En la revista cubana Ciclón
(Año II, Núm. 1, 1956, p. 28), dirigida por el crítico y traductor José
Rodríguez Feo apareció este texto de Jorge Luis Borges sobre José Ortega y
Gasset, tres meses después de la muerte del filósofo español. El artículo fue
incluido en un dossier en homenaje a Ortega, en el que aparecieron también
textos de María Zambrano, José Ferrater Mora, Guillermo de Torre y Juan
Marichal. El de Borges fue el único texto que no era propiamente un homenaje y,
además de proyectar el malestar de Rodríguez Feo y su amigo, Virgilio Piñera,
con una figura venerada por José Lezama Lima y Orígenes –en el último número de esta revista, también de 1956,
apareció el ensayo de Lezama “La muerte de Ortega y Gasset”, que puede ser
leído como una refutación de Borges, o al revés, el texto de Borges como una
refutación del de Lezama, vía Piñera- sintetiza el equívoco de las lecturas
filosóficas de los escritores. Borges, como tantos otros grandes escritores,
leyó siempre la filosofía como género literario o como estilo, algo que, en efecto, es la
filosofía, además de ser precisamente eso: filosofía
Nota de un mal lector
Jorge Luis Borges
Ortega continuó la labor por Unamuno, que fue de
enriquecer, ahondar y ensanchar el diálogo español. Este, durante el siglo
pasado, casi no se aplicaba a otra cosa que a la reivindicación colérica o
lastimera; su tarea habitual era probar que algún español ya había hecho lo que
después hizo un francés con aplauso. A la mediocridad de la materia
correspondía la mediocridad de la forma; se afirmaba la primacía del castellano
y al mismo tiempo se quería reducirlo a los idiotismos recopilados en el Cuento
de cuentos y al fatigoso refranero de Sancho. Así, de paradójico modo, los
literatos españoles buscaron la grandeza del español en las aldeanerías y
fruslerías rechazadas por Cervantes y por Quevedo... Unamuno y Ortega trajeron
otros temas y otro lenguaje. Miraron con sincera curiosidad el ayer y el hoy y
los problemas y perplejidades eternos de la filosofía. ¿Cómo no agradecer esta
obra benéfica, útil a España y a cuantos compartimos su idioma?
A lo largo de los años, he frecuentado los libros de
Unamuno y con ellos he acabado por establecer, pese a las "imperfectas
simpatías" de que Charles Lamb habló, una relación parecida a la amistad.
No he merecido esa relación con los libros de Ortega. Algo me apartó siempre de
su lectura, algo me impidió superar los índices y los párrafos iniciales.
Sospecho que el obstáculo era su estilo. Ortega, hombre de lecturas abstractas
y de disciplina dialéctica, se dejaba embelesar por los artificios más
triviales de la literatura que evidentemente conocía poco, y los prodigaba en
su obra. Hay mentes que proceden por imágenes (Chesterton, Hugo) y otras por la
vía silogística y lógica (Spinoza, Bradley). Ortega no se resignó a no salir de
esta segunda categoría, y algo -¿modestia o vanidad o afán de aventura?- lo
movió a exornar sus razones con inconvincentes y superficiales metáforas. En
Unamuno no incomoda el mal gusto, porque está justificado y como arrebatado por
la pasión; el de Ortega, como el de Baltasar Gracián, es menos tolerable,
porque ha sido fabricado en frío.
Los estoicos declararon que el universo forma un solo
organismo; es harto posible que yo, por obra de la secreta simpatía que une a
todas sus partes, deba algo o mucho a Ortega y Gasset, cuyos volúmenes apenas
he hojeado.
Cuarenta años de experiencia me han enseñado que, en
general, los otros tienen razón. Alguna vez juzgué inexplicable que las
generaciones de los hombres veneraran a Cervantes y no a Quevedo; hoy no veo
nada misterioso en tal preferencia. Quizá algún día no me parecerá misteriosa
la fama que hoy consagra a Ortega y Gasset.
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