Desde abril de este
año circula en librerías de España un libro del historiador José Álvarez Junco
que ha acompañado el zigzagueante proceso electoral en este país. Publicado por
Galaxia Gutenberg, el volumen regresa al debate historiográfico sobre las
naciones y los nacionalismos, que parecía teóricamente agotado desde los años
90, pero que la práctica política del siglo XXI, con su rearme de los
populismos de izquierda o derecha, ha vuelto a colocar en el centro de la
esfera pública.
En Dioses
útiles (2016), Álvarez Junco repasa la querella historiográfica sobre los
nacionalismos en las últimas décadas del siglo XX. El punto partida de aquella
ola revisionista no fueron los trabajos de Anthony D. Smith, Ernest Gellner,
Benedict Anderson o Eric Hobsbawm, como generalmente se piensa, sino un poco
antes, a principios de los 60, un libro pionero de Elie Kedourie que entendía
las identidades nacionales y los discursos nacionalistas como construcciones
políticas.
Ninguno de aquellos historiadores, que
tanto insistieron en que todas las políticas de la identidad nacional se
basaban en relatos fundacionales míticos, negó que los nacionalismos fueran
realidades culturales concretas. Hay un “nacionalismo banal”, como dirá en los
90 Michael Biling, relacionado con los sentimientos y las emociones
patrióticas, que se manifiesta en las guerras, los deportes, la diplomacia o el
ceremonial de Estado, y que sobrevive a cualquier modernización.
Los mayores estragos del siglo XX no
fueron causados por ese tipo de patriotismo sino por las instrumentalizaciones
totalitarias del nacionalismo. La idea “primordialista” de la nación, que
remite a identidades cerradas de raza, lengua o religión, no necesariamente
deriva en un ordenamiento jurídico autoritario o totalitario, pero tiende a
legitimar formas políticas no democráticas. Muchos movimientos descolonizadores
del Tercer Mundo, desde la Revolución Haitiana, reivindicaron una idea
primordialista de la nación, pero rápidamente pasaron a sostener un principio
moderno de soberanía nacional.
También en España, en los años de la
Constitución de Cádiz, encuentra Álvarez Junco esa formulación moderna del
principio de soberanía nacional. A pesar de la inestabilidad del siglo XIX
español, dicho principio sobrevivió hasta inicios del siglo XX, cuando comienza
a ser seriamente cuestionado por algunas corrientes del “regeneracionismo”
posterior a la guerra del 98 y, luego, por las dictaduras de Miguel Primo de
Rivera y Francisco Franco.
Las manifestaciones más autoritarias
del nacionalismo vasco o catalán, según Álvarez Junco, tuvieron su origen en
aquella primera mitad del siglo XX. Siguiendo a Jordi Canal, en su Historia mínima de Cataluña (2015), el
historiador habla de un “catalanismo ensimismado y autorreferencial”,
contrapuesto a otro cosmopolita y abierto, cuyas raíces se hunden en el racismo
anticastellano o antiespañol de Valentí Almirall, Pompeu Gener o Prat de la
Riba en las décadas posteriores al “desastre” del 98.
Los
dioses de las identidades nacionales deben ser, ante todo, útiles para la
propagación de un civismo que consolide las democracias. La misión de los
políticos es, en buena medida, discernir entre unos dioses y otros, los que
favorecen o los que enturbian la cultura cívica. El propio libro de José
Álvarez Junco es un buen ejemplo de crítica moderna a los nacionalismos, en un
país donde la palabra “regeneración” aparece con demasiada frecuencia en el
lenguaje de los políticos jóvenes.
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