Ahora que Vladimir Putin ha consolidado su mayoría parlamentaria en la Duma
del Estado, con cerca del 55%, aunque con una participación electoral menor al
48%, vale la pena regresar a algunas lecturas básicas como Chevengur (1928), la novela distópica de Andréi Platónov. Aquella
ficción sobre la imposibilidad de la utopía en la Rusia del naciente
estalinismo, sigue siendo tan útil para comprender el presente ruso como la
reciente historia de la última dinastía reinante, Los Románov. 1613-1918 (2016), de Simon Sebag Montefiore.
La filósofa francesa
Chantal Delsol publicó no hace mucho un libro, Populismos. Una defensa de lo indefendible (2015), que
lamentablemente no ha tenido en América Latina una resonancia equivalente a la
de Ernesto Laclau en La razón populista (2005),
un ensayo que desde el neomarxismo defendía los nuevos populismos
latinoamericanos del siglo XXI. Delsol no suscribe los populismos de la derecha
europea, como podría derivarse de una lectura superficial, pero propone
comprender sin prejuicios y, sobre todo, sin el desprecio elitista al “pueblo
idiota”, el rebrote de esa corriente política en el viejo continente.
Dice Delsol que el
populismo, de amplia aceptación en Europa central y del este (los hermanos
Kaczynski, Viktor Orbán, Volen Siderov, Vadim Tudor…), responde a una reacción
del “arraigo” y la “particularidad” contra la emancipación ilustrada y la
globalización liberal. La filósofa francesa, discípula de Hannah Arendt,
reivindica el concepto de “postmodernidad” pero le da un sentido contrario al que
le atribuyeron Jean-Francois Lyotard y otros filósofos postestructuralistas en
los años 80 y 90. Delsol piensa que la postmodernidad no representa la crisis
sino el apogeo de los relatos ilustrados del progreso, la razón y la emancipación.
La nueva hegemonía de
Rusia Unida, el partido de Putin, abre de par en par las puertas del populismo
en ese gran país euroasiático. Si hasta ahora el apoyo a Putin se veía limitado
por una clase política que provenía de la pluralización de los 90, luego del
más reciente triunfo electoral la corriente política que encabeza el mandatario
y que ha controlado esa nación en lo que llevamos de siglo XXI alcanza una
permanencia inédita. El populismo de Putin deja de ser, propiamente, un
autoritarismo competitivo más y se convierte en una nueva modalidad de
autocracia, que tiene a su favor la abstención electoral y la desmovilización
política de más de la mitad de la ciudadanía.
El amplio abstencionismo
de la última contienda responde por igual al descontento y a la apatía. Esa
situación genera el desentendimiento cívico de una consistente mayoría de la
población, que favorece una modalidad autoritaria que, como en el último
reformismo de los Románov, tiende a reemplazar la política con administración.
Putin, como argumenta Sebag Montefiore, reinstala plenamente el zarismo o, más
bien, reconcilia el legado zarista con el estalinista por medio de una variante
despótica que converge con el ascenso del populismo de derecha en su frontera
europea.
En la novela de Platónov, la comuna distópica de Chevengur es arrasada por un ejército que la crítica no ha podido identificar. Lo mismo puede tratarse de huestes de cosacos, de una partida de rusos blancos sobreviviente de la guerra civil o de una facción del ejército rojo estalinista. Chevengur es desaparecida de la faz de Rusia, en una metáfora perfecta del desencuentro entre emancipación y arraigo en un país sometido al nuevo tipo de dictadura que nos depara el siglo XXI.
En la novela de Platónov, la comuna distópica de Chevengur es arrasada por un ejército que la crítica no ha podido identificar. Lo mismo puede tratarse de huestes de cosacos, de una partida de rusos blancos sobreviviente de la guerra civil o de una facción del ejército rojo estalinista. Chevengur es desaparecida de la faz de Rusia, en una metáfora perfecta del desencuentro entre emancipación y arraigo en un país sometido al nuevo tipo de dictadura que nos depara el siglo XXI.
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