En la reciente antología de
entrevistas, cartas y artículos, Opiniones
contundentes (2017), editada por Anagrama, se lee con más claridad la política
de Nabokov. En mayo de 1962 el Festival Internacional de Edimburgo anunció un
encuentro de escritores. El London Times
publicó la lista de invitados, dentro de la que figuraban Vladimir Nabokov,
Jean Paul Sartre, Bertrand Russell y, por si fuera poco, Iliá Ehrenburg, uno de
los mayores propagandistas de la Unión Soviética en Occidente, que había
recibido de manos de Stalin el Premio Lenin de la Paz en 1952. Al leer la
noticia, Nabokov escribió una carta al London
Times en la que decía que “jamás accedería a participar en ningún festival
ni congreso” con esos colegas y que “sentía una suprema indiferencia hacia los
problemas del escritor y el futuro de la novela”, tema del debate en Edimburgo.
Pero en 1967 se publicó en The Sunday Times un artículo que acusaba
al padre de Nabokov, Vladimir Dimitrievich Nabokov, y a todos los emigrados
rusos de reaccionarios y conservadores. El escritor envió una carta de protesta
al diario londinense en la que recordaba que las investigaciones realizadas en
Berlín, tras el asesinato de su padre, en 1922, concluyeron que el atentado
había sido obra de monarquistas rusos, de extrema derecha, coordinados por
Vasily Biskupky y Piotr Shabelsky-Bork, quien luego se asociaría con el
ideólogo del nazismo Alfred Rosenberg. Nabokov padre murió intentando salvar la
vida de Pavel Miliukov, verdadero blanco del atentado, que había sido Primer
Ministro del Gobierno Provisional en 1917.
Luego de establecer que “a su
padre le disparó un monárquico porque sospechaba que era demasiado
izquierdoso”, Nabokov hacía una defensa vehemente del liberalismo ruso de la
Revolución de febrero y, en especial, del Partido Constitucional Democrático de
Rusia, los llamados kadetes. Agregaba
que la ideología de su padre era el “liberalismo clásico de Europa Occidental”
y recordaba que en su larga trayectoria como abogado y periodista, en
publicaciones como Rech y, luego, Rul, durante el breve exilio alemán,
había actuado siempre a favor de los derechos de asociación y expresión, contra
la censura y contra el antisemitismo, en ascenso en Rusia y toda Europa a
principios del siglo XX.
La carta de Nabokov sobre su
padre, en el Sunday Times, en enero
del 67, adelanta algunos pasajes de su autobiografía, Habla, memoria, aparecida
ese mismo año. En ambos textos reitera Nabokov que el liberalismo de la
Revolución de febrero constituyó lo mejor del exilio antibolchevique en Berlín
y París. Un exilio que, a su juicio, no se podía confundir con el “monarquismo
de los reaccionarios recalcitrantes, los grupos de las Centurias Negras, los
incondicionales de nuevos y mejores dictadores, turbios periodistas que
afirmaban que el nombre verdadero de Kerenski era Kirschbaum, nazis en ciernes,
fascistas auténticos, progromistas y agents-provocateurs”.
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