Hay momentos de las correspondencias y los epistolarios en que se habla de amigos a terceros con fingida frialdad o con un tipo de curiosidad aleatoria, falsamente azarosa o indeterminada. Sobre todo, entre exiliados, que cambian de hábitat con frecuencia y reconstruyen sus círculos íntimos de tanto en tanto, encontramos ese extraño testimonio de una amistad que se vuelve noticia vieja, dato inútil, colgado en el aire del tiempo. Leer epistolarios no cruzados es una buena manera de anudar las redes inconfesas del afecto.
Me ha llamado la atención, leyendo la correspondencia de María Zambrano del periodo de Roma y de La Pièce, Francia, entre los años 50 y 70, la escasa alusión a sus amigos cubanos, especialmente a José Lezama Lima, en sus cartas a nuevos amigos como Alfredo Castellón, Tomás Segovia, Agustín Andreu, Jaime Gil de Biedma, Diego Mesa o Ramón Gaya. El teólogo y filósofo valenciano Agustín Andreu es uno de los pocos a los que Zambrano habla de Lezama, aunque lo hace, a veces, con cierta dosis de falso distanciamiento o, incluso, fantasía, en el epistolario reunido en Cartas de La Pièce (2002).
El 22 de junio de 1975, Zambrano escribe a Andreu arrepentida de las "asperezas" que había escrito a su amigo a propósito de la "legión de machi-hembras en el ambiente culto mujeril" o de los hombres "que se van al homosexualismo, desvirilizados, hechos polvo". Intenta disculparse de sus afirmaciones con el argumento de que hay una tendencia a la "diafanidad" o a la "transparencia", en su prosa, que tempranamente le había advertido su maestro José Ortega y Gasset. Recuerda entonces Zambrano a su amigo José Lezama Lima, quien a principios de mes le ha enviado desde La Habana un poema titulado "María Zambrano", que comienza con los versos: "María se nos ha hecho tan transparente/ que la vemos al mismo tiempo/ en Suiza, en Roma o en La Habana.".
En la carta que acompaña al poema, Lezama le dice a Zambrano que si le gusta el poema, lo envíe a las revistas Ínsula o "Cuadernos de San Armadans" (sic). A Zambrano le llama la atención la coincidencia entre Ortega y Lezama sobre la "diafanidad" y la "transparencia" y escribe a Andreu: "Y sin que yo haya hablado nunca de esto, ahora José Lezama Lima me ha mandado un poema que saldrá pronto en Ínsula; pues, humildemente, me decía que si me gustaba lo diera y si no, lo guardara como prueba de amistad y ¡claro! Ud. lo manda y felices de poder publicarlo".
Y agrega Zambrano este pasaje intrigante: "Ay, ay, ay. Durante decenios he luchado para que le publicaran en revistas y editoriales. Sin lograrlo más que en las Revistas en que yo tenía parte. Lo propusieron para el Nobel hace dos años". Zambrano, en efecto, no sólo ayudó a Lezama a sobrevivir en la isla y a publicar fuera de Cuba, sino que escribió, por lo menos, tres ensayos sobre la obra del cubano: "José Lezama Lima en La Habana" (1968), aparecido en Índice y reproducido en La Gaceta de Cuba, y dos versiones del texto, "José Lezama Lima: hombre verdadero", escrito a la muerte del autor de Paradiso, cuyo título habría que releer a la luz del malestar de Zambrano con la homosexualidad, plasmado desde su temprano ensayo El freudismo, testimonio del hombre actual (1940), editado, justamente, por La Verónica en La Habana.
¿Fue Lezama candidato al Nobel en 1973 o fue una de esas exageraciones coloquiales de Zambrano, para ilustrar el drama de la soledad, el "estado de silencio", del escritor habanero en sus últimos años? En todo caso, bastaría para deshacer cualquier fantasía recordar que en aquellos mismos años, el escritor sueco y miembro de la Academia, Artur Lundkvist, hacía lo imposible por evitar que Jorge Luis Borges recibiera, finalmente, el Premio Nobel. Además de a Lundkvist, Lezama habría tenido en su contra al Estado cubano con todas sus conexiones ideológicas en el campo socialista y en la propia izquierda occidental.
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