En menos de un año mi biblioteca se ha llenado de libros editados por sellos de nombres extraños como Hypermedia, Almenara y Bokeh. Los responsables de ese mini boom editorial de la diáspora cubana son Ladislao Aguado, desde Madrid, y Waldo Pérez Cino, desde Amberes, Leiden o alguna otra ciudad de Europa. Hablamos no de uno, dos o tres sino de decenas de libros, entre narrativa, poesía y ensayo, que vuelven a delinear la ilusión de un espacio literario cubano, desde la diáspora, cuando menos lo esperábamos.
Hypermedia comenzó siendo un proyecto de ensayística, que recuperaba una parte del catálogo de la extinta editorial Colibrí, fundada y dirigida por Víctor Batista, pero rápidamente se abrió a una oferta de narrativa y poesía del mayor atractivo. Ahí hemos leído tres antologías, una de poesía a cargo de Oscar Cruz, otra de narrativa, compilada por Jorge Enrique Lage, y una más, de teatro, al cuidado de Atilio Caballero, que actualizan el repertorio literario cubano de las dos últimas décadas.
Entre quienes llegamos al exilio a principios de los 90, la labor de Hypermedia se agradece doblemente porque nos pone en contacto con una literatura editada en la isla -Alberto Garrido, Alberto Garrandés, Daniel Díaz Mantilla, Raúl Aguiar, Reina María Rodríguez, Juan Carlos Flores, Omar Pérez, Carlos Augusto Alfonso..-, de difícil acceso desde fuera, y, a la vez, da a conocer a la nueva generación de narradores y poetas, nacidos entre los 70 y los 80: Jorge Enrique Lage, Ahmel Echevarría, Raúl Flores, Legna Rodríguez Iglesias, Orlando Luis Pardo Lazo, Jamila Medina Ríos, Javier L. Mora, Oscar Cruz...
Almenara y Bokeh surgieron como sellos de teoría cultural iberoamericana, pero también se han interesado en ese cruce abismal del cambio de siglo en la literatura cubana, cubriendo mejor otras zonas, como la del grupo Diáspora(s) y el exilio de los 90. Con volúmenes dedicados a la poesía o la prosa de Rolando Sánchez Mejías, Rogelio Saunders, Pedro Marqués de Armas, Carlos Alberto Aguilera, Ernesto Hernández Busto, Gerardo Fernández Fe, Jorge Ferrer o el propio Pérez Cino, estas colecciones han reintegrado un archivo perdido, aunque también han convocado figuras de las generaciones más recientes como Osdany Morales y Legna Rodríguez Iglesias.
Decía que esta emergencia editorial es inesperada por tantos presagios sobre el crepúsculo de los libros, acumulados desde la revolución del dígito. Pero habría que recordar que, en el caso de Cuba, esos augurios llegaron luego de que colapsara una política editorial de Estado, que oscilaba entre el raquitismo económico y la exclusión ideológica. El resultado es que, hoy por hoy, si alguien quiere atisbar una idea aproximada de por dónde va la literatura cubana, en la isla o en la diáspora, tendrá que hacerse de buena parte de estos libros, física o electrónicamente. Con lo cual, no sólo el presagio del crepúsculo de los libros sino el del ocaso de la nación y sus exilios, quedan en entredicho.
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