En su brillante y poco leído ensayo, Horizonte del liberalismo (1930), una veinteañera María Zambrano dice del comunismo:
"Es el caso del comunismo ruso actual. Partiendo de una teoría de la historia, crea una economía, una moral, un arte, es decir, una cultura. Es una política inspirada en la vida; en la que la vida predomina y aun aplasta al individuo. Es querer fundar una nueva vida, sí, pero una vida concebida por un cerebro humano, una vida racional, racionalizada. Lejos de ser entrega a lo espontáneo, a lo natural, es afán de dominio sobre ello. Hasta en esto coincide con la religión. Hay horror a lo imprevisto. Se persigue toda posible espontaneidad -heterodoxia- hasta el detalle, hasta la obsesión. El comunismo ruso ama tanto la vida que, en ansia erótica, quiere apoderase de ella y detenerla".
Pero como a su maestro José Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas (1927), le parecía que el ascenso del comunismo y del fascismo, en la Europa de entreguerras, se debía, en buena medida, a la incapacidad del liberalismo para reinventarse:
"A que hayan pertenecido a este tipo (intelectuales de café o inactivos, gentes sin vida, si pasión, políticos de invernadero...) la mayoría de nuestros queridos liberales, debemos el encontrarnos, en el primer tercio del siglo XX, cuando teóricamente se cree por algunos superado el liberalismo, con el vacío efectivo de una verdadera y honda revolución liberal. Y hoy tendremos que ser nosotros, los que quizá hemos nacido bajo el signo de su superación, los que hayamos de crearla (la revolución liberal), lo cual nos depara una confusa situación, por ser inadecuado lo que traemos en nosotros con la labor que fuera se precisa realizar. Ello envuelve el serio peligro de que nuestra generación se pierda en lo político".
No hay comentarios:
Publicar un comentario