En las primeras páginas de Las redes imaginarias del poder político (1981), Roger Bartra hablaba de un "síndrome de Jezabel" en la vida política contemporánea que tenía que ver con la aparición de actores que desestabilizan la modernidad occidental desde el otro lado de la razón y la ley. Bartra glosaba las ideas de Jean Baudrillard en su Crítica de la economía política del signo (1974), donde encontraba un modelo de comprensión del terrorismo que, aunque referido a la violencia del izquierdismo radical en Europa occidental, tipo la RAF o la banda Baader-Meinhoff en la Alemania Federal, puede trasladarse al caso del terror yihadista. Con más razón, podría pensarse, a ese caso, por la conjugación de elementos migratorios, raciales y religiosos en este nuevo sujeto amenazante. Así resumía Bartra el modelo de Baudrillard:
"La piedra clave del modelo de Baudrillard radica no tanto en el mecanismo de la implosión, sino en la oposición originaria entre el terrorista como imaginario del absoluto y el poder estatal como ordenador de la realidad. De hecho se trata de la oposición entre el marginal simbólico y la masa real; de acuerdo al viejo orden, toda violencia de la masa provoca una explosión -una expansión- del poder real; en cambio la violencia simbólica del terrorista provoca una implosión. El modelo tiene la temible peculiaridad de corresponder, punto por punto, al nuevo proyecto de hegemonía posdemocrática de las clases dominantes, salvo en un aspecto: que el nuevo modelo de simulación no provoca el hundimiento del sistema, sino que lo fortalece. Y no lo fortalece solamente por el aumento obvio de la cohesión social en torno al Estado, frente a una "amenaza exterior", sino porque constituye la cristalización política de las sustancias sociales imaginarias que alimentan un juego de nuevo tipo".
Sin embargo, en un punto el modelo de Baudrillard resulta inútil para pensar el terrorismo islamista radical y es que el yihadista, a diferencia del guerrillero urbano de la RAF, no se "confunde" con la masa de la pequeña burguesía europea sino que queda automáticamente ubicado en el lugar del migrante, el refugiado o el pobre, con todo el reflujo de violencia, racismo y xenofobia que desatan la reacción legítima al acto de terror y el duelo por las víctimas:
"El terrorista aparece como la imagen del enemigo real, pero una imagen transfigurada en la que se reúnen varias condiciones: por un lado el terrorista es visto como un ser anormal y peligroso, rodeado de misterio, indestructible salvo por el uso de ciertas técnicas adecuadas que requieren de instituciones y personal especializado; el poder político tradicional no se puede enfrentar al terrorista. Pero por otro lado, los terroristas se confunden con la masa, disfrazan su ser terrorista y aparecen como gente simple, común y corriente. Además, la imagen del terrorista incluye aspiraciones pequeñoburguesas transpuestas: cultura, inteligencia, habilidad; en suma, son falsos profetas. La imagen del terrorista se va alejando paulatinamente del acto terrorista real, como se ha podido observar en el modelo de Baudrillar; la clase dominante impulsa el desarrollo de toda una compleja imaginería y demonología que crea e inventa constantemente al enemigo invisible: el anormal, el marginal".
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