Libros del crepúsculo
sábado, 14 de enero de 2017
Los enemigos del ensayo
Va y viene, como en rachas. En tiempos aurorales, el ensayo gana adeptos con facilidad. Pero en los crepusculares, como el nuestro, los enemigos del género se alebrestan. En una época en la que el tecnicismo regresa por sus fueros y el espíritu de especialización, que hace un siglo denunciaban Bergson, Scheller y Heidegger, se adueña de las humanidades, resurgen las voces que llaman a desterrar al ensayo de la esfera pública. Lo que no parecen advertir los enemigos del ensayo es que casi todos sus argumentos ya fueron sostenidos por dos de las corrientes filosóficas más nefastas de la pasada centuria: el positivismo estrecho y el marxismo-leninismo ortodoxo, en buena medida, heredero de aquel.
Fueron, justamente, positivistas y marxistas de ese tipo los que se enfrentaron a Ortega en España, a Vasconcelos y a Reyes en México, a Henríquez Ureña en Argentina o a Mañach en Cuba. Recordemos tan sólo este último caso. ¿Qué era lo que Juan Marinello, Mirta Aguirre, José Antonio Portuondo o Carlos Rafael Rodrígez reprochaban a Jorge Mañach, Francisco Ichaso o Félix Lizaso? En esencia, que pudieran escribir un ensayo sobre cualquier tema: economía y política, arte y literatura, filosofía e historia. Muy pocas veces, que yo recuerde, aquellos ensayistas escribieron de economía, pero cuando lo hicieron, como en algunos artículos de Mañach en Diario de Marina o Bohemia, reafirmaron una mirada hacia las cuestiones económicas desde una perspectiva humanística.
Y es eso, precisamente, la aproximación a los grandes temas globales desde las humanidades, defendida con elocuencia singular por George Steiner, lo que molesta a los enemigos del ensayo. Pueden ser belleletristas, como los nostálgicos de la pureza de la alta literatura, tecnócratas cuantitativistas de las ciencias duras, panfletistas de medio pelo que, desde un pedacito de su pantalla de laptop, pontifican sobre la moralidad de cualquier discurso o fanáticos de la verdad comprobable en un laboratorio, pero todos, en el fondo, aborrecen de la flexibilidad epistemológica y de la sobriedad de estilo que caracteriza al ensayo.
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