Uno pensaría que la distinción entre conceptos elementales de la política moderna es un asunto exclusivo de los primeros semestres de cualquier licenciatura en ciencias sociales, pero, lamentablemente, no es así. En la vida diaria e, incluso, en las intervenciones en la opinión pública de escritores, académicos o intelectuales, sin formación en filosofía o teoría políticas, se mezclan los conceptos o se les atribuye una connotación intercambiable.
Es lo que a veces se lee en relación con los términos revolución, régimen y orden, que los mejores historiadores del siglo XIX, como Alexis de Tocquevile en El antiguo régimen y la Revolución (1856), usaban de manera diferenciada. Según Tocqueville una revolución era un proceso de cambio social y político que destruía un viejo régimen y construía uno nuevo. Por ser un proceso que involucraba a buena parte de la sociedad, la revolución no podía identificarse con un líder, una corriente política, un Ejército o una clase, contrario a lo que argumentaba Marx por esos mismos años. Tampoco podía reducirse su significado al nuevo régimen o al nuevo orden construidos, ya que en buena medida una vez que el proceso de cambio se consumaba la revolución concluía.
Es en el concepto de régimen donde nos apartamos más de Tocqueville. En aquella época seguía vigente la clasificación de las formas de gobierno (monarquía y república, democracia y aristocracia, despotismo y tiranía) heredadas de Aristóteles y los antiguos y reformulada por los modernos en obras de Hobbes, Locke, Maquiavelo o Montesquieu. Tocqueville pensaba el régimen como el reino ascendente de la igualdad, en el que la sociedad, más que el gobierno mismo, se volvía más democrática en la medida que dejaba de ser aristocrática. Hoy, en cambio, régimen es un concepto político, no social, que decide los elementos democráticos o no del sistema.
Sin embargo, cuando Tocqueville utilizaba la palabra orden lo hacía en un sentido muy similar a como se utiliza en las ciencias sociales contemporáneas. El concepto de orden es el más abarcador de los tres porque incluye el sistema jurídico y político, la estratificación social, la distribución de la propiedad, la recaudación fiscal, el Estado de derecho, la ciudadanía, los ejércitos y hasta las relaciones con la Iglesia. Si se quiere hablar con una mínima claridad conceptual sobre la política moderna, de cualquier país, es absurdo atribuir el campo semántico de revolución al de régimen o el de éste al de orden.
Esta terminología es tan válida para los regímenes democráticos como para los no democráticos, sean fascistas o comunistas, totalitarios o autoritarios. La teoría del totalitarismo ha evolucionado de Hannah Arendt a Juan Linz, por poner un solo ejemplo, y ya entiende el régimen totalitario estrictamente como régimen político, no como orden social. Lo totalitario define una forma específica de la identidad no democrática del sistema político, que es diferente, a su vez, a la autoritaria, como son diferentes una tiranía y una dictadura. Por lo tanto, el concepto de totalitarismo no capta toda la relación entre un Estado y una sociedad en un momento determinado, mucho menos en la era global.
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