Castrismo es el concepto articulador de la ideología tradicional del exilio y la oposición cubana. ¿Cómo glosar su significación? Digamos, para abreviar, que castrismo significa tres cosas, por lo menos, en el lenguaje opositor y exiliado: un gobierno personal o dinástico, un régimen político y una era de la historia de Cuba, que arranca en 1959 y llega a nuestros días. Con el tiempo, la significación del concepto ha crecido tanto que funciona como sinónimo de muchas cosas distintas: una estructura jurídica y administrativa, una mentalidad, una cultura política y hasta una estética. Un "significante vacío", dirían los neomarxistas, equivalente al de "revolución" o "socialismo", en la ideología oficial del régimen cubano.
La hegemonía del término en el lenguaje público de la oposición y el exilio, en las dos últimas décadas, fue tanto un reflejo del reforzamiento del carácter unipersonal del gobierno de Fidel Castro entre los 90 y los 2000, como de la caída del Muro Berlín y la Postguerra Fría. La dimensión comunista del régimen perdió visibilidad entonces y el exilio y la oposición, que habían sido tan anticomunistas como anticastristas desde los años 60, comenzaron a concentrar toda su interpelación en la persona de Fidel Castro y asociaron la caída del sistema con la muerte del gobernante. Hoy, a casi diez años del retiro de Fidel Castro, castrismo transfiere su significación a nociones como "dictadura de los Castro" y otras figuraciones de un poder dinástico.
En los estudios cubanos, dentro de Estados Unidos, castrismo nunca ha sido un concepto de mucho peso. Theodore Draper lo desarrolló en los 60, antes de que el régimen cubano quedara plenamente institucionalizado. Estudiosos posteriores como Irving Louis Horowitz, Andrés Suárez o Carmelo Mesa Lago, que sí llegaron a analizar la constitución del nuevo Estado en los 70, prefirieron términos como "revolución" o "comunismo" para describir el proceso de construcción del régimen -ver, por ejemplo el temprano volumen Revolutionary Change in Cuba (1972), coordinado por Mesa Lago, donde se usa una terminología que, en lo fundamental, seguimos en nuestra Historia Mínima (2015). La Revolución Cubana, como se lee desde aquellos estudios, produjo un nuevo orden social y un nuevo régimen político, con sus propias leyes e instituciones.
El modo personal de gobernar de Fidel Castro, su colocación en el eje de las lealtades dentro de la élite del poder, su vínculo carismático con la multitud, su despotismo, su voluntarismo o su conducción caprichosa e ineficiente de los asuntos del Estado, fueron elementos del funcionamiento del sistema, pero no el sistema mismo. La comprobación de esto último se ha vivido en los últimos años, cuando el sistema ha sobrevivido a la conducción personal de Fidel Castro. Mucho más rápido de lo que muchos imaginaron, el orden institucional y legal del comunismo cubano se adaptó a la ausencia de Fidel Castro en el gobierno y a la titularidad de un gobernante como Raúl Castro, sumamente distinto a su hermano.
En su acepción de gobierno personal, la idea de castrismo tendría algún sentido si limita su significación a un aspecto del gobierno, no a todo el ejercicio de éste. Pero como rótulo de un régimen o como nombre de un periodo, que abarca toda la historia contemporánea de Cuba, la palabra tiene varios inconvenientes por su naturaleza ahistórica, incapaz de captar fases o giros en más de cinco décadas, por su personalización de un conflicto que involucró a la totalidad del país o por la inversión mecánica del mito. El significante de castrismo acaba por reproducir una idea castrocéntrica de la historia de Cuba, que no desestabiliza sino que refuerza el culto a la personalidad de Fidel Castro.
Como todo liderazgo carismático, el de Fidel Castro fue bidimensional. Por un lado, acentuó los aparatos represivos e ideológicos del Estado cubano en su proyecto de control total de la sociedad civil. Pero por el otro, facilitó que sectores subalternos del antiguo régimen utilizaran la lealtad al líder para acelerar su movilidad social ascendente. El concepto de castrismo no capta esta segunda dimensión, es decir, no admite que Fidel haya sido un instrumento de mayorías involucradas en el cambio social porque tiende a la idealización de esas mayorías como víctimas de Castro. El anticastrismo actual, a diferencia del de Theodore Draper y otros en los 60, tiene dificultades para asimilar la popularidad real del cambio revolucionario en Cuba entre los años 50 y 70.
A todas estas limitaciones habría que agregar que el presente no juega a favor del concepto. Fidel Castro no gobierna desde hace casi una década y, a juzgar por diversos indicios, en los próximos años también dejará de hacerlo Raúl Castro ¿Qué sentido tiene que el lenguaje opositor y exiliado siga colocando en el centro de sus impugnaciones a las personas de Fidel y Raúl Castro, si lo que sobrevive es un sistema específico, con sus instituciones y sus leyes? A estas alturas se ve con claridad que uno de los grandes errores del anticastrismo ha sido enfrentar un régimen totalitario como si se tratara de una dictadura personal, apostando todo al derrocamiento o a la muerte del gobernante, y desconfiando, por principio, de la lógica de la transición.
Como toda comunidad de víctimas, el exilio y la oposición cubanos han imaginado el fin de régimen como evento reparador o purga política: un estallido social, un colapso económico, un golpe militar, una revuelta popular, una invasión extranjera... Esa manera de pensar el cambio debe mucho más a la tradición revolucionaria de la política cubana del siglo XX, que a cualquier otra. Lo que estamos viviendo en los últimos años parece ser el agotamiento paralelo del castrismo y del anticastrismo, la decadencia final de una cultura política que vivió el cambio revolucionario como redención o como duelo. No sabemos si la lógica de la reforma y la transición logrará imponerse, pero sus consonancias con la fisonomía de esta época son mayores.
Interesante, Rafa, aunque me surge una duda: por qué no admitir que castrismo ( y anti castrismo ) abarque también esa etapa de movilización masiva y de popularidad del líder? Y hacia adelante : aunque perdure el orden social, podría llamarse al mismo orden o régimen castrista ( al haber sido creado por Castro)?
ResponderEliminarMi reparo a esa denominación del régimen se debe a que no fue creado únicamente por Fidel Castro sino por algo más amplio y complejo que se llama Revolución Cubana y a que, si hablamos de régimen político -partido comunista único, ideología de Estado, tipo de gobierno representativo, organizaciones sociales...- es difícil establecer qué es lo específicamente castrista del mismo o, en otras palabras, qué es lo que no cabe dentro de la definición de régimen comunista. Las instituciones y leyes básicas del régimen cubano provienen del modelo comunista de la URSS y el socialismo real. Por tanto es más precisa la denominación del cubano como régimen comunista que como castrismo. Otra vez, volvemos a la diferencia entre totalitarismo y dictadura. Si el régimen cubano hubiera sido como el franquista, el término castrismo tendría sentido. Pero no es el caso.
ResponderEliminarMuchas gracias Rafa, me parece claro tu mensaje. Perdona tanto preguntar pero el texto y tus aclaraciones incitan mucho. No sé si esta última sería buena pregunta: qué significa entonces "castrochavismo", término muy utilizado también actualmente?
ResponderEliminar¿Y el peronismo? También fue un error terminológico? Deja ya esos pruritos académicos, Rafael, la historia no se hace en las cátedras...
ResponderEliminarEl peronismo tampoco fue un régimen totalitario sino uno populista y autoritario, orgánicamente vinculado a la persona de Juan Domingo Perón.
ResponderEliminarEl peronismo, además, "anónimo" de las 7: 55, es un término positivo en la cultura política argentina de los últimos 70 años. Si se fuera a comparar con algún término cubano sería con "fidelismo", no tanto con castrismo.
ResponderEliminarPero el peronismo rebasa a Perón, igual que el castrismo rebasa a Fidel Castro, es absurdo limitarlo de esa manera... En la cultura política latinoamericana el caudillo marca un régimen que casi siempre acaba por rebasar a la figura que lo fundó.
ResponderEliminarEl peronismo como régimen nunca rebasó a Perón. Lo que ha existido en Argentina en los últimos años, lo mismo bajo Menem que bajo los Kirchner, es un régimen político de instituciones y leyes muy diferentes al de Perón en su Constitución de 1949. Me das la razón: lo que hoy entienden los argentinos por peronismo no es un régimen sino un estilo personal de gobierno y ciertas herencias ideológicas. No me extrañaría que en un futuro, en Cuba, siguiera existiendo ese "fidelismo", que no castrismo. El exilio y la oposición confunden castrismo, con revolución y con régimen. Es decir, no entienden que el régimen cubano no está indisolublemente ligado a la persona del líder. El cubano no es un caudillismo latinoamericano más: es un régimen comunista de partido único, ideología de Estado, control de la sociedad civil y la esfera pública y oposición ilegítima, que ya sobrevivió al líder.
ResponderEliminarEsta idea me ha alegrado la mañana:
ResponderEliminar"El concepto de castrismo no capta esta segunda dimensión, es decir, no admite que Fidel haya sido un instrumento de mayorías involucradas en el cambio social porque tiende a la idealización de esas mayorías como víctimas de Castro"