Libros del crepúsculo
sábado, 25 de noviembre de 2017
Abusar de las Kristevas y las Sontags
Hoy, en El Cultural de La Razón, Daniel Rodríguez Barrón reseña el libro póstumo del admirado ensayista mexicano, Sergio González Rodríguez, Premio Anagrama de Ensayo 2014, fallecido en abril de este año. El libro se titula Teoría novelada de mí mismo (2017) y no lo publica Anagrama, como sus ensayos emblemáticos -El centauro en el paisaje (1992), Huesos en el desierto (2003), El hombre sin cabeza (2009) o Campo de guerra (2014)- sino Penguin Random House. Más que unas memorias, el libro parece ser un autorretrato, un inventario de lecturas, obsesiones, miradas fijas o desviadas, que servirían de guía al lector de sus ensayos.
González Rodríguez no fue nunca un ensayista académico: su vida en el periodismo lo protegió de los rituales y las asperezas del texto profesoral. Aún así, Rodríguez Barrón encuentra que, por momentos, su prosa se abría demasiado a referencias o citas de pensadores admirados. Si esa era una limitación del ensayista mexicano, a juicio del reseñista, qué decir de quienes incursionamos en el ensayo desde la academia. La referencia o la cita, utilizadas con moderación, son inevitables, como forma de orientación en el orbe caótico de las ideas.
Más que un medio de protección o un temor a exponer la propia inteligencia, el acto de citar o glosar a un autor admirado, es una ubicación de sí en el desconcierto ideológico, una seña de identidad en medio de la confusión valorativa que crece desde fines del siglo XX. Reconozco en el gesto de González Rodríguez, de autorizar sus ideas con tesis de grandes filósofos occidentales, una marca de los 70 y los 80, cuando era inconcebible un pensar sin las coordenadas del marxismo, el psicoanálisis o el post-estructuralismo. En todo caso, vale la crítica de Rodríguez Barrón, en buena medida, como testimonio de que la nueva generación parece dejar atrás aquel "sentido trágico de la erudición", que tan bien describió el historiador Anthony Grafton:
"También es un ejercicio que tiene algo de protección. A veces, González Rodríguez abusa de las Kristeva y las Sontag, los Agamben y los Lacan, como si temiera a exponer sus propias teorías sin un supuesto marco crítico, digo supuesto porque en realidad lo suyo es el ensayo literario, libre, imaginativo y especulativo, donde esos espaldarazos (seamos serios: fuera del mundo de la imaginación y las ideas, ¿qué otra realidad tienen esos ídolos?) resultan innecesarios. Más aún, porque este libro es resultado de una experiencia interior, absolutamente personal y única, allí se encuentran todos sus aciertos, e intentar justificarlos es irrelevante para la literatura. Sin embargo -hay que decirlo todo- su gusto por la teoría era el gusto culpable del autodidacta que no se resigna a serlo, y quiere mostrar credenciales, que a la altura a la que había llegado y con su prestigio, eran innecesarias y estrictamente escolares".
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