Se llama ahora Ciudad de México y si el nombre hace la cosa deberíamos vivir en los orígenes de una nueva historia. Pero cuando se escriba la memoria cultural del DF difícilmente podrá prescindirse de la imagen construida por Roberto Bolaño: un inmigrante chileno que anduvo por aquí, en los mismos años que Carlos Monsiváis perfeccionaba la escritura de sus crónicas sobre esta urbe abigarrada e insólita. Cada gran ciudad tiene a un exiliado que la narra y Roberto Bolaño -exagerando un poco-, podría ser al DF de fines del siglo XX lo que José Martí al Nueva York de fines del XIX.
No se trata de un mero efecto de Los detectives salvajes (1998) sino de un procesamiento literario sostenido de la experiencia de Bolaño en esta ciudad, que ahora se confirma con su novela póstuma, El espíritu de la ciencia ficción (2016). Christopher Domínguez Michael dice, en el prólogo a la reciente edición de Alfaguara, que fue Bolaño quien captó para la novela ese último momento del DF, en un gesto similar al de Carlos Fuentes en los años 50 y 60. Bolaño vio, como ningún otro escritor, esa mezcla de exquisitez y podredumbre que puede ser esta ciudad: "algo insano, muy triste y muy oscuro..., desde donde se observan amaneceres extraordinarios"
Antes de Los detectives salvajes, Bolaño, instalado Blanes, escribió esta novela que repasa los mismos escenarios mexicanos. Los cafés y cantinas del Centro Histórico, especialmente los de la calle Habana, paralela a Santiago y Valparaíso, por Insurgentes Norte, cerca de la Basílica de Guadalupe, son el perímetro de esta historia. El narrador, un lector empedernido de novelas de ciencia ficción, que escribe desde una azotea de la ciudad cartas obsesivas a clásicos del género en Estados Unidos y Europa (Alice Sheldon, James Hauer, Forrest J,. Ackerman, Robert Silverberg, Fritz Leiber, Ursula K. Le Guin..), es un inmigrante latinoamericano en el DF que percibe los alrededores de la ciudad letrada y sus contactos bochornosos con los bajos fondos urbanos.
Se repite aquí aquella fauna de "poetas salvajes" del infrarrealismo que dio forma a la verdad y la leyenda de Bolaño y su novela más famosa. Poetas y narradores muy jóvenes y marginados del campo intelectual que, sin embargo, contaban exhaustivamente los numerosísimos suplementos culturales, librerías de viejo, talleres literarios y revistas poéticas del DF y atribuían, en trances de lucidez, aquellas dimensiones a la herencia de la Revolución Mexicana. Escritores que vendrían siendo nietos de la epopeya revolucionaria y que preferían ostentar sus encuentros con otras clases, como las de los dueños de restaurantes chinos o los reparadores y ladrones de motos de la ruidosa urbe.
Por el camino Bolaño intercala tramas deslumbrantes y librescas como la de los apócrifos Historia paradójica de América Latina del chileno Pedro Huachofeo o la de Diez años en África, memorias del sacerdote chiapaneco Sabino Gutiérrez. Y cierra con el excurso erótico del narrador y Laura, titulado "Manifiesto mexicano", en el baño público Gimnasio Moctezuma, donde se atestigua la mejor prosa del chileno. Luego de leer ese relato, que concluye la novela y que fuera incluido en el volumen La universisad desconocida, queda la sensación de que Bolaño decidió abandonar el manuscrito cuando percibió que uno de sus flancos, la relación entre el narrador y Laura, podía tener vida propia.
Pero hay algo más que explica el abandono del texto y que se lee en el material de archivo incluido por los editores de Alfaguara al final del libro. Está claro que Bolaño no incluyó todo lo que quería en una novela originalmente pensada como una reflexión sobre la ciencia ficción como género de la Guerra Fría -en un apunte, no desarrollado, aparece Fidel Castro confundido con el padre de Jan Schrella, el personaje ensimismado en la astronáutica, la pornografía y la física espacial, que, eventualmente, se involucra en una guerrilla latinoamericana. Lo que excluyó o desechó tuvo que ver con el fin de su conexión afectiva con México, como se lee en el terrible apunte en que confiesa que a "Mario Santiago (Papasquiaro) y a la primavera azteca los ha perdido para siempre".
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