Antoine Compagnon, profesor de Columbia y autor de ese ensayo ejemplar titulado Los antimodernos, vuelve a escribir sobre Michel de Montaigne, padre del ensayo moderno, en buena medida, por haber sido un pensador "antimoderno". No escribe, esta vez, Compagnon como el profesor que es, no se interesa por la "alegoría" o cualquier otra puerta conceptual a los Ensayos. Escribe como comentarista, como vacacionista que glosa a un autor entrañable.
Un verano con Montaigne (2015) repite el gesto de Jean Lacouture en su Montaigne a caballo (2007) de devolver al escritor a su cuerpo y, en especial, a la historia de su cuerpo. A sus cólicos, sus largas cabalgatas, sus miedos y fiebres. Pero a Compagnon le interesan más puntualmente las marcas que esos llamados del cuerpo dejan en la escritura. El resultado es un Montaigne enfermo, que se cae del caballo con frecuencia, que pierde dientes, que depende del olfato como de ningún otro sentido y que aborrece a los médicos.
Lo que ha hecho Compagnon, bajo la luminosidad de la playa, es leer el cuerpo de Montaigne que se oculta bajo la escritura de los Ensayos. Un ejercicio de transparencia radical, en el que la lectura es develación de noticias y datos, expedientes y diagnósticos, como si se tratase de un discurso clínico cubierto por una espesa capa moral. El Montaigne antimoderno que sigue interesando a Compagnon, que duda del progreso y augura que el contacto de la civilización occidental con América pervertirá al Nuevo Mundo, es un caballero que escoge bien la camisa que se pone, que estudia a los hermafroditas, que caza y galantea.
En resumidas cuentas, lo que ha intentado Compagnon es presentarnos al antimoderno Montaigne como un contemporáneo suyo. No una sino varias veces detectamos a Compagnon retratándose a sí mismo a través de su semblanza de Montaigne. Lo mismo cuando relativiza la positividad de la memoria que cuando vindica el poder epistémico y moral de la verdad. Pero sobre todo cuando lee a Montaigne colocado en las antípodas de Maquiavelo, que piensa que el éxito político del letrado está en presentarse como lo que es y no como eminencia gris o poder espiritual detrás del trono.
El letrado que, como Montaigne o Maquiavelo, entra en lides diplomáticas o políticas, según Compagnon, tiene más posibilidades de triunfar si actúa más como el primero que como el segundo. Es decir, si no aspira al rol de consejero del príncipe o a cualquier modalidad del compromiso y se atiene al lugar de la cultura o el saber como territorios de intervención en la diplomacia o la política. Presentarse como lo que es y seguir la "vía abierta", en vez de la "vía encubierta" de Maquiavelo, es, según Montaigne y según Compagnon, la opción más feliz y, también, la más eficaz.
Profesor, se escribe en los antípodas; no "en las antípodas".
ResponderEliminarGracias, pero según el diccionario de la RAE se puede escribir de las dos maneras y el uso actual, más frecuente, es en femenino. Hay de hecho un popular libro de Bill Bryson, sobre Australia, traducido al español como "En las antípodas". Se lo recomiendo.
ResponderEliminarBien Rafael. Las cosas han cambiado en poco tiempo. F. Lázaro Carreter hace algunos años destripaba con sus dardos a quienes decían las antípodas y yo mismo le salí al paso a más a de uno. Claro que sin pasar por la vergüenza de Silvia que leyó el texto completo a pesar de que no le gusta q le recomienden libros. Gracias por la aclaración.
EliminarGracias por la aclaración, no así por la recomendación. No me gusta que me recomienden libros o lecturas sin previa solicitud; por aquello de que existen comportamientos no reglamentados.
ResponderEliminarSaludos,
Silvia
Tenemos tantos filologos en el mundo como seres humanos existen, filologos que pueden encontrarse entre los pistoleros mas rapidos del oeste, listos para criticar cualquier cosa en un articulo. Un comentario insipido, sin concentrarse en lo que deberia: el contenido. Antes de que me crucifiquen. Estoy escribiendo sin acentos, por favor, anonimo, coloque los que faltan.
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