Todo exilio se funda en un sentimiento de duelo. Pero los exilios demasiado prolongados, como el ruso que en más de 70 años generó el sistema soviético, el español que provocaron las cuatro décadas de franquismo o el cubano, que ya va para 57 años, tienden a constituirse en guetos. Es natural que comunidades de víctimas, que se articulan en torno a la experiencia del dolor y la pérdida, tengan dificultades para reproducirse después de tanto tiempo. Las nuevas generaciones de exiliados no han sufrido lo mismo, o no de la misma manera, y su movilización afectiva y política a favor de "la causa" no tiene la misma gravedad o el mismo tono.
Edward Said decía que de un exilio no puede salir un verdadero humanismo. Pensaba Said en la tragedia que entrañaba todo exilio, en la inhumanidad de un desplazamiento forzoso, que a la vez que propiciaba sublimaciones exquisitas como la de Conrad, la de Ionesco o la de Nabokov, cargaba con un origen monstruoso, que no podía sustentar un mito fundacional. Pero la tesis de Said podría complementarse con la del filósofo asturiano José Gaos, discípulo de José Ortega y Gasset y traductor de Hegel, Heidegger, Kierkegaard y Husserl al español. Gaos, como ha observado recientemente su biógrafa Aurelia Valero Pie, rechazaba el concepto de exilio, al que contrapuso el de "transtierro", porque aborrecía el espíritu de gueto y el lenguaje demagógico en que degeneraba todo duelo prolongado.
Gaos se decía "transterrado", no exiliado ni desterrado. México no era el país al que había llegado a refugiarse, en espera del regreso a la República reconquistada, sino el país en el que se había trasplantado. Como recuerda Valero Pie en José Gaos en México (Colmex, 2015), la idea no fue bien recibida por la colonia española de México. Varios exiliados republicanos consideraron el concepto de "transtierro" un eufemismo. Desde los exiliados de primera generación, como León Felipe, hasta los más jóvenes, como Adolfo Sánchez Vázquez, hubo resistencias al término. El marxista Sánchez Vázquez, por ejemplo, reprochaba al republicano Gaos querer desdramatizar el exilio, una experiencia, a su juicio, equivalente a un "desgarrón que no acaba de desgarrarse, una herida que no cicatriza, una puerta que parece abrirse y nunca se abre".
El debate entre Gaos y Sánchez Vázquez es un antecedente poco conocido de las polémicas entre los exiliados cubanos en las últimas décadas. Desde los 90, en el exilio cubano se discute la transformación de la experiencia migratoria, pero la mayoría de las veces esas discusiones son ahogadas en gritos o en silencios. Lo interesante del paralelo con el exilio republicano español en México es que aquí eran los viejos liberales, tipo Gaos, los que llamaban a abandonar el pathos, el duelo, la demagogia y el odio al enemigo como base de una identidad exiliada, mientras los jóvenes marxistas, tipo Sánchez Vázquez, se aferraban al mástil de la causa y llamaban a mantener vivo el fuego de la pasión política contra un régimen autoritario.
El exilio para mi es la muerte prematura del exiliado.
ResponderEliminarEl luto lo llevan sus familiares y amigos que permanecen en su país de origen.