La
experiencia de Illich en México, en los años 60 y 70, a través del Centro
Intercultural de Documentación (CIDOC) de Cuernavaca, propició el diálogo con
algunos intelectuales católicos mexicanos, como Gabriel Zaid y Javier Sicilia,
que en sus propios textos han admitido la deuda con el autor de El derecho al desempleo útil (2015).
Ahora el joven historiador mexicano Humberto Beck, recién graduado en la
Universidad de Princeton con una tesis sobre la filosofía de la historia
europea, dedica al pensamiento de Illich el ensayo Otra modernidad es posible (2017), editado por Malpaso.
El
glosario conceptual de Illich, en ensayos como La sociedad desescolarizada (1971), Energía y equidad (1974), Némesis
médica (1975) o Ecofilosofías (1984),
es muy parecido al de otros pensadores de la Guerra Fría, como los de la
Escuela de Frankfurt tardía o los teólogos de la liberación latinoamericana.
Beck destaca su interlocución con Paulo Freire, Peter Berger y Jürgen Habermas,
pero toda la obra de Illich podría entenderse como una lúcida invectiva contra
la modernidad, en un esfuerzo paralelo al de la filosofía post-estructuralista
y postmoderna en las últimas décadas del siglo XX.
Leyendo
a Beck confirmamos algo que, sólo en apariencia, sería contradictorio: todo el
gran pensamiento moderno es crítico de la modernidad. Descartes y Spinoza, Kant
y Rousseau, Marx y Weber fueron modernos antimodernos, si vale el oxímoron. No
antimodernos en el sentido reaccionario o conservador, que le atribuye Antoine
Compagnon, sino en el sentido de Marshall Berman: modernos que, sin abjurar de
los valores ilustrados, objetaron la deshumanización del industrialismo, el
imperio del consumo y el endiosamiento de la técnica.
En La convivencialidad (1973), Illich se
enfrentaba al tema habermasiano –una década antes de la Teoría de la acción comunicativa- de la contradicción entre
capitalismo y comunidad. Lo singular en Illich sería un enfrentamiento del
dilema sin las intransigencias al uso del marxismo vulgar o el neoliberalismo
despiadado. Beck advierte que, aunque la orientación del pensador era
fundamentalmente socialista, su intercambio con el liberalismo y el
republicanismo fue permanente. Esas tres corrientes de pensamiento político
formaban parte del mismo acervo o la misma tradición, sin los cuales “otra
modernidad” no sería “posible”.
En
la disputa interna, planteada por tres clásicos de la Escuela de Frankfurt –Dialéctica de la Ilustración (1947) de
Adorno y Horkheimer, El hombre
unidimensional (1964) de Marcuse y Teoría
de la acción comunicativa (1981) de Habermas-, Illich optaba por una
posición personal. Los cuatro pensadores tenían razón en sus críticas a la
racionalidad técnico-instrumental del capitalismo pero no alcanzaban a proponer
una “reconstrucción convivencial” de la
sociedad ni una “reivindicación de los ámbitos de comunidad”, indispensables
para una experiencia de lo moderno sin modernolatría.
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