No hace mucho comentábamos en Diario de Cuba el ascenso de una literatura académica, sobre todo en Estados Unidos, que da cuenta de la fuerte conexión que vivieron la sociedad, la cultura y el Estado cubanos con la Unión Soviética y el socialismo real de Europa del Este entre los años 60 y 90. El tema sigue siendo trabajado por estudiosos como María Antonia Cabrera Arús, que se interesa en la cultura material de la isla en aquellas décadas, o Elvis Fuentes, que analiza el proceso de sovietización y desovietización de las artes plásticas cubanas, entre los años 70 y 80.
El artista cubano Alejandro González Méndez (La Habana, 1974) ha producido dos series de piezas, "Re-construcción" y "Quinquenio Gris", mostradas a fines de este año por la galería Art Forum Contemporary de la ciudad de Bologna, Italia, que documentan la misma gravitación de la memoria. Le interesan a González Méndez las prensas obsoletas del periódico Granma, las reuniones mecánicas y soporíferas de los núcleos del Partido Comunista de Cuba, que escenifica con despiadada precisión, las grises oficinas de los burócratas de la ideología y la cultura, los aparatosos chaikas soviéticos que utilizaba Fidel Castro, el monumento a Ubre Blanca o la abandonada central nuclear de Juraguá en Cienfuegos.
Si en la primera serie, "Re-construcción", la marca de lo soviético en Cuba se expone como en pasado presente, ya sea como ruina intervenida o como espacio refuncionalizable por el mismo poder político, en la segunda, "Quinquenio Gris", se intenta congelar el ceremonial soviético trasplantado a la isla en eventos específicos de un tiempo flotante. González Méndez escenifica algunos de esos rituales -el Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971, la gala del Ballet Nacional de Cuba de Alicia Alonso, con el segundo acto del Lago de los Cisnes en la apertura del Parque Lenin en 1972, la cumbre del CAME en Tarará en 1973, la fundación de la Escuela Lenin por Leonid Brezhnev en 1974, el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975- con soldaditos de plomo perfectamente colocados dentro de una maqueta.
En el texto del catálogo de Art Forum Contemporary, Carmen Lorenzetti cita a Carlo Ginzburg y a Georges Didi-Huberman, a propósito de la manera en que este artista trabaja con los monumentos sociales de la historia como huellas o rastros deteriorados, a punto de ser borrados, pero todavía vivos. Siguiendo al Reinhart Koselleck de los ensayos sobre el culto a la muerte y la memoria nacional en la Alemania posterior a la caída del Muro de Berlín, diríamos que la poética de González Méndez se fija en un tipo de monumento que, en su anacronismo, afirma una vigencia no sólo simbólica sino real. La monumentalización oficial del pasado soviético en la isla se acerca cada vez más a un culto secreto, que élites y masas socializan de distinta manera, pero que, en el fondo, busca la misma vivificación de lo muerto.
Agudo y preciso. Muy bueno.
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