Richard Rorty (1931-2007) fue uno de los filósofos norteamericanos mejor instalados en el debate modernidad-postmodernidad y uno de los protagonistas de las guerras culturales de Estados Unidos, entre los años 70 y 90. Sus libros La filosofía y el espejo de la naturaleza (1979) y Contingencia, ironía y solidaridad (1989), escenificaron la apuesta por un cuestionamiento paralelo del absolutismo y el relativismo en la comprensión del conocimiento y el lenguaje. En aquellas décadas, en las que muchos intelectuales y académicos de Estados Unidos, renegaron de sus orígenes socialistas, y derivaron hacia un neoconservadurismo ramplón, Rorty se mantuvo fiel a su intento de poner a dialogar a Hegel y a Proust.
En un espléndido ensayo autobiográfico, "Trotsky y las orquídeas silvestres", escrito en los 90, Rorty recordaba como aquella posición intermedia le ganó ataques constantes de la izquierda y la derecha. Contaba el filósofo que sus padres habían sido trotskistas en los años años 30, que habían apoyado al importante filósofo pragmatista y liberal, John Dewey, en la comisión internacional que investigó los crímenes que Stalin adjudicaba a Trotsky, especialmente el de ser cómplice del nazismo, y que exoneró al líder bolchevique. En buena medida podría afirmarse que la filosofía de Rorty fue tan hija del extraño maridaje entre Hegel y Proust como del fascinante encuentro entre Dewey y Trotsky.
La pasión de Rorty por las orquídeas silvestres, que coleccionó en los bosques de New Jersey y que clasificó con la ayuda de los manuales de botánica del siglo XIX, que consultaba en la Public Library de la Quinta y la 42, es una metáfora de aquella colocación más acá de cualquier extremo filosófico y político. Una orquídea silvestre, pensaba Rorty, es una criatura rara, única e irrepetible, cuyo hallazgo obliga a la preservación y el cariño. Dar con una orquídea salvaje es entregarse al "conocimiento y cuidado de uno mismo" de que hablaba Michel Foucault. Un sentimiento de obligación y responsabilidad que produce una inversión de roles: no eres tú quien encuentra la planta, es ella quien te elige.
La lección de Rorty tiene que ver con esa lealtad a sí mismo. Por eso, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, no renegó de su socialismo juvenil y transitó hacia el liberalismo sin pasar por el anticomunismo. Al fin y al cabo el anticomunismo no es más que una reducción y una distorsión del liberalismo, que fosilizó a muchos conservadores en los marcos interpretativos de la Guerra Fría. En los 90, con más de 60 años, Rorty lamentaba no haber terminado de leer la Historia de la Revolución rusa (1932) de Trotsky, un ensayo histórico que sostenía que la Revolución rusa no había sido una sino dos revoluciones: la de febrero y la de octubre de 1917. Dos revoluciones en una, que Trotsky narró siguiendo el modelo de la gran historiografía liberal francesa del siglo XIX, de Michelet y Tocqueville, que tanto admiraba.
No sé si Rorty llegó a leer la Historia de Trotsky antes de morir en 2007. No encuentro en su obra tardía referencias a ese texto de Trotsky, más allá del ensayo citado. Si lo hizo seguramente confirmó su intuición de que Trotsky y los bolcheviques habían sido injustos con Kerensky y los demócratas y liberales rusos que respaldaron el establecimiento de una monarquía parlamentaria en febrero del 17. Pero no creo que su crítica al bolchevismo lo llevara al error de equiparar todos los socialismos con el comunismo o el estalinismo o a desprenderse del concepto insustituible de revolución, en tanto arco histórico que va de la destrucción a la construcción de un nuevo orden social.
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