Dentro de la enlutada tradición mexicana de literatura y terremoto, en prosa o en verso (Rulfo, Monsiváis, Poniatowska, Huerta, Villoro...), que tanto resuena desde el último 19 de septiembre, estos cuatro momentos del arranque de Miro la piedra (1986), inspirados en el sismo del 85, de José Emilio Pacheco, uno de los mayores poetas de esta gran ciudad.
Poesía de duelo, como nunca fue su prima hermana, la poesía volcánica de Heredia, Santos Chocano o el Dr. Atl, no hay aquí rastro de esa estetización de las ruinas, tan frecuente en otros testimonios literarios. El derrumbe es el derrumbe y la muerte, la muerte. La única belleza pronunciable es la del rescate de una vida. Por eso, como apunta hoy Juan Villoro en Reforma, el gesto de estos días es el puño en alto llamando al silencio, y, luego, con suerte, la celebración de alguien salvado de los escombros.
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De aquella parte de la ciudad que por derecho
de nacimiento y crecimiento, odio y amor
puedo llamar la mía (a sabiendas
de que nada es de nadie),
no queda piedra sobre piedra.
Esta que aquí no ves, que allí no está
Ni volverá a alzarse nunca, fue en otro mundo
La casa en que abrí los ojos.
La avenida que pueblan damnificados
Me enseñó a caminar.
Jugué en el parque
Hoy repleto de tiendas de campaña.
Terminó mi pasado.
Las ruinas se desploman en mi interior.
Siempre hay más, siempre hay más.
La caída no toca fondo.
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Ruego que me perdonen porque nunca encontraron
su rostro verdadero en el cuerpo de tantos
que ahora se desintegran en la fosa común
y dentro de nosotros siguen muriendo.
Muerto que no conozco, mujer desnuda
Sin más cara que el yeso funeral,
el sudario de los escombros, la última
cortesía del infinito desplome:
tú, el enterrado en vida; tú, mutilada;
tú que sobreviviste para sufrir
la inexpresable asfixia: perdón
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Para los que ayudaron, gratitud eterna, homenaje.
Cómo olvidar –joven desconocida, muchacho
anónimo,
anciano jubilado, madre de todos, héroes sin
nombre-
que ustedes fueron desde el primer minuto de
espanto
a detener la muerte con la sangre
de sus manos y de sus lágrimas;
con la certeza
de que el otro soy yo, yo soy el otro,
y tu dolor, mi prójimo lejano,
es mi más hondo sufrimiento
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Jamás aprenderemos a vivir
en la epopeya del estrago.
Nunca será posible aceptar lo ocurrido
hacer un pacto con el sismo,
olvidar a los que murieron.
Con piedras de las ruinas ¿vamos a hacer
otra ciudad, otro país, otra vida?
De otra manera seguirá el derrumbe.
Conmoverora! Gracias, Rafa por compartirla. En mi caso puedo aplicarla a la situación de Puerto Rico donde está parte de mi família,inclusive mi mujer que se fue antes de María para ayudar a sus padres. Sufró a México, a Cuba donde nací, a las Islas Vírgenes donde tengo amigos y a Puerto Rico donde hice mi vida. Estoy contigo, hermano. Un abrazo
ResponderEliminarJavier