En
su Diario de 1952 Alfonso Reyes se
mofaba de algunos personajes del mundillo literario y político de la primera
mitad del siglo XX, como Diego Rivera, que parecían haber tenido trato familiar
con todos los poderosos de la tierra: con Lenin y Stalin, con Hitler y Mussolini, con Roosevelt y Churchill.
Algo similar podría decirse del propio Reyes como lector. ¿A quién no leyó Reyes? ¿A quién no trató? ¿A quién no tradujo,
entendiendo por traducción también la crítica, la glosa o el comentario al
margen del texto? Sabemos que en sus años de exilio en España, Reyes se ganó la
vida como traductor. Desde entonces desarrolló el hábito o el vicio de leer
opíparamente y de anotar en sus diarios y cuadernos de apuntes impresiones de
lectura.
Son conocidas las traducciones que
hizo, entre 1917 y 1922, de Ortodoxia,
Pequeña historia de Inglaterra, El candor del padre Brown y El hombre que fue jueves de G. K.
Chesterton para la editorial Calleja. Pero también tradujo Reyes para Espasa
Calpe la Olalla de Robert Louis
Stevenson y el Viaje sentimental por
Francia e Italia de Laurence Sterne, no del inglés, como muchos creen, sino
del francés.
Aunque siempre tradujo más del
inglés que del francés, en 1922 ya Reyes era un traductor hábil del francés,
como lo demuestra el ambicioso proyecto de versión en castellano de Stéphane Mallarmé.
Buena parte de la literatura rusa que leyó Reyes en su juventud estaba en
francés, lo que le permitió colaborar con Nicolás Tasin en la traducción de La sala número seis, el extraordinario
relato de Antón Chéjov, también para
Espasa Calpe en Madrid.
Fue en aquellos años cuando Reyes,
en compañía del dominicano Pedro Henríquez Ureña y el mexicano Carlos Pereyra,
intervino en la primera traducción al español de El Estado y la Revolución (1917) de Vladimir Ilich Lenin, texto que
sintetizaba las diferencias de los comunistas con los anarquistas y los
socialdemócratas durante la Primera Guerra Mundial y la Segunda Internacional.
Ninguno de los tres traductores era entonces partidario
fervoroso de la Revolución Mexicana, aunque Henríquez Ureña, como José
Vasconcelos, había mostrado simpatías por el maderismo. Los tres, en cambio,
siguieron con muchísimo interés el proceso de la Revolución bolchevique en
Rusia. Henríquez Ureña, casado con una hermana del comunista Vicente Lombardo Toledano,
fue un gran conocedor de la música y la literatura rusas. Pereyra era admirador
de Marx, pero crítico de Madero, Zapata, Villa, Carranza y Obregón.
Reyes, hijo de un mártir de la contrarrevolución mexicana, no
tenía por qué interesarse en Lenin y, sin embargo, las alusiones al líder
bolchevique son bastante frecuentes en su obra. De hecho, en el prólogo a su
traducción de la Pequeña historia de
Inglaterra (1922), Reyes relacionaba el pensamiento reaccionario y
antimoderno de Chesterton con la ideología leninista. Ambos, Chesterton y Lenin,
estaban contra el Estado moderno. Lenin, según Reyes, personificaba el “motor a
toda marcha” y la “actividad de trato”. Un equivalente de Chesterton -y del propio Reyes- en las
letras.
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