En Iconocracia, Iván de la Nuez propuso una manera de pensar las imágenes del poder en una treintena de fotógrafos cubanos contemporáneos. Las observaciones del crítico cubano podrían extenderse a buena parte de las artes visuales de la isla y la diáspora, donde se estaría evidenciando una política de la representación en la que los símbolos del poder, al ser leídos como "íconos", son remitidos a una zona cultural donde no rigen la obediencia o el respeto sino el juego, el hastío o la impugnación.
En el texto para el catálogo de la muestra de Los Carpinteros (Dagoberto Rodríguez y Marco Castillo) en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO), De la Nuez ofrece otra variante de la misma idea, al sugerir una estética del "desastre" que opera por medio de la "cosificación" o la "objetualidad". El proceso de documentación, dice De la Nuez, reside en ese trato familiar con el objeto, equivalente a la metamorfosis del símbolo en ícono, que observamos en las artes cubanas.
Me ha llamado la atención, repasando el catálogo de la muestra en Monterrey, esa política de la representación -más que la representación de lo político o del poder mismo, que demanda la crítica más chata o panfletaria-, en la serie de panópticos o "salas de lecturas", inspiradas en el Presidio Modelo de Isla de Pinos. Habría en esas piezas un proceso sumamente sofisticado de documentación, que implicaría el derecho penal y la arquitectura penitenciaria de Jeremy Bentham, pero también la conocida interpretación de esa idea, cómodamente incorporada, por cierto, al canon legal de la Revolución Francesa, de Michel Foucault en Vigilar y castigar (1975).
El Presidio Modelo, además de perfecto lugar de encierro, incluso, de encierro de alemanes y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial -una especie de Guantánamo de aquella época- fue siempre, desde los tiempos de Pablo de la Torriente, sala de lectura. Allí escribió Rafael García Bárcenas su Redescubrimiento de Dios. (Una filosofía de la religión) (1956), texto clave para Jorge Valls y algunos políticos católicos de su generación.
Y allí hizo Fidel Castro algunas lecturas importantes para la construcción de su régimen en Cuba, como la Guía de la política moderna (1937) del socialista G.D.H. Cole, la Historia de las doctrinas políticas (1932) del fascista Gaetano Mosca y, sobre todo, los libros del psicólogo español, Emilio Mira y López, Instantáneas psicológicas (1943) y Problemas psicológicos actuales (1947), en los que se hacía un análisis de la conducta revolucionaria. El revolucionario, según Mira, respondía a un perfil fisio-psicológico determinado, que podía inducirse y entrenarse.
Mira y López, por cierto, un republicano español que se exilió y que, luego de peregrinar por Princeton, Yale, Cuba, Chile, Argentina y Uruguay, finalmente se asentó en Río de Janeiro, también hizo incursiones en la psicología jurídica y penal. Sus libros proponían pruebas o tests psicológicos, inmunes a la manipulación o el "fraude" del sujeto, que a partir de 1964 serían utilizados por la dictadura militar brasileña que derrocó a Joao Goulart.
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