Libros del crepúsculo
miércoles, 25 de enero de 2017
Los hermanos Goncourt y el arte del insulto
La colección Libros Magenta de la Secretaría de Cultura de México ha editado los diarios de 1863 de los hermanos Edmond y Jules de Goncourt, en traducción de Armando Pinto y prólogo de Gabriel Bernal Granados. Se trata de un documento único, que transporta al lector a los salones literarios franceses de la Belle Epoque. Todo está ahí: las grandes intuiciones, los juicios apresurados e injustos, pero también el decadentismo cortesano, la oposición al Segundo Imperio y las insulsas rivalidades que daban vida al cotilleo de un mundo literario, más oral que impreso. Los Diarios de los Goncourt, como casi todos los diarios, son la transcripción de una oralidad privada que fundaba la estimativa literaria hasta hace muy poco, antes de la era digital.
Es interesante observar la manera en que aquellos escritores, editores y críticos se relacionaban con el insulto. En una de las primeras entradas de 1863 dicen que "el insulto en el siglo XIX forma parte de la religión de los imbéciles" porque un crítico lanza "invectivas" contra el pintor rococó Boucher, a quien ellos admiraban. Pero unos días más adelante, son ellos mismos quienes se vuelven practicantes de la religión del desprecio: "he dicho que los imbéciles, soportables en el campo, son insoportables en París. No están en su medio. Es necesaria la provincia a los parientes: ese es su ambiente".
Con la nueva monarquía Bonaparte, los Goncourt tienen un vínculo ambivalente. Desprecian el imperio -"los tiranos imponen el vasallaje hasta en los gustos", dicen contra Napoleón III y se quejan de que la policía correccional los ha citado a ambos y a Gustave Flaubert por "ultraje a las costumbres"-, pero se fascinan con la cercanía de la princesa Matilda. A la mansión de ésta acuden siempre, entusiastas, a reunirse con Sainte-Beuve y Flaubert, que no se soportan mutuamente. Los Goncourt se sienten halagados por la buena impresión que causan en Sainte-Beuve y procuran la buena opinión del crítico, pero prefieren siempre a Flaubert.
He aquí una buena observación para tanto crítico enemigo de la historia: si algo molestaba a los Goncourt es que Sainte-Beuve, a pesar de su pasión por la biografía, fuera tan arbitrario en sus gustos literarios como caprichoso en sus valoraciones históricas. Cuando el crítico "despotricaba" contra historiadores como Michelet, de quien había tomado buena parte de la información biográfica para sus semblanzas de escritores franceses, no sonaba creíble. Preferían hablar de historia con Flaubert, un apasionado de los anales antiguos y modernos. Pero si contra Sainte-Beuve el odio de los Goncourt estaba contenido por la coquetería, contra Ernest Renan suelta sus riendas en forma de arte panfletario del insulto:
"Una cabeza de ternero que tiene los rubores, las callosidades, de un culo de simio. Es un hombre rechoncho, bajo, mal proporcionado, la cabeza sobre los hombros, de aspecto jorobado; la cabeza de animal tiene algo de puerco y elefante, los ojos pequeños, la nariz enorme y caída, toda la cara jaspeada de manchas y rubores. De este hombre malsano, mal proporcionado, feo con ganas, de una fealdad moral, sale una voz agria y falsa".
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