de un lenguaje “clásico”, y aquellos escritores de
clase media o clase alta, seguidores de las corrientes vanguardistas, entre los
que mencionaba a Boris Parternak y Boris Pilniak, que se interesaban en el
“habla popular” o en el “lenguaje de la calle actual”.
En la conversación, se hace evidente
que mientras Haya siente curiosidad por los segundos, Lunacharski se muestra
favorable al uso del lenguaje clásico en la literatura obrera. A Haya le llama
la atención que el comisario cultural hable con tanta pasión de la literatura
del Siglo de Oro español (Cervantes, Lope, Calderón…), que situaba en un lugar
privilegiado de sus “lecciones populares sobre literatura occidental”. Algunos de aquellos escritores, más comprometidos con la causa proletaria, como
Máximo Gorki, Alexei Tolstoy, Konstantín Fedin, Nikolai Tíjonov o Alexander
Fadéyev, terminarían ajustándose al paradigma del realismo socialista en los
años 30.
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